¿De crisis en crisis? Melbourne en plena COVID-19
Después de un devastador incendio forestal en enero de 2020, Melbourne se vio azotada por la COVID-19. La pandemia ha evidenciado los retos de gobernar una gran área metropolitana como Melbourne y ha subrayado la dependencia que las ciudades globales de su envergadura mantienen con las redes internacionales. Para mediados de año se espera con casi toda certeza la irrupción de una crisis económica potencialmente prolongada. Gestionar una ciudad global en medio de crisis solapadas puede convertirse en la nueva realidad.
En pleno confinamiento mundial, los acontecimientos de finales de 2019 pueden parecer una realidad lejana, pero todavía arden en la memoria de muchos de los residentes de Melbourne. Cuando el primer brote de lo que por entonces se conocía como SARS-CoV-2 empezó a propagarse, la ciudad acababa de ser testigo de una de las temporadas de incendios forestales más catastróficas de la historia, si no la peor. Con el 20 % de los bosques australianos afectados por incendios forestales, que supusieron más de dos tercios del presupuesto anual australiano en emisiones (unos 350 millones de toneladas de CO2) y miles de millones de daños en construcciones, agricultura, seguros y turismo, a principios de febrero, cuando llegó la pandemia, los habitantes de Melbourne todavía estaban inspeccionando los terrenos carbonizados de la región y la periferia.
En Melbourne tuvieron tan solo unas pocas semanas de respiro entre un desastre de origen climático y una catástrofe sanitaria. Sin embargo, ahora que se acerca el final del verano en el hemisferio sur, la situación parece más prometedora que en otras grandes ciudades internacionales. Desde un punto de vista comparativo, se podría aducir que Melbourne se ha visto poco afectada por la agitación mundial ocasionada por el coronavirus: mientras escribo estas líneas, se han registrado 1.182 casos confirmados en el Gran Melbourne (y solo 89 están enfermos, 17 más que ayer) y un total de 18 fallecimientos confirmados. Las restricciones del confinamiento siguen vigentes, pero se están levantando paulatinamente y se espera que se relajen más en los meses venideros si no se constatan más picos. Estas cifras están muy alejadas de las registradas en los grandes escenarios de la crisis como Milán, Nueva York y Londres.
Y, aun así, el confinamiento mundial, la inevitable y profunda recesión económica venidera y las medidas de distanciamiento social están afectando más que nunca a la región, a pesar de contar con unas cifras de contagio relativamente cómodas. Tal y como muchos ya han apuntado, para un país fundamentalmente urbano (86 %) con 25 millones de personas, cuya economía depende enormemente de la conectividad global, la COVID-19 puede suponer un cambio de rumbo desastroso, aunque se siga conteniendo la expansión del virus. El programa de subsidio de salarios JobKeeper, impulsado por el Gobierno federal y con una dotación de 130.000 millones de dólares australianos, aliviará en cierta medida el impacto de la crisis sobre el empleo, pero se prevé que la tasa de desempleo nacional aumente, probablemente, entre el 10 % y el 15 %.
El Gobierno local de Melbourne ha actuado con relativa celeridad. La ciudad rápidamente ofreció cinco millones de dólares australianos en subvenciones para que pequeñas y medianas empresas y organizaciones sin ánimo de lucro invirtieran en capacidades digitales y de comercio electrónico, además de establecer un fondo de dos millones de dólares australianos para apoyar económicamente a artistas y pequeñas organizaciones, con el cometido de crear nuevos trabajos, o para la presentación digital de obras de arte y representaciones. Cabe destacar que, junto con los artistas y, sin duda, las personas más pobres (por ejemplo, con un programa de seis millones de dólares australianos para medidas de apoyo a la cuarentena de personas sin hogar), la ciudad ha querido ayudar a los trabajadores esenciales incluso con gestos mundanos, como regalando etiquetas de aparcamiento a 8.000 trabajadores de primera línea del ámbito de la salud y otros servicios indispensables. En un país erigido gracias a la inmigración, la mayoría de estos trabajadores son extranjeros.
