Democracia, orden internacional y guerra en Ucrania
Richard Youngs, investigador sénior, Programa Democracia, Conflicto y Gobernanza, Carnegie Europe. ryoungs@ceip.org
¿Qué lugar ocupa la democracia en el cambiante orden internacional? Existe el temor de que un orden de carácter más geopolítico agrave la crisis generalizada de la democracia; o que un orden más plural diluya los esfuerzos realizados para defender las normas que la rigen. Sin embargo, aunque las últimas tendencias políticas y normativas corroboran esta preocupación, la invasión rusa de Ucrania ha evidenciado, en cierta medida, la importancia de defender los valores democráticos en todo el mundo. Este artículo examina, a nivel global, el impacto que las tensiones geopolíticas y los cambios actuales en el orden internacional tienen sobre la democracia; y, en el contexto de la crisis de sentido que afecta a las democracias, si la guerra rusa contra Ucrania ha servido tanto de catalizador de las dimensiones internacionales del apoyo a la democracia como de factor de intensificación de su fragilidad.
El momentum autoritario
La crisis actual de la democracia tiene muchas causas subyacentes y los analistas ofrecen distintos argumentos sobre cuáles son las más importantes. No obstante, existe un amplio consenso en que los cambios en los equilibrios de poder en el orden internacional, junto con determinantes domésticos de carácter interno, han sido factores decisivos que han contribuido a la regresión democrática mundial. La crisis de la democracia parece ser una parte esencial de la crisis de Occidente: es la combinación del decreciente poder de Occidente con el malestar democrático junto con el populismo iliberal en los países occidentales la que ha causado a escala global los problemas más profundos a la democracia.
El aspecto democrático del orden liberal internacional se ha visto atacado por la creciente influencia de los poderes autoritarios, ya que se entrecruzan los cambios en el orden global y la política doméstica. La crisis de la economía neoliberal debilitó manifiestamente el atractivo e influencia de los modelos de democracia occidental como fundamento del orden mundial (Tooze, 2021); parecía que las autocracias lograban defenderse de las dinámicas favorables a la democracia. Las influencias autoritarias parecían haber ganado fuerza para cruzar las fronteras y entrar sigilosamente en la política occidental (Cooley y Nexon, 2022). De hecho, ha arraigado la opinión generalizada de que la disminución del poder occidental está estrechamente ligada a un deterioro progresivo de la democracia, y de que estas tendencias son básicamente dos caras de una misma moneda. Para muchos observadores, el amplio cuestionamiento de la democracia y la «modernidad liberal» es parte integrante del cambio hacia un mundo «multiorden» (Acharya, 2017).
Los estados occidentales han respondido a esos cambios de forma lenta y mediocre. Aunque su compromiso con la defensa y ampliación de las normas democráticas ha continuado, en general, su ambición ha ido disminuyendo. A inicios de 2000, la práctica de la «promoción de la democracia» parecía alcanzar su punto álgido para, luego, perder parte de su empuje y, sin duda, de su credibilidad. Al orientarse hacia imperativos más relacionados con la realpolitik, las potencias occidentales priorizaron la cooperación en materia económica y de seguridad con muchos regímenes no democráticos. Así, la denominada perspectiva «de contención» fue ganando influencia en Estados Unidos con argumentaciones contrarias a un apoyo muy activo a la democracia. Una posición que tiene partidarios tanto desde la izquierda contraria al intervencionismo estadounidense como desde la derecha, que pide que se preste una atención prioritaria a los intereses de seguridad tradicionales (Specter, 2022). La Administración Obama impulsó algunas iniciativas para apoyar la democracia; sin embargo, tras las turbulentas y costosas intervenciones en el exterior del anterior Gobierno de George W. Bush, en términos generales, acabó rebajando la agenda en favor de un liberalismo más pragmático y discreto (O’Connor y Cooper, 2021): la Administración Obama «se alejó de cualquier narrativa de política exterior única y global basada en la idea de rehacer el mundo según su propia imagen» (Carothers, 2012).
