Después de Charlie Hebdo: ser musulmán y sentirse europeo

Opinion CIDOB 303
Fecha de publicación: 02/2015
Autor:
Yolanda Onghena, investigadora sénior, CIDOB
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Yolanda Onghena, investigadora sénior, CIDOB

17 de Febrero, 2015 / Opinión CIDOB, n.º 303 / E-ISSN 2014-0843

Europa no es una idea abstracta flotando en la niebla burócrata de Bruselas. No, Europa es esta unión de europeos, es decir, una unión de personas de las cuales se supone que, al margen de su pertenencia nacional, sienten una cierta pertenencia supranacional. ¿Hasta dónde ha trabajado Europa esta unión entre ciudadanos? Durante años se ha hablado de proximidad, de convivencia, de la diversidad cultural que debía aportar este plus a cualquier identidad pero en la mayoría de los casos, todo quedó en palabras vacías, en alguna política en época de precampaña electoral o en un eslogan que nos hacía sentir bien. Sin embargo, muchas de estas palabras han perdido hoy su inocencia por su complicidad a la hora de proponer políticas desde una miopía chauvinista, nacionalista o universalista. Después de los atentados de París y la alerta terrorista en Verviers (Bélgica), hemos visto aparecer una nueva movilización ciudadana. Ciudadanos europeos en marcha contra el terror, el radicalismo y la amenaza. Podemos ver también cómo, de manera discreta, emerge un espacio público europeo compartido entre todos en el que la gente pueda reaccionar a los cambios, aprender de la diferencia respecto al otro, separarla de cualquier miopía cultural y cuestionar su responsabilidad.

Bélgica, el país de la Unión Europea que proporcionalmente más jóvenes ha visto marchar a la guerra de Siria e Irak, es hoy el centro de muchas de estas iniciativas. Un caso paradigmático de este proceso de cambio es el de la ciudad de Vilvoorde, un núcleo industrial al norte de la región Bruselas-capital en el que, además de la población flamenca, habita una minoría francófona y cuenta con otras dos importantes minorías alóctonas: una de ellas de origen marroquí y la otra de origen español. La fábrica Renault (construida en 1922) fue un icono de la época de la industrialización y atraía a trabajadores inmigrantes (uno de cada cinco habitantes de Vilvoorde es de nacionalidad u origen extranjero). Aún están en la memoria del país las protestas por el cierre, totalmente imprevisto, de la fábrica, que provocó las primeras huelgas transnacionales, compartidas por trabajadores de Renault en otros países. Desde 2013, Hans Bonte -a quien la extrema derecha de la región llama despectivamente, Hassan Bonte-, licenciado en Sociología y Ciencias Políticas, es alcalde de esta ciudad traumatizada, y el responsable de organizar la convivencia entre las generaciones de hijos de obreros frustrados y decepcionados. Estos días ha saltado a las noticias por haber sido invitado por el presidente de Estados Unidos, Barack Obama como keynote speaker en el ‘Global Security Summit’ de Washington. Hans Bonte, como responsable del dossier sobre los yihadistas en una ciudad con un número considerable de jóvenes en Siria e Irak, pide al Gobierno de abordar con urgencia la creciente urbanización en los barrios periféricos. Su política enfocada al community engagement ha sabido reconquistar la confianza de sus conciudadanos y, en especial, la de padres de posibles futuros yihadistas. Es una cuestión de confianza y de responsabilidad: “si quieres que los padres denuncien a sus propios hijos radicalizados, todo gira entorno a la confianza. Es nuestra responsabilidad porque estos jóvenes han crecido aquí y es aquí también donde los tenemos que proteger”, declara Bonte.

Otra iniciativa de ciudadanos europeos que se ha materializado en Bélgica es la de EmBem (Empowering Belgian Muslims). Abdel El Arbi, cineasta, Fouad Gandouil, politólogo y responsable regional, Ossama Ben Ali, actor y presentador de televisión, entre otros, proponen un espacio de discusión entre musulmanes sin que se planteen exigencias de liderazgos para pensar un islam que favorezca la convivencia y aporte algo a la cohesión social. “Hay ciertas cosas que no hemos querido ver y, durante años, no hemos asumido nuestra responsabilidad” -dice Michael Privot, director de ENAR (European Network against Racism)- “pero en este momento ya no podemos seguir en esta confrontación mutua. Es una cuestión de supervivencia, tanto para las comunidades como para toda la sociedad”.