El carácter «global» de Melbourne se ha hecho más que patente. La ciudad también ha tomado medidas para demostrar su liderazgo en la protección de su amplia comunidad de estudiantes internacionales, que asciende a más de 200.000, de los cuales al menos 52.000 viven en el centro, y lo ha hecho antes de que se pronunciaran sus principales universidades. A comienzos de abril, el alcalde y el Ayuntamiento crearon un centro de apoyo específico que ofrece asesoramiento, un servicio de mediación y un fondo de solidaridad, y pidieron más ayuda para los estudiantes internacionales, muchos de los cuales se encontraron en condiciones precarias de vivienda y servicios durante la pandemia de COVID-19. El Gobierno del estado de Victoria respondió con un fondo de socorro para emergencias dirigido a los estudiantes internacionales con 45 millones de dólares australianos, y amplió la exención de costes sanitarios por COVID-19 a los visitantes extranjeros.
La ciudad también se ha planteado la posibilidad de afrontar la recuperación como una oportunidad de transformación para construir una Melbourne mejor: los primeros experimentos se han iniciado en plena crisis. Sin duda, es el momento idóneo para este tipo de experimentación: el número de ciclistas urbanos ha llegado a niveles récord durante el confinamiento y el tráfico rodado ha registrado una caída del 88 %. El Ayuntamiento se ha mostrado proactivo a la hora de aprovechar esta oportunidad. Ya hay planes en marcha para eliminar varios aparcamientos de coches y dar lugar así a más espacio para los peatones, además de desplegar 12 kilómetros de carril bici temporal en el distrito financiero del centro en pos del distanciamiento social a medida que se levanten las restricciones impuestas por la COVID-19. En este sentido, Melbourne se ha sumado a la tendencia de retroadaptación de la movilidad temporal impulsada por Milán y Berlín, en un momento en que Londres y París también avanzan en la misma dirección.
Muchas de estas innovaciones no son ninguna novedad ni suponen esfuerzos sin precedentes. Al igual que Londres, Sídney llevaba desde 2014 trabajando en su «autopista parta ciclistas». De hecho, muchos de los cambios propuestos que alterarán, al menos temporalmente, nuestra movilidad en la ciudad a medida que abramos una nueva etapa de la crisis ya se recogían en la Estrategia de Transportes 2030 del Ayuntamiento, si bien ahora se está acelerando su implementación.
Sin embargo, Melbourne no solo engloba la ciudad de Melbourne (Gleeson y Spiller, 2012). La ciudad en sí tiene una superficie de unos 37 km2 y una población de 169.961 personas. Y aunque, sin duda, alberga algunos de los principales actores económicos, educativos y culturales, así como numerosos lugares emblemáticos, dista mucho de cubrir todo Melbourne. Su área abarca cinco millones de personas y 10.000 km2, a la vez que está rodeada por otras realidades regionales no tan pequeñas, como Geelong (253.269 habitantes), en el sudoeste litoral, y Ballarat (107.325 habitantes), en el noroeste interior. De forma parecida a Sídney, 31 consistorios conforman la denominada «Gran Melbourne». Se trata de un factor local clave (Rossiter y Gibson, 2011), ya que, por ejemplo, la mayoría de habitantes de la ciudad (el 46,6 %) viven en áreas de influencia de gobiernos locales externos. Ante la ausencia de una autoridad metropolitana o regional, como la Greater London Authority (GLA) de Londres, o incluso un órgano de coordinación con el Gobierno del estado, como la Greater Sydney Commission en Nueva Gales del Sur, le ha tocado al Gobierno del estado de Victoria gestionar el grueso de la respuesta a la crisis. De hecho, muchos afirmarán que la respuesta a la COVID-19 en Australia ha sido un recordatorio de los poderes de los primeros ministros y los estados, así como de las limitaciones tanto de los consistorios locales como del Ejecutivo federal en Canberra.