La admiración declarada del presidente Donald Trump por la figura del caudillo autocrático es bien conocida; así que él también trató de recortar los fondos destinados a la ayuda a la democracia, entendiendo la política internacional no en términos de normas democráticas, sino como una división entre regímenes amigos y regímenes hostiles. Por su parte, el presidente Joe Biden cuando asumió el cargo se comprometió de nuevo hasta cierto punto a apoyar la democracia, utilizando una retórica más firme en ese sentido. Aun así, en su primer año de mandato, el Gobierno Biden no incrementó de forma drástica los recursos que respaldaran la agenda de apoyo a la democracia. Desde el punto de vista estructural, el vínculo con el cambio en el orden internacional fue un factor que impulsó el recorte progresivo de los gastos relativos a los compromisos democráticos de Estados Unidos durante ese período, al haber llegado los estrategas estadounidenses a la conclusión de que el cambio hacia la multipolaridad o el plurilateralismo dejaba menos espacio para que la democracia constituyera una clara prioridad (Pee, 2016).
Los gobiernos europeos no se retiraron de sus compromisos democráticos tal como había hecho Estados Unidos en la época de Trump, pero sus políticas al respecto también perdieron empuje y se instalaron en un papel secundario y de perfil bastante bajo en la política exterior de la Unión Europea (UE). Tal como muestra un amplio repertorio de estrategias, en la década de 2010, la UE avanzaba lentamente hacia unas narrativas basadas en la prioridad de los intereses geopolíticos, el poder, la soberanía, la autonomía y otros conceptos similares. Aunque sus implicaciones operativas concretas en principio no eran evidentes, estos términos fueron desplazando con claridad parte de la prioridad que anteriormente se había otorgado al apoyo a la democracia. En ese período, los mayores incrementos de la ayuda europea se dirigieron a regímenes autoritarios, por motivos relacionados con la migración, la energía, la cooperación contra el cambio climático y la lucha antiterrorista (Youngs, 2021).
El punto de inflexión: parcial y no para todo el mundo
Una pregunta obvia que ha permeado los debates políticos internacionales y diplomáticos desde febrero de 2022 es hasta qué punto la guerra en Ucrania altera la trayectoria actual de la atrofia democrática. La mayoría de las personalidades políticas occidentales han insistido en múltiples ocasiones en que esta guerra va de defender los valores democráticos y representa una intensificación de la batalla contra las potencias autocráticas; asimismo, sostienen que los esfuerzos por defender la soberanía ucraniana son también los esfuerzos por reforzar los valores democráticos, no solo de Ucrania, sino más allá. En particular, el presidente Volodimir Zelenski suele presentar la resiliencia de Ucrania como algo fundamental para la resiliencia más amplia de la democracia dentro del orden mundial. Al respecto, podrían citarse centenares de ejemplos de otros líderes occidentales. El presidente Biden lo ha recalcado en repetidas ocasiones: «estamos comprometidos de nuevo en una gran batalla por la libertad; una batalla entre democracia y autocracia, entre libertad y represión»1. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, utilizaba el mismo tono: «es la guerra de la autocracia contra la democracia (...). Este hito en la política mundial requiere un replanteamiento de nuestra agenda de política exterior.Es el momento de invertir en el poder de las democracias. Esta labor comienza con el núcleo de nuestros socios afines; nuestros amigos de cada una de las naciones democráticas de este mundo»2.
