Ciudades y refugiados: el mensaje de Barcelona

Opinion CIDOB 349
Fecha de publicación: 09/2015
Autor:
Elena Sánchez Montijano, investigadora sènior i Eduard Soler i Lecha, investigador sènior i coordinador de recerca, CIDOB
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Elena Sánchez Montijano, investigadora sénior, CIDOB

Eduard Soler i Lecha, investigador sénior y coordinador de investigación, CIDOB

 

Las imágenes de los miles de refugiados, en su mayoría sirios y afganos, atravesando los Balcanes para intentar llegar al corazón de Europa, han sacudido conciencias. También en ciudades como Barcelona, ​​que están relativamente lejos del epicentro de la crisis pero quieren y pueden asumir un esfuerzo de solidaridad en estas circunstancias excepcionales. En estos momentos la inmensa mayoría de los grupos políticos representados en el pleno municipal apoyan que Barcelona se convierta en una ciudad de acogida y contribuya activamente a articular una red de ciudades-refugio. Cualquier respuesta debe construirse sobre la inmediatez de la crisis actual pero también desde la constatación de que es un fenómeno de largo recorrido. Los refugiados continuarán llegando y los que ya están aquí no podrán volver a sus países a corto plazo. Hay que pasar de las palabras a la acción y hacerlo en cuatro ámbitos diferentes.

Hay que mejorar la infraestructura de acogida de la que dispone la ciudad de Barcelona, ​​especialmente en lo que se refiere al alojamiento y el apoyo psicológico, jurídico y de inserción socio-laboral. La falta de plazas es una prueba flagrante de que Barcelona está infradotada, incluso si se compara con otras grandes ciudades españolas. En toda Cataluña hay menos de treinta, mientras que Madrid dispone de 250 que, en cualquier caso, se han quedado muy cortas ante el aumento de solicitudes de los últimos años. En la respuesta a esta emergencia humanitaria el Ayuntamiento no estará solo. Como está sucediendo en otros países (campañas ciudadanas en Islandia y Alemania  son ejemplos claros), un número significativo de personas se están ofreciendo para proporcionar alojamiento y apoyo a los refugiados. Además, Barcelona cuenta con un tejido asociativo que está dispuesto y movilizado por ser la tercera pata en esta estrategia de acogida. Uno de los colectivos que debería ser objeto de atención preferente si hablamos del modelo de familias de acogida es el de los menores no acompañados y sin vínculos familiares en territorio europeo, un fenómeno en auge en los últimos meses según la ONG Save the Children.

El segundo pasa por resolver lo que se tiene más cerca. Aunque las cifras no tienen nada que ver con las de otros países europeos como Alemania o Suecia, en España también ha habido un aumento de solicitudes de asilo, especialmente sirios (más de 1.500 en el año anterior según datos de Eurostat) y algunos de ellos se encuentran en situaciones muy precarias como los que se acumulan en centro de acogida de Melilla (según ACNUR, más de 1000 solicitantes hace unos meses) y que han llegado a través de la frontera terrestre con Marruecos. Si Barcelona quiere acoger refugiados sirios, no tiene porqué esperar a que el gobierno español decida reubicar en la capital catalana una parte de los refugiados que transitan por los Balcanes hacia Hungría o los que diariamente llegan a las costas griegas e italianas. Puede comenzar con aquellos que ya se encuentran en territorio español.

El tercero es construir alianzas municipales. Por un lado, se debería articular un bloque de grandes ciudades para persuadir al Gobierno de que tenga una actitud más generosa en materia de reubicación y reasentamiento y más diligente a la hora de tramitar las solicitudes de asilo (que en algunos casos pueden tardar cuatro años en resolverse). Para conseguir que el Gobierno mueva ficha, es esencial que esta alianza no se limite a lo que ya se denomina “las ciudades del cambio”, es decir, aquellas en las que las candidaturas ciudadanas y fuerzas políticas emergentes han alcanzado responsabilidades de gobierno después de las elecciones del 24 de mayo. Por otra parte, hay que europeizar este movimiento. La imagen y prestigio de la ciudad de Barcelona puede abrir la puerta a que otras grandes ciudades europeas sumen esfuerzos para articular respuestas dentro de sus países y también a escala europea. Se trataría de europeizar la idea de red de ciudades-refugio y actuar como un lobby ante las instituciones europeas. Hasta el punto de que puedan hacer de pinza ante unos Estados miembros que, con excepciones, siguen respondiendo de forma cicatera y defensiva. Idealmente, alcaldesas y alcaldes europeos deberían transmitir este mensaje antes de la cumbre de jefes de estado y de gobierno prevista para el día 14 de septiembre.

El cuarto es trabajar con el resto de administraciones públicas. Los gobiernos estatales son los únicos que tienen la potestad para reconocer el estatuto de refugiado y los que, según el programa de Dublín (cuestionado ahora por su inoperatividad) tienen la obligación de proporcionar los servicios de acogida básicos para cualquier solicitante. Si Barcelona, ​​como gobierno municipal y como sociedad, puede poner a disposición una infraestructura de acogida, deberá trabajar con el gobierno central para reubicar aquellos que ya se encuentren en territorio español o europeo. También se debe trabajar con los gobiernos autonómicos y con las estructuras supramunicipales, especialmente cuando se trata de proporcionar servicios básicos (educación, sanidad, orientación laboral). En esta línea, hay que tener en cuenta que la suma de los esfuerzos de acogida de muchas ciudades pequeñas o incluso pueblos en zonas rurales puede tener un impacto muy significativo. Además, en estos municipios pequeños a menudo es más fácil articular respuestas colectivas de acogida y poner a disposición alojamientos que se encuentran en desuso. Salvando todas las distancias, podrían emularse algunas de las iniciativas que en zonas rurales envejecidas y despobladas se llevaron a cabo para atraer hacia su municipio a familias con hijos, ofreciendo alojamiento y trabajo. Pero estos municipios no pueden hacerlo solos, necesitan que las grandes ciudades actúen de hermano mayor y tiren del carro.

En el marco de este trabajo "vertical" entre diferentes niveles de gobierno, hay que aprovechar las experiencias adquiridas en otros países, donde la coordinación es la base para la eficacia de sus actuaciones. Suecia o los Países Bajos son buenos ejemplos de coordinación entre administraciones públicas y áreas, según indica el informe de la red europea SHARE. Estos países cuentan con una infraestructura y una trayectoria de acogida mucho más sólida, de las que se podrían y se deberían importar buenas prácticas. En este camino, las instituciones europeas y muy especialmente la Comisión serán un aliado natural para cualquier ciudad que quiera compartir este esfuerzo de solidaridad y quiera trabajar en red con otras ciudades europeas. Y habrá que asegurarse de que los nuevos fondos que la Comisión ponga a disposición de los Estados para hacer frente a esta crisis humanitaria sean gestionados por aquellos que se encargan de proporcionar los servicios de acogida.

Barcelona no es una ciudad europea cualquiera. No en vano, la revista Fortune había situado al anterior alcalde como uno de los cincuenta líderes más influyentes del mundo. Se ha hablado mucho de la "marca Barcelona", aunque no siempre favorablemente. Ante esta crisis humanitaria, y con el empuje de una sociedad conmocionada y movilizada, Barcelona puede reiterar tres de los mensajes que forman parte de su código genético. Primero, que es una ciudad abierta y solidaria. Segundo, que quiere y puede influir a escala europea. Y tercero, que tiene un compromiso con lo que sucede en los países vecinos que va más allá de discursos autocomplacientes sobre su capitalidad euro-mediterránea.

 

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