El asesinato de Shinzo Abe en la reconfiguración de Asia Oriental
SSi bien Shinzo Abe es recordado por sus aliados, gracias a su compromiso con el Indopacífico y su estrategia frente al auge de China, su legado en Asia Oriental está plagado de controversias debido a la sombra, siempre acechante, de la memoria histórica. Las reacciones de Seúl, Beijing y Taipéi al asesinato del ex primer ministro japonés nos muestran la complejidad de las dinámicas actuales en la región, y señalan un futuro marcado por cambios sustanciales, aunque también inciertos.
El asesinato de Shinzo Abe el pasado 8 de julio conmocionó al mundo e invitó a una reflexión sobre su importante huella en la política internacional. Firme defensor del sistema multilateral y del orden internacional liberal, Abe se dedicó en cuerpo y alma a reposicionar a Japón como líder en la región y en el sistema internacional. Considerado como un visionario, Abe tuvo siempre en mente el reto sistémico y de seguridad que suponía China para la nación insular a la hora de calibrar su estrategia en materia exterior, aun así permitió una cierta acomodación de su vecino. Tanto el QUAD – el diálogo de seguridad entre Australia, India, EEUU y Japón –, como la reinvención del Acuerdo Transpacífico tras el abandono de la administración Trump (ahora CPTPP), junto al omnipresente concepto del Indopacífico llevan su firma.
No obstante, en aquellos países donde la brutalidad imperialista japonesa de la primera mitad del siglo XX fue más visible, la reacción a su asesinato ha sido más compleja. Mientras redibujaba los límites de la región y profundizaba en sus relaciones de cooperación con India, Australia y países del sureste asiático, Abe selló una reorientación de la política exterior de Japón hacia el sur y un distanciamiento del noreste regional, tal y como señala el historiador japonés Haruki Wada.
Parte de ese distanciamiento se produjo por la voluntad del entonces primer ministro de construir una nueva identidad para Japón, alejada de su memoria de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, los esfuerzos de Abe de asignar un rol más activo a sus Fuerzas de Autodefensa y revisar la Constitución pacifista –posiciones aplaudidas por ciertos aliados por su pragmatismo– enturbiaron las relaciones con sus vecinos en Asia Oriental. Para China y Corea del Sur, la figura de Abe representa la personificación del negacionismo histórico del pasado militarista japonés y un posicionamiento ultranacionalista, que se tradujo en el cuestionamiento de ciertos episodios históricos y en visitas al santuario de Yasukuni, donde se rinde homenaje a los soldados japoneses caídos en conflicto, incluyendo criminales de guerra de la IIGM. Sus políticas hicieron aflorar la existencia de unas heridas históricas nunca cerradas y su importancia todavía presente en las dinámicas regionales.
Aunque el impacto del atentado contra Shinzo Abe sea difícil de sopesar para el futuro de la región, su muerte ha actuado como foco, haciendo visibles momentáneamente los cambios, las incógnitas y los elementos potencialmente disruptivos que determinan las dinámicas regionales. Nos encontramos, pues, frente a un punto de reordenamiento en Asia Oriental, con capacidad de aumentar aún más las tensiones actuales en un contexto marcado por una mayor competición geopolítica.
Primero, la reacción del nuevo ejecutivo de Yoon Suk-yeol en Corea del Sur, constituido el pasado mayo, muestra indicios de un giro de timón en las relaciones bilaterales con Japón. Durante la administración Moon (2017-2022), la relación entre Seúl y Tokio se enturbió severamente por los múltiples litigios sobre casos de trabajos forzosos de coreanos y de las “mujeres de confort” durante la ocupación japonesa, así como por las represalias en el ámbito comercial por parte de Japón. Sin embargo, y pese a la impopularidad de Abe entre la población coreana –solo un 3% de los coreanos veía con buenos ojos al primer ministro en 2019–, la respuesta del país ha sido especialmente cauta y contenida, a la espera de una oportunidad diplomática para enmendar unas discrepancias que parecían irremediables mientras Abe se encontrase al frente de la Dieta.