Desde el inicio de la guerra en Ucrania, las nuevas estrategias occidentales se van llenando de compromisos democráticos reforzados. En la nueva Estrategia de Seguridad Nacional estadounidense de 2022, se incluyó 99 veces la palabra «democracia» y se brindaba la imagen de una «contienda por el futuro de nuestro mundo» entre China, Rusia y otros estados autócratas «que trabajan horas extras para menoscabar la democracia y exportar un modelo de gobernanza caracterizado por la represión dentro del país y la coacción fuera de él» (La Casa Blanca, 2022). Por su parte, el nuevo concepto estratégico de la Organización del Tratado del Atlántico Norte establece que, ahora, el objetivo prioritario de la seguridad es poner fin a la tendencia de «avance del autoritarismo» (OTAN, 2022). Estados Unidos se ha comprometido a aportar 1.100 millones de dólares a la Iniciativa Presidencial para la Renovación Democrática (La Casa Blanca, 2023), y el Gobierno ha creado un nuevo puesto para la renovación democrática fuera del país, poniendo en marcha la Iniciativa de Resiliencia Democrática Europea con una nueva financiación por un importe de 320 millones de dólares. Además, a iniciativa de Estados Unidos, el Grupo de los Siete (G-7) anunció en junio de 2022 la creación de la Asociación para la Infraestructura y la Inversión Global, a fin de alejar a los estados en desarrollo de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (Belt and Road Initiative) de China, y con el objetivo de movilizar 600.000 millones de dólares, de los cuales Estados Unidos se comprometía a aportar 200.000 millones.
La nueva Brújula Estratégica de la UE (marzo de 2022) señalaba de forma parecida que la política de seguridad debe formularse ahora en torno a una «competencia entre sistemas de gobernanza»3. Así, la UE también elaboró su propio paquete de medidas de «defensa de la democracia» en el que identificaba, entre otras, la amenaza rusa a la política liberal. El acuerdo de la UE de otorgar a Ucrania y Moldova el estatus de países candidatos, así como los pasos de Georgia en esa misma dirección, marcan su compromiso mucho más firme con las reformas democráticas de estos países. De forma más directa, como consecuencia de la invasión rusa de Ucrania, Estados Unidos y unos cuantos estados de Europa del Este han reforzado su apoyo a la democracia de Taiwán, aunque otros estados europeos –como Francia y Alemania– hayan evitado hacerlo.
Sin embargo, la guerra no ha abierto una división nítida entre democracias y autocracias. Gobiernos democráticos no occidentales han rechazado la insinuación de que en la guerra de Ucrania se libra una batalla del orden mundial en pro de la democracia. De hecho, algunas de las mayores democracias del mundo, como India, Indonesia, Mongolia o Sudáfrica, se han abstenido en las principales votaciones de condena a Rusia de Naciones Unidas. Solamente Corea del Sur, Japón y Taiwán han adoptado sanciones contra ese país. El Gobierno sudafricano ha culpado a la OTAN de la guerra e intensificado la cooperación en materia de seguridad con Rusia desde principios de 2022. Y en América Latina, Chile es el único país que ha condenado la invasión sin repartir la responsabilidad por igual entre Rusia y Occidente.
Esta indecisión democrática no occidental ha sido señalada en repetidas ocasiones en los medios de comunicación y artículos de análisis. Sin embargo, su significado para el componente democrático del orden mundial es una cuestión que debería matizarse, ya que, aunque democracias no occidentales se han opuesto a la presión punitiva contra Rusia, estas también han apuntado que, efectivamente, entienden la importancia de revertir la crisis de la democracia y proteger los valores democráticos en el plano internacional. Asimismo, a menudo destacan que, en principio, apoyan los objetivos de la democracia, pero que dichos objetivos se persiguen de forma excesiva a través de una agenda geoestratégica occidental. Al respecto, se preguntan por qué las regiones occidentales insisten actualmente tanto en la causa de la democracia por lo que sucede en Ucrania cuando durante mucho tiempo han hecho caso omiso de las amenazas a la democracia en otras zonas del mundo, habiendo sido muchas veces la fuente de esos problemas. Además, rechazan el argumento de que la suerte de la democracia depende ahora de lo que suceda en Ucrania, puesto que, en la mayor parte del mundo, la democracia sigue estando condicionada por factores muy locales de política interna, claramente independientes de la invasión y el nuevo contexto geopolítico mundial. Por otro lado, tienden a apoyar el principio de defensa de la soberanía más que el de la democracia. La opinión que estos países generalmente expresan es que la agenda de la democracia debe conllevar la democratización de la gobernanza global, y no reducirse a que las naciones occidentales presionen a otras potencias para que traten con dureza a Rusia (Jagtiani y Wellek, 2022). Las políticas de India muestran algunos de estos matices: su Gobierno ha criticado mucho la promoción de la democracia occidental, evitando alinearse demasiado con ese tipo de políticas, aunque también ha evidenciado un interés creciente en utilizar su democracia como herramienta estratégica contra la influencia autoritaria de China.
