Disturbios en Francia: unas violencias pueden ocultar otras

Opinion CIDOB 773
Fecha de publicación: 07/2023
Autor:
Moussa Bourekba, investigador principal, CIDOB
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La oleada de protestas que se ha vivido en Francia tras la muerte de un adolescente, Nahel M., tiroteado por la policía ha reavivado la polémica sobre la violencia policial en el país. Pero, como ya ocurrió con los disturbios de 2005, los chalecos amarillos (2018), o las manifestaciones contra la reforma de las pensiones (2023), el debate público-mediático ha puesto más énfasis en las imágenes del descontento que en sus causas. Hablar de “error policial”, como hizo en un principio la versión oficial tras la muerte de Nahel, no solo exonera al autor del crimen de sus responsabilidades, sino que impide abordar los problemas de fondo que llevaron a esta situación. 

El 27 de junio, víspera de la Fiesta del Sacrificio, Nahel M., un joven de 17 años, murió por un disparo de la policía en Nanterre, desencadenando una ola de protestas en todo el país. La socióloga Kaoutar Harchi sostiene que si Nahel fue disparado, es porque el sistema lo había declarado previamente “matable”. "Antes de que Nahel muriera, ya era 'matable' –escribe Harchi–. Porque pesaba sobre él la historia francesa de menosprecio a la vida del hombre árabe. Pesaba sobre Nahel el racismo. Estaba expuesto a ello. Corría el riesgo de convertirse en víctima. La dominación racial se sostiene completamente en la existencia de este riesgo."

Pocas horas después del “incidente” mortal, los principales medios de comunicación franceses hicieron de altavoz de la versión policial de los hechos, explicando que Nahel intentó embestir a los policías con su vehículo y que estos últimos solo se protegieron en legítima defensa. Por mucho que el video de esta tragedia demostró la falsedad de la versión policial, eso no impidió que se siguiera desplegando el relato de la legítima defensa y la presunción de inocencia para el agente. Mientras, a la víctima se le aplicaba la presunción de culpabilidad: ¿qué hace un joven de las banlieues sin carnet de conducir al volante de un coche tan caro? ¿No debería estar en la escuela a esta hora?

Es siempre la misma historia: la policía mata, pero la primera reacción es siempre cuestionar el comportamiento de la víctima. La víctima siempre está en el lugar equivocado en el momento menos oportuno. En 2005, los medios de comunicación se preguntaban por qué Zyed y Bouna corrían si no tenían nada que ocultar. En medio de la confusión generada por la emoción que provoca la muerte de un adolescente, los expertos se suceden en los programas de televisión, mientras los clichés de una Francia en llamas acaparan las primeras páginas de los periódicos. Pero, no es hasta que el fuego se desplaza de las banlieues hacia los centros de las ciudades, que empezamos –supuestamente– a centrarnos en las causas del problema.

¿Y cuál es el problema? Aparentemente, el problema no reside en la acción del policía, sino en la reacción de aquellas personas que conocían o se identifican con la víctima. Políticos, periodistas y expertos se preguntan por qué miles de jóvenes han incendiado Francia. Es culpa de Snapchat, que refuerza el nihilismo de estos jóvenes descerebrados. Es culpa de los videojuegos, que enseñan la violencia a estos niños no integrados. Es culpa de los padres que no aplican el "dos bofetadas y a la cama" para controlar a los alborotadores. Es culpa de los barbudos que, como en 2005, son incapaces de devolver a los musulmanes a la razón. Es culpa de la escuela, que ya no cumple su función de ascensor social. En fin, señalamos los síntomas de un problema, sin atacar nunca sus causas.

Como siempre, se habla de los habitantes de las banlieues, pero sin contar con ellos. Como si los supuestamente corresponsables de los disturbios no tuvieran ninguna perspectiva que aportar sobre una situación que viven en primera persona desde hace más de cuatro décadas. Como si fueran, ante y sobre todo, un problema. Ayer inmigrantes, hoy hijos e hijas de inmigrantes de primera, segunda o tercera generación. En otras palabras, ellos, los Otros, son distintos a Nosotros, la comunidad nacional. Seguimos hablando de integración con respecto a personas que nacieron en Francia y cuyos padres, e incluso abuelos para muchos, también nacieron en territorio francés. ¿Puede haber más violencia simbólica que ésta?

Entre los más valientes, o digamos los más razonables, que desfilaron por los medios franceses, están aquellos que sostienen que la muerte de Nahel es consecuencia de una ley votada en 2017 sobre el uso de armas de fuego. Una ley surgida tras el drama de Viry-Châtillon, durante el cual unos policías resultaron con quemaduras de gravedad por un ataque con cócteles molotov mientras patrullaban, y en pleno apogeo de Estado Islámico y de atentados por atropellos mortales en suelo francés. Sin embargo, desde su adopción, el número de tiroteos mortales por parte de la policía se ha más que duplicado en comparación con la década anterior. 26 muertes en 2022, frente a 8 muertes en 2017. Los sindicatos policiales explican esta tendencia al alza por un aumento de la resistencia a la autoridad. No obstante, entre estos sindicatos policiales también se cuentan aquellos, como France Police, que después de la muerte de Nahel tuitearon "Bravo a los colegas que abrieron fuego contra un joven criminal de 17 años". "Los policías están en combate porque estamos en guerra", afirmó el sindicato Alliance Police Nationale, instando a imponer la calma a estas "hordas salvajes" y combatir a estos "parásitos", porqué Francia está sumida en una "guerra civil". Un vocabulario y una cosmovisión claramente de extrema derecha.