En 2013, Bilal Benyaich, escritor y politólogo belga, publicó un libro sobre la radicalización de los jóvenes marroquíes en Bruselas. En este estudio advertía del progreso del salafismo y en especial de un salafismo militante, activista y proselitista, que quiere ampliar su influencia y sus seguidores y alertaba de los riesgos de permanecer ciegos ante esta progresión. Pero la radicalización era un tema transnacional, como si no existiese un aquí y un ahora, y se pudiese disimular una realidad que no es localizable en ninguna parte. Cuando, entre otras cosas, territorio, subjetividad y colectivo social ya no coinciden o no tienen por qué coincidir, es difícil producir localidad como un sentimiento de pertenencia. Lo local no es nostalgia sino condición y, en este momento, ya no vale la excusa transnacional porque no podemos seguir tratando la confrontación como si no fuera con nosotros.

Y en este debate ha surgido otro libro y otra iniciativa, más controvertidos, ya que su escritor, Dyab Abou Jahjah, era la cara de la Liga Árabe europea, una organización radical que hace 10 años defendía los derechos de los inmigrantes. En 2002, Dyab fue expulsado de Bélgica, acusado de incitar la protesta tras el asesinato racista de un joven musulmán en la ciudad de Amberes. El escritor volvió al país en 2013 con un libro: “De stad is van ons” (La ciudad es nuestra) y una nueva iniciativa: Mouvement X. Dyab dice las cosas como son, de manera provocadora: “¿quién hubiera pensado que 6.000 barbudos y un número de adolescentes a quienes les gusta tomar selfies con un cadáver, en un par de meses controlarían una región tan inmensa?”. Algo le queda de su tono radical, que considera el salafismo una especie de racionalismo de la fe, “una idolatría de textos en vez de una interpretación”. Pero asistimos a un cambio de paradigma de nacionalismo identitario a ciudadanía activa. Para que la identidad no sea política, Dyab nos invita a pensar juntos sobre una nueva ciudadanía. ¿Qué tipo de ciudadanía? ¿Qué política? ¿Y que “nosotros”?

También ha habido otras movilizaciones ciudadanas en Bélgica, como los habitantes de Molenbeek, una de las 19 municipalidades de la región Brusselas-Capital, que en las últimas semanas se ha visto mencionada cada vez que se hablaba de terror, de sospechosos y de redes yihadistas. Estos europeos, algunos nacionalizados de una manera incompleta, se han manifestado para dejar oír su voz: “no todos somos terroristas”. Todo el barrio salió a la calle el día 31 de enero 2015: niños con algún origen marroquí o turco pero nacidos en Europa, jugando con otros niños de su edad, nietos de españoles, portugueses o italianos, y yendo a la escuela en Molenbeek, como cualquier otro niño del barrio; madres magrebíes que decían estar muy atentas por si sus hijos adolescentes iban por mal camino, como cualquier madre con hijos adolescentes. Con el eslogan “je suis 1080” -código postal de Molenbeek- querían demostrar que se sentían orgullosos de vivir en esta comuna de Bruselas de la cual últimamente solo se habla de manera negativa por la sospecha constante de supuestas conexiones terroristas.

Reacciones desde visiones muy diferentes pero con un objetivo en común: romper con este silencio hipócrita, llamar a las cosas por su nombre y pasar a la acción, ya que la pasividad solo puede ser cómplice de una ficción de neutralidad y el silencio coartada para mantenerla. La aparición de estas iniciativas han ido cogiendo forma hace tiempo, en una clandestinidad en época de falsas promesas a partir de una diversidad instantánea, que tenia que justificar nuestra miopía.

Pero hay una Europa que sigue miope. Son los nostálgicos de esta idea de una Europa sinónimo de bienestar, de tranquilidad y seguridad, que temen quedarse sin empleo o perder el statu quo y prefieren buscar un culpable a tener que implicarse o cuestionarse su responsabilidad. Si esta negación se viste de ideología, es muy fácil encontrar a otros europeos que, por ser o tener algo diferente, serán los culpables ideales: aquellos que han venido a “ensuciar” el nido del bienestar, aquellos que podríamos hacer responsables de lo que iba mal en nuestra sociedad. Estos otros ciudadanos europeos reivindican hoy la igualdad y la ciudadanía de pleno derecho, pero no hay lugar para sus sueños, ni para sus esperanzas o sus memorias. ¿Quién hará de intermediario entre un residuo de identidad lejana, que tiene que ver con la inmigración de padres o abuelos, y otra emergente con la que puedan afrontar el futuro?