Pero las políticas no occidentales no son las únicas que no llegan a comprometerse del todo con la defensa de la democracia, ya que, en cierta manera, lo mismo ocurre con las respuestas occidentales, que se han vuelto más cercanas a la realpolitik. La estrategia de seguridad de 2022 de Estados Unidos, por ejemplo, señala el propósito de abordar con regímenes autoritarios los «problemas comunes» (La Casa Blanca, 2022). En el caso de la estrategia de seguridad actualizada de 2023 de Reino Unido, se afirma de forma explícita que la política no se estructurará en torno a la división entre democracia y autocracia, y que se intensificará la cooperación con estados que profesan valores diferentes (Gobierno de Reino Unido, 2023). Las y los líderes europeos suelen rechazar cualquier división absoluta entre democracia y autocracia, algo especialmente cierto en el caso del Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell (EEAS, 2022).
Las potencias occidentales han establecido nuevas alianzas en materia energética para sustituir el suministro de petróleo y gas procedente de Rusia con otras potencias igualmente autocráticas. De esta forma, los gobiernos europeos y de Estados Unidos han redoblado la cooperación con los regímenes autoritarios de diferentes estados de Oriente Medio y Norte de África en cuestiones de seguridad y energía. Cuando ha sido necesario, además, los objetivos se han centrado en crear alianzas más amplias contra Rusia con regímenes no democráticos. La recientemente creada Comunidad Política Europea, por ejemplo, incluye los autocráticos Azerbaiyán, Serbia, Turquía y algunos regímenes híbridos, siendo Rusia y Belarús los únicos países del continente no invitados. Las políticas occidentales en algunas zonas del mundo no se han visto muy afectadas por la guerra de Ucrania; como ejemplo, Estados Unidos no ha respondido de forma crítica a la clara deriva autoritaria del presidente mexicano Manuel López Obrador, sino que más bien ha priorizado la firma de nuevos acuerdos sobre el retorno de las personas migrantes.
Lo verdaderamente crucial de este contexto es que la centralidad de las normas democráticas en el orden global ha cedido ante un objetivo de «búsqueda de equilibrios» más clásico: el de convencer a China de que adopte al menos algunas discretas medidas diplomáticas para alejarse de Rusia. Si bien muchas democracias occidentales insisten en la necesidad de enfrentarse al reforzado eje Rusia-China mediante el incremento de la protección a la democracia, cada vez se centran más en las formas de sembrar la discordia entre estas dos potencias. Esto desdibuja la división democracia-autocracia como lógica estructuradora fundamental del orden mundial posguerra de Ucrania.
