Después de Orlando y Niza, debemos cambiar nuestra aproximación a Estado Islámico

Opinion CIDOB 426
Fecha de publicación: 07/2016
Autor:
Moussa Bourekba, Chercheur, CIDOB
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Mientras algunos anunciaban la inminente muerte del autoproclamado califato en Siria e Irak, la agenda terrorista de la organización Estado islámico (EI) no solo se intensificó, sino que también se extendió a varios países. Durante el mes de Ramadan (6 junio – 6 julio 2016), el EI ha dirigido o inspirado ataques terroristas en 17 países, incluyendo: Afganistán, Bangladesh, Egipto, Francia, Irak, Jordania, Libia, Níger, Nigeria, Pakistán, Filipinas, Somalia, Siria, Turquía, Estados Unidos y Yemen.

Varios analistas vieron una relación directa entre la disminución del territorio controlado por Estado Islámico en Irak y Siria, infligida por los ataques de la coalición internacional, y la recrudescencia de atentados reivindicados por este grupo. Según esa perspectiva, el EI estaría iniciando una transición: abandonaría su proyecto de consolidación y expansión territorial para convertirse en una mera organización terrorista. Para ilustrar este argumento, se destaca el posible retorno del EI a la clandestinidad anunciado por el portavoz de la organización, Abou Mohammed al Adnani, en mayo de 2016. En otras palabras, la proximidad de una muerte clínica del protoestado llevaría a sus líderes a convertir el EI en una organización parecida a lo que era Al Qaeda antes de que controlara territorios: una red terrorista global.

Aunque este escenario parezca más deseable que la situación actual, esta aproximación ignora una característica fundamental del EI: además de ser una organización territorial implantada en Siria, Irak, Libia y otros territorios, el EI también es un movimiento. En paralelo a su proyecto de consolidación territorial, el EI desarrolla una agenda terrorista fuera del Levante desde 2014, tanto para desestabilizar cualquier actor estatal involucrado en la coalición, como para imponerse como referencia ideológica para individuos y grupos no estatales.

A diferencia de lo que ha sido Al Qaeda durante años, el EI no se corresponde solamente con una organización jerárquica rigiendo el protoestado y organizando a la vez ataques en cualquier punto del globo, sino que es más bien una marca a la que varios tipos de actores pueden recurrir bajo condiciones específicas. Estos actores pueden ser tanto grupos no estatales, como individuos, para lo cual es necesario prestar juramento de lealtad, y compartir su ideología y sus objetivos (básicamente, el establecimiento del califato). En una etapa ulterior, es Estado Islámico quien confirma (o no) esta afiliación, que ya se ha dado tanto en casos de grupos -Boko Haram, Majilis Choura Chabab al-Islam en Libia, Abou Ayyad en Filipinas, entre otros– como de individuos: Amedy Coulibaly (Paris, enero 2015), Seifeddine Rezgui (Sousa, julio 2015) u Omar Mateen (Orlando, junio 2016). En este último caso, el EI puede “reivindicar” -si existe una relación con algún miembro de la organización- o bien “saludar” el ataque, si la única relación entre su autor y el EI se basa en un juramento de lealtad o es una respuesta a sus llamamientos a atacar.

Así, Estado Islámico tiene una dimensión territorial (Siria e Irak), descentralizada (ramas del EI) y deterritorializada. Este último aspecto permite realizar una desconexión entre las pérdidas infligidas al protoestado y la potencia de la ideología o, por lo menos, de la idea del EI. El movimiento sirve tanto al EI organización como a sus partidarios. Por un lado, a la organización, le permite propagar su idea en cualquier territorio, reclutar nuevos candidatos a la yihad y dar la sensación que puede golpear a cualquier actor/individuo opuesto a su proyecto de califato. Recíprocamente, permite a grupos no estatales ganar una legitimidad y un poder de atracción al proclamarse leales al designado enemigo público n°1 mundial. En cuanto a los autores de ataques terroristas o de actos de violencia, el sello “EI” les da una dimensión global y puede convertir en héroe (mártir) a cualquier individuo que perpetre un ataque, puesto que hace pasar un acto de violencia extrema –generalmente arraigado a trayectorias y motivaciones personales- en un gesto honorable al servicio de la noble causa de Estado Islámico.