Contrariamente a Corea, la respuesta en China ha sido fragmentada. Mientras las condolencias desde Beijing fueron de las más tardías en llegar, las reacciones populares a la muerte de Abe en ese país fueron mucho más directas. Desafiando el discurso oficial, algunos cibernautas nacionalistas chinos llenaron las redes de mensajes antijaponeses e, incluso, de mórbida celebración. La interpretación de la historia que defendía el antiguo primer ministro –elemento central en la construcción de la relación sinojaponesa–, además de su política asertiva hacia China, alimentaron aún más el nacionalismo de una parte de la población. Sin embargo, figuras públicas en China condenaron la falta de respeto y avisaron sobre la inquietante posibilidad de que esos comentarios fueran instrumentalizados por ultranacionalistas japoneses para inculpar a China del ataque, complicando la situación de Beijing en la región. Este episodio ejemplifica la creciente preocupación del gobierno de Beijing frente a ese nacionalismo chino que, nutrido por las mismas élites, puede llegar a influir en su política exterior y volverse en su contra. Pero, la consecuencia más inmediata de este intercambio de mensajes es el impacto que pueda tener en sus relaciones con Japón. La difusión de estos mensajes sin censura incide directamente en la credibilidad de las condolencias de las élites chinas hacia Japón.
Al otro lado del estrecho, Taiwán sintió la muerte de Abe como propia. Además de las banderas a media asta, el Taipéi 101 –el rascacielos más emblemático de la ciudad– se iluminó para agradecer el apoyo y la amistad del antiguo primer ministro con Taiwán. La presidenta, Tsai Ing-wen, describió a Abe como “un buen amigo, pero también el mayor aliado de Taiwán”. A diferencia de Corea del Sur o de China, la isla recuerda su pasado colonial bajo control japonés con cierta nostalgia debido al impacto que tuvo para su modernización y en la construcción de la identidad taiwanesa. Aunque, en palabras del analista Brian Hioe, la romantización de la figura de Abe para la población taiwanesa representa una simplificación de su legado basado únicamente en su apoyo actual hacia Taiwán frente a China. Después de dejar la jefatura de gobierno, Abe fue especialmente vehemente en su apoyo a Taiwán, ya fuese con la compra de piñas taiwanesas frente a la coerción económica de China en 2021, o instando a EEUU a abandonar su ambigüedad estratégica respecto a Taiwán. “No debería haber duda alguna en nuestra resolución frente a Taiwán” declaraba Abe a Los Angeles Times en abril. En este clima de proximidad y de reconocimiento, Lai Ching-te, vicepresidente taiwanés, se desplazó hasta Tokio a expresar sus condolencias, protagonizando así la primera visita de un alto cargo taiwanés en la isla desde la ruptura de relaciones diplomáticas oficiales con Japón en 1972. Aunque la prensa japonesa calificó la visita como «privada y personal», hubo una aquiescencia del gobierno japonés al expedirle el visado, utilizando su presencia como una confirmación simbólica de la continuación del apoyo de Japón a la isla, lo que ha llevado a Beijing a iniciar una protesta diplomática frente al gobierno nipón.
Más allá del contexto internacional, la muerte de Abe también ha sacudido su propio país. Por una parte, los grupos ultranacionalistas de extrema derecha no tardaron en movilizarse y difundir noticias falsas sobre el culpable, inclusive su posible ascendencia coreana, con la voluntad de culpar e incitar a la violencia frente a minorías zainichi, descendientes de individuos de etnia coreana que vivían en Japón previamente a la IIGM, que históricamente ya han sido objeto de violencia política, como durante el terremoto de Kantō de 1923. Mientras la identidad del asesino y sus motivos parecen haber descartado esa hipótesis, el incidente recuerda la amenaza existente de violencia hacia minorías étnicas y colectivos vulnerables en Japón.
Por otra parte, la victoria del Partido Liberal Democrático en las pasadas elecciones da margen al primer ministro actual, Fumio Kishida, a tomar más riesgos para mejorar la relación con Corea del Sur y ser más ambicioso en política exterior en un contexto cada vez más complejo. Sin embargo, esta situación también ofrece a Kishida la posibilidad de seguir la senda del antiguo primer ministro e iniciar la revisión de la Constitución y la (re)militarización del país que nunca llegó a conseguir. Japón empieza ahora un nuevo capítulo alumbrado por el legado de Abe pero lleno de incertidumbre.
Palabras clave: Asia Oriental, Shinzo Abe, Japón, nacionalismo, China, Corea del Sur, Taiwán, negacionismo histórico, Indopacífico