Algunos observadores sostienen que, en la práctica, la estrategia de Occidente ha consistido en reforzar el principio de soberanía mediante el apoyo a Ucrania, pero que ello dista mucho de ser sinónimo de cualquier tipo de preocupación por la democracia en un sentido sistémico a escala global (Wertheim, 2022). Los compromisos económicos de los estados occidentales para el apoyo a la democracia son todavía modestos comparados con el gasto más orientado a la seguridad. Los donantes de la UE siguen sin especificar por adelantado los importes exactos en favor de la democracia, aunque insisten en que este es su objetivo prioritario en relación con la guerra (Youngs et al., 2023). El presupuesto de Estados Unidos en favor de la democracia sigue siendo reducido con respecto a otras partidas del presupuesto de la ayuda, pese a todas las nuevas iniciativas (Temin, 2023). Reino Unido ha creado el Fondo Integral de Seguridad para impulsar el apoyo a la seguridad a nivel mundial, mientras que su apoyo a la democracia ha disminuido desde el inicio de la guerra (ICAI, 2023). El discurso de la UE ha girado únicamente en torno al deseo de ser una potencia geopolítica, sin prestar mucha más atención a la cuestión operativa de aumentar los recursos destinados a promover o proteger los valores democráticos.
¿Está condenada la coordinación del orden democrático?
La guerra contra Ucrania ha reabierto el antiquísimo debate sobre si los estados democráticos pueden o deben crear estructuras para una coordinación más firme entre ellos con vistas a proteger y apoyar las normas democráticas. La idea de una alianza democrática se lleva proponiendo de forma intermitente desde hace muchas décadas y tampoco ha acabado de arraigar. Sin embargo, si cobrara empuje, el concepto de lo que podría denominarse «coordinación democrática» tendría consecuencias significativas para el orden mundial: marcaría el cambio del multilateralismo inclusivo a una agrupación «minilateral» de países democráticos actuando en favor de los valores democráticos rechazados por el elevado número de regímenes autoritarios existentes en todo el mundo.
Desde su creación en 2000, la Comunidad de Democracias (Community of Democracies, CoD)4 organiza diálogos y dirige proyectos sobre la democracia, pero no se ha convertido en una organización de alto nivel que influya en los principales problemas políticos que enfrenta el orden mundial. Durante los primeros años de la década de 2010, varias democracias no occidentales mostraron interés en desempeñar una función más importante de apoyo a la democracia internacional. Países tales como Brasil, India, Indonesia, Sudáfrica y Turquía comenzaron a financiar iniciativas de gobernanza democrática en el exterior y emprendieron una actividad diplomática relacionada con la democracia. Sin embargo, casi todos estos estados sufrieron posteriormente un retroceso democrático y, en su mayoría, se han desviado de esos esfuerzos externos de política exterior. Más allá de América del Norte y Europa, solo Australia, Corea del Sur, Japón y Taiwán han invertido en la lógica del apoyo a la democracia con iniciativas de financiación y fundaciones relacionadas con la democracia aunque, incluso en estos casos, a un nivel relativamente bajo.
El nuevo proceso llamado Cumbre por la Democracia (S4D, por sus siglas en inglés)5 ha colocado de nuevo la cuestión de la coordinación democrática en la agenda internacional. La Administración Biden propuso y organizó una primera reunión en diciembre de 2021, con el objetivo declarado de abordar la crisis de la democracia y contrarrestar la oleada autoritaria a nivel global. La meta principal de esta iniciativa es lograr que el apoyo a la democracia pase de constituir una parte de la financiación de la sociedad civil a pequeña escala a ocupar un lugar central de la geopolítica relacionada con el orden internacional. La primera S4D, en formato virtual, atrajo a más de un centenar de gobiernos participantes, los cuales se comprometieron tanto a mejorar la democracia en sus propios países como a proteger más la democracia a nivel internacional6.
En marzo de 2023 se celebró la segunda S4D, en la que participaron 117 estados. Para algunas democracias asiáticas y europeas, ese proceso en ese momento era incluso más importante debido a la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Los gobiernos de Corea del Sur, Países Bajos, Costa Rica y Zambia fueron coorganizadores, junto con Estados Unidos, coordinando actividades temáticas. Se llevaron a cabo gran cantidad de eventos y diálogos, en los que participaron centenares de actores del mundo de la política y la sociedad civil, incluidos algunos escépticos sobre el discurso de las democracias occidentales en relación con Ucrania. Los gobiernos acordaron crear nuevas plataformas de cooperación sobre determinadas cuestiones, como la cleptocracia, la tecnología digital y el empoderamiento de las mujeres. Corea del Sur aceptó organizar una tercera cumbre para garantizar que la coordinación democrática mundial siguiera adelante.
