El asunto nuclear iraní: ¿y ahora qué?
Roberto Toscano
Investigador sénior asociado, CIDOB
10, diciembre, 2014, Opinión CIDOB, n.º 285 / E-ISSN 2014-0843
Ningún acuerdo ha sido alcanzado dentro del plazo que las partes (los 5+1 e Irán) se habían marcado; aun así, sería un error describir la situación como un fracaso o como un estancamiento. La negociación todavía sigue y los resultados provisionales conseguidos son significativos y substanciales. Más importante aún, ninguna de las partes se puede plantear la ruptura de las negociaciones: el presidente Obama en particular, no se puede permitir otro foco de confrontación cuando la situación en Siria/Irak está definitivamente fuera de control y amenaza con desestabilizar la región todavía más; las posibilidades del presidente Rohaní de implementar su programa reformista moderado dependen totalmente del éxito de las negociaciones nucleares, y probablemente estaría condenado si las negociaciones fracasan, ya que el sector más conservador podría convencer fácilmente al Líder Supremo de pasar página y volver a una plataforma política radical parecida a la que caracterizó los años de Ahmadineyad.
Así pues, ¿por qué no fue posible un gran avance? Es difícil evaluar cuál fue el verdadero obstáculo y quién estancó el proceso y por qué. Cuando las conversaciones despegaron de manera definitiva bajo negociadores de la talla de Bill Burns, subsecretario de Estado de EEUU, y Javad Zarif, ministro de Relaciones Exteriores iraní, estaba claro que Estados Unidos –el interlocutor real, con todo respeto por la UE, Rusia y China– había abandonado la demanda (por ausencia total de fundamento en el TNP) según la cual Irán tenía que detener todo el enriquecimiento (“cero centrifugadoras”). A partir de ahí, la discusión viró hacia aspectos más concretos como el número de centrifugadoras y la eliminación del uranio enriquecido. Aun así, el problema persistía ya que Irán querría preservar sus derechos a la vez que aceptando más inspecciones intrusivas (Protocolo Adicional y más allá). Estados Unidos, por su parte, sigue pidiendo el desmantelamiento de un número de centrifugadoras de las diez mil que se encuentran en funcionamiento. Sin embargo, hay base para adivinar que la dificultad real no estaba en los números y procedimientos –muy típico cuando un compromiso cuantitativo siempre es posible– sino en la asimetría, inaceptable para los iraníes, por la demanda de "resultados" inmediatos y verificables a cambio de un descenso gradual de las sanciones. En otras palabras, las centrifugadoras deben ser desmanteladas y las sanciones eliminadas por fases.
Por otro lado, si queremos entender qué hay en juego detrás y más allá de las negociaciones nucleares, debemos pasar de la diplomacia a la política, tanto en Irán como en Estados Unidos.
El abrumador consenso en Irán es que sin una solución para el asunto nuclear, el país no sólo no podrá superar las actuales dificultades económicas sino que tampoco alcanzará el objetivo vital y a largo plazo de ser aceptado como un país “normal” por la comunidad internacional –un objetivo inalcanzable si antes Washington no lo reconoce como tal. Lo interesante es que la mayoría de los iraníes, así como de los grupos y sensibilidades dentro del régimen, comparten estos objetivos. La normalización de las relaciones con Estados Unidos como paso necesario hacia la normalización de las relaciones con la comunidad internacional en su conjunto es, sin embargo, tan deseada como temida por el régimen. Al Líder Supremo, en particular, le preocupa no conseguir mantener las cosas bajo control, dadas las exigencias de una parte sustancial de la población iraní, una vez que el núcleo ideológico de la identidad de la República Islámica -la hostilidad hacia EEUU- sea abandonado. No se puede dar por hecho que el régimen iraní sea capaz de lograr lo que logró el régimen chino: normalizar las relaciones con EEUU y mantener el control autoritario tanto sobre el Estado como sobre la sociedad.
De esta manera, Jamenei aún mantiene luz verde para seguir con las negociaciones, pero apenas pasa un día sin que exprese su escepticismo sobre la buena fe de los norteamericanos y reitere que los derechos nucleares de Irán no son negociables.
Sin embargo, si tuviéramos que identificar el posible origen de un fracaso –todavía muy posible– deberíamos señalar a Washington en lugar de a Teherán. No cabe duda de que Obama quiere un acuerdo con Irán por dos razones: la primera, porque ha llegado a la conclusión de que se puede permitir otro conflicto en Oriente Medio; y la segunda, porque está convencido de que la ayuda de Irán para atajar la aterradora amenaza del Estado Islámico (EI) es de vital importancia. La valoración positiva de los ataques aéreos de Irán contra el EI, que hizo recientemente Kerry, es una clara señal en esta dirección. Nadie formula una conexión específica entre estos dos diferentes asuntos pero todo el mundo, tanto en Washington como en Teherán, sabe que están objetivamente conectados.
En otras palabras, lo que está en juego va mucho más allá del asunto nuclear –un asunto que siempre ha sido instrumental por las dos partes. Estamos hablando del papel regional de Irán, el equilibrio en el Golfo, el futuro de Irak, la posibilidad de controlar los ataques jihadistas sunitas. Esto está muy claro para los iraníes pero no solamente para ellos. Los saudíes, los israelíes y, en particular, la mayoría del Congreso de los Estados Unidos (especialmente ahora que los republicanos han ganado también el control del Senado) tienen más miedo de una solución de la cuestión nuclear que de la capacidad nuclear militar iraní. Ningún analista serio, y sobre todo nadie que sepa algo sobre el régimen iraní, se cree el escenario de miedo de que Teherán adquirirá la bomba nuclear y el siguiente paso será un ataque suicida contra Israel.
El hecho es que los muchos enemigos del acuerdo nuclear ven un Irán "normal”, no aislado, como una alteración inaceptable de los actuales equilibrios geopolíticos.
El acuerdo tiene que enfrentarse más a enemigos, y muy poderosos, que a dificultades objetivas. Por este motivo, no se puede ser demasiado optimista sobre sus posibilidades.