¿Qué implicaciones conlleva esta doble aproximación –organización y movimiento– sobre el análisis de los últimos y de próximos ataques? El caso del atropello mortal de Niza (14 de Julio de 2016) proporciona un ejemplo extremo del peligro político y mediático que comporta ignorar esta dimensión proteiforme del EI. Al día siguiente, y a pesar del carácter inédito del ataque y de la escasez de información, el presidente François Hollande vinculó el hecho al “terrorismo islamista” y propuso, a modo de represalia, intensificar los bombardeos en Siria e Irak. Mientras la investigación no había evidenciado aún los motivos del ataque, tanto el discurso político como el discurso mediático ya habían relacionado Mohamed Lahouaiej-Bouhlel con la organización Estado Islámico basándose consecutivamente en sus orígenes, el modus operandi y el momento de la acción (fiesta nacional).

Más allá de las críticas sobre el tratamiento político y mediático del asunto, el vínculo casi sistemático entre varios tipos de atentados terroristas y el EI ilustra la falta de distinción entre la organización y la etiqueta. Como se ha visto en varios casos (Saint-Quentin-Fallavier en junio 2015 y Orlando en junio 2016) y posiblemente en el caso de Niza, individuos sin relación directa con el EI recurren a su nombre para tener un máximo impacto mediático. Asimismo, tanto los estudios de estos casos concretos de terrorismo como la investigación sobre combatientes extranjeros tienden a revelar la extrema diversidad de factores que empujan a individuos a cometer actos de terrorismo. Los factores van más allá de la sola “radicalización religiosa” y pueden ser psicológicos (problemas mentales), familiares, vinculados a trayectorias personales (experiencias de abuso policial), o a un sentimiento de injusticia, entre otros. Sobre todo destacan que en la inmensa mayoría de los casos, las causas son personales.

El reflejo político y mediático consiste entonces en minimizar las razones, los factores y motivos reales de dichos ataques bajo el pretexto de que sus autores se proclamaron miembros del EI o que el EI reivindicó/saludó sus actos. Paradójicamente, esta tendencia a colocar diversos actos de terrorismo en la misma categoría acaba sirviendo a los objetivos del EI, por lo menos por dos razones: por una parte, da la sensación de que el EI está omnipresente, incluso fuera de sus ámbitos de operación militar, y constituye una amenaza permanente para cualquier sociedad; por otra parte, lleva a medios de comunicación y líderes políticos a contextualizar actos individuales (motivados por diversas razones) dentro del marco más global de la supuesta guerra contra Estado Islámico. Esta visión acaba acreditando, aunque de manera inversa, el discurso del EI según el cual Occidente ha declarado una guerra al Islam.

Del mismo modo, vincular cualquier acto individual a la organización EI impide superar la aproximación ideológica (extremismo violento exclusivamente vinculado al terrorismo islamista). Esta aproximación plantea el debate sobre el extremismo violento en relación directa al EI como si la destrucción física del califato pudiese poner fin a los atentados, insiste sobre los orígenes o la confesión de los individuos y propone solamente medidas de seguridad a corto plazo para luchar contra este fenómeno. En otras palabras, el debate público se centra precisamente en los objetivos de EI en Occidente: perpetrar atentados para crear la confusión entre terrorismo e islam, exacerbar tensiones entre musulmanes y no musulmanes (“incompatibilidad entre islam y democracia” y “fracaso de la integración”) para animar a los gobiernos a tomar medidas estigmatizando a musulmanes e, in fine, conseguir que individuos de confesión/cultura musulmana se radicalicen en este contexto.

Es necesario reflexionar sobre nuestra aproximación al EI para explorar soluciones ante el fenómeno transnacional del extremismo violento. Comprender que el EI también es una marca a la que pueden recurrir actores e individuos por motivos personales/estratégicos cambia radicalmente la manera de tratar los atentados, a sus responsables y ayuda a pensar en medios de prevención. Más allá de los símbolos a los que se refiere el EI (islam, violencia, etc.), este enfoque permite analizar los motivos reales de un determinado ataque terrorista, ponerlo en relación -o no- con la agenda de la organización Estado Islámico, explorar en profundidad el perfil de su autor y pensar en soluciones a largo plazo para actuar sobre los push and pull factors que llevan a individuos a recurrir al extremismo violento.

Con esta perspectiva, se observará entonces que las razones por las cuales individuos diversos se unen al EI (físicamente o virtualmente), o cometen atentados en su nombre, no son exclusivamente ideológicas y religiosas: en muchos casos, tienen que ver con trayectorias personales y contextos específicos. Este giro, del enfoque sobre la ideología y sus promotores hacia el estudio de los individuos que recurren a esta ideología, es necesario si se trata de prevenir el extremismo violento en el futuro.

D.L.: B-8439-2012