Francia es uno de los campeones europeos en materia de violencia policial. Tiene el cuerpo policial que más personas mata en operaciones de mantenimiento del orden y uno de los pocos que utilizan armas prohibidas en otros países europeos. En este sentido, el sociólogo Mathieu Rigouste explica en su libro La domination policière (2021) que no se puede entender la actual institución policial francesa sin tener en cuenta la triple genealogía del concepto de seguridad desde tiempos del imperio colonial francés: (1) el mantenimiento del orden colonial; (2) la caza de brujas; y (3) la gestión de los pobres concentrados en las afueras de las grandes ciudades burguesas. De aquellos tres principios históricos bebe la doctrina del mantenimiento del orden que prevalece en los suburbios hoy en día, y que se inspira directamente en las prácticas contrarrevolucionarias aplicadas por el Imperio francés durante las guerras coloniales de Indochina y Argelia. En este horrible pasado se inspiró la policía francesa, ayer para luchar contra los “Indigènes”, hoy contra los “banlieusards”.

En Francia, los abusos policiales son un tema cada vez más recurrente en la agenda política y mediática. Desde el caso del placaje ventral que asfixió a Adama Traoré (2016), pasando por la porra que desgarró el esfínter anal de Théo Luhaka (2017), hasta la trágica muerte de Zineb Redouane por una granada lacrimógena (2018), los ejemplos se suceden y, extrañamente, presentan similitudes alarmantes. Todavía más preocupante es el hecho de que los responsables de estas muertes suelen ser protegidos por la justicia.

A pesar de todo ello, llamar a este problema “racismo sistémico” queda totalmente descartado en Francia. El racismo sistémico parece existir exclusivamente al otro lado del Atlántico, donde se habla libremente de negros, de blancos y de razas. En Francia, país del sacrosanto igualitarismo republicano, aludir a este concepto etiqueta al interlocutor como "wokista" o "idiota útil del islamo-izquierdismo". No importa si una plétora de estudios científicos ha evidenciado que ser negro y/o árabe y/o musulmán aumenta drásticamente el riesgo de ser objeto de control policial, abusos policiales, y discriminación de todo tipo. ¿Racismo institucional en el país de los Derechos Humanos? Prohibido hablar de ello, incluso prohibido pensarlo; sería un insulto al dogma republicano.

Pero en realidad, el problema subyacente en el drama de Nanterre es profundamente político. Los disturbios y la ira desencadenada tras la muerte de Nahel tienen un trasfondo político. El hecho de que miles de adolescentes, que no conocían a la víctima, consideren que ellos mismos podrían haber muerto a manos de la policía es eminentemente político. Los incendios provocados en escuelas, comisarías de policía o prefecturas -todo, símbolos del Estado – tienen un carácter evidentemente político. Movilizar a unidades especiales de la policía y desplegar vehículos blindados en ciertos barrios son respuestas que, sin atisbo de duda, tienen una dimensión política. ¿Cómo no establecer paralelismos entre la actuación policial en las banlieues en 2023 y la del ejército colonial francés hace menos de un siglo?

Pero este no es el debate que interesa. Porque incomoda. Porque obliga a Francia a mirarse en un espejo, y obliga a sus responsables políticos a hacer frente a las contradicciones entre su sempiterno discurso igualitario y algunas realidades que son fundamentalmente discriminatorias. Al igual que ocurrió con los disturbios de 2005, los chalecos amarillos (2018), las manifestaciones contra la reforma de las pensiones (2023), es más tentador centrarse en el uso de la violencia por parte de los soliviantados. La pornografía de la violencia. Esto permite ocultar el carácter político de las demandas que subyacen en estos disturbios.

El obispo brasileño Helder Camara (1978) distingue entre tres tipos de violencia: la opresora, la revolucionaria y la represora. "La primera, madre de todas las demás, es la violencia institucional, la que legaliza y perpetúa las dominaciones, las opresiones y las explotaciones, la que aplasta y cercena a millones de hombres con sus engranajes silenciosos y bien engrasados. La segunda es la violencia revolucionaria, que nace de la voluntad de abolir la primera. La tercera es la violencia represiva que tiene por objetivo asfixiar a la segunda, haciéndose cómplice y auxiliar de la primera de las violencias, la que engendra todas las demás. No hay peor hipocresía que llamar violencia sólo a la segunda fingiendo olvidar la primera, que la hace nacer, y la tercera que la mata.” Bajo esa perspectiva, poco sentido tiene reflexionar sobre la violencia desencadenada tras la muerte de Nahel sin tener en cuenta la violencia inicial, en este caso el abuso policial, y lo que este abuso dice de la institución policial en Francia.

Palabras clave: Francia, disturbios, violencia policial, Nahel, Nanterre, banlieues, migrantes, otros, extrema derecha, racismo sistémico

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