Tal y como señalábamos anteriormente, la ciudad de Melbourne ha respondido proactivamente a muchos de los problemas crónicos acuciados por la crisis. Y, aun así, no ha acaparado el foco de atención como sus homólogas internacionales en organizaciones como C40 Cities, 100 Resilient Cities o ICLEI – Local Governments for Sustainability. Tampoco ha tenido protagonismo en el liderazgo internacional como impulsora de un debate global, o regional, y el intercambio entre ciudades. Milán, por ejemplo, ha pasado a ocupar la presidencia del Grupo de Trabajo Global de Alcaldes para la Recuperación de la COVID-19 auspiciado por C40, y Freetown ha estado presente en varios foros (virtuales) no gubernamentales y multilaterales, donde ha compartido su dramática experiencia en la contención de la epidemia de ébola en 2014 y 2015. Nueva York, Helsinki y Montreal lideran el debate sobre la dinamización de los ODS y la posibilidad de abordar las desigualdades en momentos de divisiones económicas crecientes (Acuto, 2020).
En este sentido, Melbourne puede hacer más. Las crisis fruto de los incendios forestales, el clima y la salud pública sacan a relucir una crisis de desigualdades subyacente y más profunda en todo el área metropolitana que acarrea graves problemas de pobreza (el 12,6 % en el Gran Melbourne), personas sin hogar (aumento de casi el 50 % en la última década) y vulnerabilidad de los hogares con ingresos bajos en toda la región.
La crisis de los incendios forestales ya empezó a apuntar en esta dirección poniendo el énfasis en los suburbios y entornos periurbanos de la ciudad global (Connolly et al., 2020). Cabe esperar que con la COVID-19 se preste más atención a estos peligros transversales que ponen en riesgo a cientos de miles de personas (Lee et al., 2020). En este ámbito, la respuesta ha sido un poco lenta, pero los ejecutivos tanto del estado como de la ciudad son conscientes del problema. Una vez más, la oportunidad de Melbourne es clara: puede actuar como puente real entre un liderazgo local continuo, su merecido puesto como ciudad global entre sus homólogos y una voz regional importante en el sudeste asiático y el Pacífico, a la par que podría redoblar sus esfuerzos internacionales para convertirse en un impulsor del debate en torno a unas brechas de desigualdad urbana cada vez más profundas en pleno episodio de un elemento disruptivo de gran envergadura. En efecto, no podemos obviar que esta crisis está lejos del final y que la próxima crisis puede aguardar a la vuelta de la esquina. En enero, la devastadora temporada de incendios forestales pareció marcar el ritmo de la capital de Victoria para 2020. Y, entonces, llegó la COVID-19 a Melbourne. Para mediados de año se espera con casi toda certeza la irrupción de una crisis económica potencialmente prolongada. Gestionar una ciudad global en medio de crisis solapadas puede convertirse en la nueva realidad, y no solo en las antípodas.
Referencias bibliográficas
Acuto, M. «COVID-19: Lessons for an Urban(izing) World». One Earth 2(4), 2020, pág. 317-319.
Connolly, C., Keil, R. y Ali, S. H. «Extended urbanisation and the spatialities of infectious disease: Demographic change, infrastructure and governance ». Urban Studies, 2020 (primero en línea). [Fecha de consulta: 19.05.2020] https://doi.org/10.1177%2F0042098020910873
Gleeson, B. y Spiller, M. «Metropolitan governance in the urban age: trends and questions». Current Opinion in Environmental Sustainability, 4(4), 2012, pág. 393-397.
Lee, V. J., Ho, M., Kai, C. W., Aguilera, X., Heymann, D. y Wilder-Smith, A. «Epidemic preparedness in urban settings: new challenges and opportunities ». The Lancet Infectious Diseases, 20(5), 2020, pág. 527-529.
Rossiter, B. y Gibson, K. «Walking and performing ‘the city’: A Melbourne chronicle». En Bridge, Gary, y Sophie Watson (eds.), The New Blackwell Companion to the City (pág.488-498). John Wiley & Sons, 2011.