Burkina Faso: El año de los golpes de Estado en el país de los hombres íntegros

Opinion CIDOB 740
Fecha de publicación: 11/2022
Autor:
Viviane Ogou, investigadora visitante junior, CIDOB
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Un segundo golpe de Estado ha sacudido Burkina Faso este 2022. El capitán Ibrahim Traoré, de 34 años, tomó el poder acusando al hasta entonces presidente, el también golpista Paul-Henri S. Damiba, de incapacidad para hacer frente a la crisis multidimensional que sufre el llamado «país de los hombres íntegros». La falta de recursos, diez años de contraterrorismo falido, y la institucionalización del discurso antifrancés han actuado como instrumentos de la nueva asonada. 

El viernes 30 de septiembre un grupo de soldados de la unidad especial antiterrorista «Cobras» perpetró un golpe de Estado al Presidente de la transición Paul-Henri Sandaogo Damiba, quien a su vez también había alcanzado el poder de la misma forma en enero de este mismo año y dirigía las reformas del país para desarrollar elecciones en 2024. Las reivindicaciones iniciales de los golpistas eran personales: la liberación del teniente coronel Emmanuel Zoungrana y el pago de los salarios pendientes a la unidad. Sin embargo, pronto el líder del alzamiento, Ibrahim Traoré, acusaría a Damiba de incapacidad para hacer frente a la crisis de seguridad y a la espiral de violencia que envuelve al país desde hace siete años, y a la región desde hace ya una década. También incluiría una crítica ideológica a la gestión de la política interna e internacional de la Junta de Transición.

Las deficiencias estructurales que sufre Burkina Faso no solo limitan su capacidad de resolución de los problemas, sino que han derivado desde 2015 en una gran crisis. Por una parte, hay falta de cultura democrática resultado de 48 años de gobiernos militares, durante los cuales solo uno de los 11 presidentes ha conseguido terminar su mandato. La situación económica está en deterioro por la inseguridad, y por los efectos de la pandemia y de la guerra en Ucrania. En consecuencia, no hay capacidad de desarrollo de un sistema fiscal que contribuya a las necesidades de construcción de Estado, ni a ofrecer buenas condiciones laborales a los militares, o a facilitar servicios sociales a la ciudadanía, perpetuando así las causas de la radicalización y de la inestabilidad política.

La situación de seguridad se deterioró con la expansión de los grupos terroristas desde Malí. Desde entonces, conquistan territorios cada vez a mayor velocidad a través de ataques a civiles, militares e infraestructura crítica. Estos grupos están presentes en diez de las trece regiones del país, con una estrategia de aislamiento del centro. Si el ejército nacional no ha sido capaz de controlar el territorio es por su inexperiencia ya que desde los años 80 sus actividades se habían limitado al mantenimiento de la paz en otros países. A ello se suman las divisiones internas provocadas por una selección de mandos militares basada en la lealtad más que en la competencia por parte del Presidente Roch Marc Christian Kaboré, que lideró el país entre 2015 y 2022, dificultando la unidad y estabilidad dentro del ejército. La inseguridad provocada por el terrorismo ha generado la mayor tasa de desplazamiento interno de la región, con 1,3 millones de personas en los últimos dos años.

Como es habitual en situaciones de crisis en su área de influencia, el ejército francés ofreció apoyo militar a los países del Sahel a través de la llamada Operación Barkhane que pretendía limitar la proliferación de grupos extremistas. Sin embargo, a diferencia de Malí y Níger, con una posición más estratégica en la protección de las fronteras europeas, a Burkina Faso no llegaron las operaciones de capacitación militar ni civil de la Unión Europea. Además, como ha sido el caso en toda la región, las respuestas internacionales se han centrado en la militarización, dejando la necesidad de diálogo, de acceso a servicios y la cohesión social en manos de la lenta capacidad burkinabé de implementación de proyectos de construcción de paz. Otro aspecto relevante ha sido el tardío inicio de negociaciones con los grupos islamistas, a causa de la presión francesa contra la voluntad de unos gobernantes que, comprendiendo las dinámicas locales de forma más precisa que los expertos en la guerra contra el terror, reclamaban esta necesidad de diálogo desde un inicio. En resumen, a ojos de los amotinados, Damiba no supo solventar a tiempo la falta de recursos materiales y de capacidades estratégicas que había heredado de Kaboré, y tampoco tuvo tiempo de mostrar los resultados de la dinamización de las soluciones no securitarias.

La dimensión regional del golpe

Esta última asonada militar de Ibrahim Traoré es el quinto cambio de gobierno inconstitucional entre los miembros del G5 Sahel desde 2020, acontecidos también en el Chad, la misma Burkina Faso, y Malí. Las organizaciones regionales han desaprobado el alzamiento militar y los ataques a instalaciones francesas que lo sucedieron, pero no han mostrado interés en sancionar al país si respeta los acuerdos y el calendario de transición previamente pactado, que debería culminar con la vuelta al gobierno civil antes del 1 de julio de 2024. Por su parte, la limitada presión y la comedida respuesta francesa a los ataques a su embajada parecen responder también a la complejidad de la situación que vive el Sahel. Ya no es solo la gestión migratoria, la protección de infraestructura crítica o la lucha contra el terrorismo lo que hacen del Sahel una región estratégica para la UE, a esto se suma la necesidad de mantener buenas relaciones con estados que se han mostrado dispuestos a abrirse al Kremlin en plena invasión rusa de Ucrania.

En este contexto, la desinformación ha entrado en escena. Las tensiones provocadas por la presencia francesa han alimentado teorías de la conspiración y protestas ciudadanas en su contra. A su vez, ha aumentado también el interés de parte de la sociedad civil y de las élites burkinesas por contar con el apoyo de Rusia, que se entiende como una acción emancipatoria y anticolonial. El grupo Wagner también es visto como un salvador frente a la falta de resultados de la Operación Barkhane. Por este motivo, algunos manifestantes en apoyo a Traoré ondeaban banderas rusas. Si bien las campañas de desinformación forman parte del modus operandi de la entrada de Rusia en países frágiles de África, la narrativa anticolonial y el señalamiento a la injerencia del Elíseo ya estaba arraigada en una parte de la población desde antes de las independencias, y es una constante en el debate político ciudadano. En la actualidad, las críticas al gobierno francés están relacionadas con las asimetrías en las relaciones internacionales, la dependencia y la toma de decisiones estratégicas en el campo militar sin consultar adecuadamente con los gobiernos locales. De esta forma, un discurso ­–mayormente confinado al debate ciudadano– ha empezado a encontrar su espacio en los discursos oficiales.

En definitiva, si bien el golpe de Estado puede ser consecuencia de una tradición de intervención militar durante las crisis, y de la falta de recursos para una reforma estructural y para dar respuesta a las necesidades de la población, se suma ahora el giro geopolítico hacia Rusia en medio del auge del movimiento anticolonial. Ante esta situación, la Unión Europea debería buscar formas de canalizar la financiación a iniciativas y liderazgo local para el desarrollo y para la construcción de paz, con tal de acelerar el progreso, la consolidación de la sociedad civil y evitar las limitaciones de la perspectiva securitaria. Así mismo, debería buscar la forma de incluir a más expertos locales para evitar las limitaciones en la comprensión de las dinámicas micro y facilitar mejores resultados

Palabras clave: Burkina Faso, golpe de Estado, Traoré, Damiba, Sahel, transición, seguridad, terrorismo, Malí, UE, Francia, Rusia, grupo Wagner, África, anticolonialismo