La S4D ha ido ganando un empuje mayor del que muchos escépticos consideraban posible en un inicio, y el nuevo papel de liderazgo desempeñado por Corea del Sur puede reducir el dominio que Estados Unidos ejerce en ese proceso. Sin embargo, la S4D aún no se ha convertido en un proyecto del más alto nivel en relevancia geopolítica, al menos por ahora: sigue careciendo de recursos y estructura institucional propios y de los medios necesarios para garantizar que los gobiernos democráticos realmente cumplan sus promesas de mejorar la democracia; a pesar de su carácter geopolítico, se ha ceñido más a eventos y diálogos sobre temas genéricos tales como la corrupción; en él participan las democracias asiáticas, pero estas no dejan de expresar su preocupación por el hecho de que Estados Unidos utilice de forma muy visible la cumbre como alianza contra China; además, mientras que en estas cumbres participan países con índices de democracia relativamente bajos, se excluye a otros mejor clasificados; y algunos de los que fueron invitados –como Malasia, Pakistán y Sudáfrica– declinaron asistir.
Por otro lado, más allá de la cumbre y en relación con el discurso de la coordinación democrática, la cooperación en materia de seguridad entre las democracias asiáticas y occidentales se ha intensificado entre 2022 y 2023. El objetivo declarado de esta cooperación en materia de seguridad es defenderse contra el nacionalismo autocrático chino, por lo que se han fortalecido varios niveles de lazos de seguridad en la región indopacífica. El Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (Quad, por sus siglas en inglés) –formado por los estados democráticos de Australia, Estados Unidos, India y Japón– ha aumentado su actividad. Reino Unido y Francia se unieron en 2023 para mantener una presencia marítima permanente en la zona del Indopacífico.
En cualquier caso, aunque no exista un único bloque democrático emergente, tampoco es que reine una armonía plena entre los regímenes autoritarios. Durante una reunión con Biden, el presidente Xi insistió en que China no consideraba que «democracia frente a autoritarismo» fuera la «tendencia de los tiempos» (Reuters, 2022). Además, algunos regímenes autocráticos se van sintiendo cada vez más incómodos con los lazos que mantienen con Rusia. Esto se hizo patente en Asia Central, por ejemplo, donde concretamente Kazajstán trató de establecer alianzas de contrapeso con estados democráticos y consideró la posibilidad de abandonar la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, liderada por Rusia. En Asia Central, la sociedad civil ya ha empezado a hablar de la necesidad de una «descolonización» con respecto a Rusia como referente, a fin de presionar a sus gobiernos para que lleven a cabo reformas y más iniciativas para suprimir la influencia rusa. De hecho, muchos regímenes no democráticos son tan reacios como la mayoría de las democracias a que se ahonde la división entre democracia y autocracia.
Conclusión
En la última década, el surgimiento de un nuevo orden mundial de carácter más quebradizo y geopolítico no ha hecho más que agravar los problemas de la democracia existentes en todo el mundo. Esta situación dista mucho de ser el único factor, o siquiera el más importante, que explica la crisis de la democracia a nivel mundial, aunque es evidente que las tendencias políticas nacionales e internacionales se han solapado y nutrido las unas de las otras. El debilitamiento del orden liberal internacional forma parte de la crisis de la democracia a escala nacional; a su vez, la regresión democrática al nivel nacional ha debilitado el orden liberal internacional. Las democracias occidentales generalmente han reaccionado a estas tendencias ajustando de forma pragmática su política exterior, de tal manera que han rebajado la ambición de que el apoyo a la democracia sea un elemento fundamental del orden mundial.
La guerra de Rusia contra Ucrania ha tenido un efecto considerable en esta confluencia de factores. Si, por una parte, coloca la amenaza y el peligro para la gobernanza democrática en otro nivel de gravedad, por la otra, esa misma gravedad ha reforzado el compromiso de las democracias occidentales con la defensa del orden liberal y las normas democráticas (Way, 2022). Con frecuencia, una de las conclusiones a las que se llega es que la guerra constituye un momento decisivo que saca a los estados democráticos de su letargo para dar un mayor impulso a la democracia en su batalla cada vez más existencial frente a la autocracia (Snyder, 2022). En la actualidad, las democracias occidentales manifiestan que la defensa de sus propios sistemas políticos y el cumplimiento a nivel mundial de las normas democráticas son el núcleo de su enfoque geopolítico. En el contexto actual, los esfuerzos para superar las numerosas crisis de la democracia han pasado a ocupar un lugar destacado en el orden geopolítico emergente.
No obstante, hay muchos factores que van en detrimento de que se preste una mayor atención a la democracia y a la democratización del orden mundial. La mayoría de los gobiernos democráticos no occidentales no han aceptado el enfoque según el cual en la guerra de Ucrania se está librando una batalla mundial por los valores democráticos. Algunas democracias asiáticas, como Corea del Sur, Japón y Taiwán, han intensificado la cooperación con los países occidentales a causa de la guerra, pero la mayor parte de los países democráticos del mundo no han situado el apoyo a la democracia en el centro de su razonamiento estratégico (Menon, 2022). Estas democracias han denunciado las acciones de Rusia –y algunas han redoblado su apoyo a la coordinación e iniciativas democráticas–, pero no se han comprometido firmemente con esta agenda como para permitir que el apoyo a la democracia se multilateralice o desoccidentalice plenamente. Además, los mismos gobiernos occidentales han adoptado un pragmatismo muy orientado hacia la seguridad, en una combinación ad hoc de realismo endurecido y apoyo a la democracia.
La dinámica general es, por tanto, ambivalente. El orden mundial no está asumiendo una división clara entre democracias y autocracias. Esta obviedad se repite en innumerables artículos y, pese a que los y las líderes enfocan así la guerra de Ucrania, era de prever que eso es lo que ocurriría. No obstante, la mayoría de los análisis corren el peligro de caer en el otro extremo y descartar por completo la importancia de los valores democráticos. El poder movilizador de la identidad democrática ha sido muy fuerte en Ucrania y esto ha llegado a impregnar muchas de las reacciones estadounidenses y europeas. Una coordinación mundial más amplia en relación con la democracia podría estar ganando tímidamente un cierto empuje. El enfrentamiento entre democracia y autocracia se ha vuelto más significativo aunque, de momento, no sea el principio estructurador dominante de la política internacional.
Referencias bibliográficas
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Notas:
3- Véase en: https://www.strategic-compass-european-union.com/0_Introduction_Strategic_Compass.html
4- Para más información, véase: https://community-democracies.org/
5- Para más información, véase: https://summit4democracy.org/
6- Para más información sobre este tema, véase el Panel de la Cumbre por la Democracia creado por el Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia a las Elecciones (IDEA Internacional): https://www.idea.int/es/news-media/news/es/idea-internacional-apoya-la-cumbre-por-la-democracia-2021-2022-resumen
Palabras clave: orden internacional, democracia, crisis, geopolítica, valores, guerra en Ucrania
Cómo citar este artículo: Youngs, Richard. «Democracia, orden internacional y guerra en Ucrania». Revista CIDOB d’Afers Internacionals, n.º 134 (septiembre de 2023), p. 37-50. DOI: doi.org/10.24241/rcai.2023.134.2.37
Revista CIDOB d’Afers Internacionals, nº 133, p. 37-50
Cuatrimestral (mayo-septiembre 2023)
ISSN:1133-6595 | E-ISSN:2013-035X
DOI: https://doi.org/10.24241/rcai.2023.134.2.37