Apuntes | ¿Qué cabe esperar de la ampliación de los BRICS?
En un mundo cada vez más polarizado como el que hoy habitamos, el futuro de los BRICS es un tema de la máxima atención para los analistas internacionales. Su reciente expansión, en 2023, es vista como un claro indicador de lo que está por venir y de los desafíos sísmicos que se avecinan.
En virtud de la reciente ampliación, cinco nuevos miembros (Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos) se han sumado a los cinco países fundadores de la organización que recibe el nombre de BRICS por la inicial de esos miembros iniciales (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). En cierto sentido, el grupo ampliado aspira a ocupar el espacio dejado por el Movimiento de Países No Alineados (MPNA), que ha ido perdiendo relevancia internacional y que, bajo el liderazgo de India, ha pretendido históricamente representar activamente al Sur Global. La nueva agrupación BRICS+ se sitúa en paralelo al G7 (Francia, Canadá, Alemania, Italia, Estados Unidos, Japón y Australia), que representa al núcleo de países del Norte Global. Con una China ambiciosa y en expansión al timón, BRICS+ emerge, en el contexto multilateral, como una fuerza mucho más potente de lo que el MPNA hubiera podido aspirar a ser.
La brecha entre el BRICS+ y el G7, como portavoces respectivamente del Sur y del Norte global, ha ido en aumento de manera significativa en los últimos años. El origen de esta división se remonta a la crisis financiera de 2007-2008, cuando el mercado inmobiliario de Estados Unidos asumió excesivos riesgos y terminó por colapsar, provocando una recesión mundial, quiebras bancarias, desempleo y una reducción de los ingresos. Aunque algunos países lograron escapar a sus efectos nocivos, en otros se paga aún el precio de los desmanes en Estados Unidos. Tras décadas de expansión vivaz de la globalización económica, esta ha entrado en una fase de ralentización, dando lugar a la denominada slowbalisation, caracterizada por un crecimiento económico y una expansión del comercio mucho más modestos. En paralelo, la elección de un presidente populista en Estados Unidos, Donald Trump, que ejerció su mandato entre enero de 2017 y enero de 2021, sumada al creciente sentimiento antinmigrante en Europa y al acaparamiento de vacunas por parte de los países ricos durante la crisis de la COVID-19, han sido elementos que han emponzoñado las relaciones entre los países occidentales y muchos países del Sur, en especial este último, ya que visibilizó la hipocresía de los países ricos en un contexto de pandemia mundial sin precedentes.
Una de las expresiones más visibles de este distanciamiento tuvo lugar a raíz de la invasión rusa de Ucrania, a la que Occidente respondió con un llamado a los países del Sur Global para que se alinearan con sus posiciones respecto a la guerra, incluso cuando conflictos de mayores dimensiones, como el de Sudán, recibían poca atención. Los países africanos recibieron presiones para dar un paso al frente y posicionarse en relación con este tema cuando, en otras cuestiones, como por ejemplo las derivadas de la competencia entre China y Estados Unidos por dar forma al orden global, sus opiniones son ignoradas sistemáticamente y ocupan un lugar marginal.
La realidad es que los africanos no queremos elegir bando. Necesitamos los profundos bolsillos financieros de Occidente de la misma manera que necesitamos las infraestructuras construida por China, sin importar que la mayor parte de nuestro comercio sea ahora con este país asiático.
Más recientemente, el castigo infligido por Israel al pueblo palestino en Gaza a raíz de los ataques terroristas de Hamás de octubre de 2023 ha puesto de manifiesto el gran abismo existente en la actualidad entre Occidente y el Resto, mostrando este último grupo de naciones su apoyo a la causa palestina mientras que Occidente ofrece un apoyo incondicional a Israel. Es como si el sistema occidental –el orden internacional liberal con sus reglas occidentales, su forma de vida, el libre comercio y la democracia– se desentendiera de los compromisos alcanzados.
En comparación con la coherencia ideológica e institucional de los miembros del G7, el conjunto BRICS+ es heterogéneo, como no podría ser de otra manera dadas las enormes diferencias históricas y de población. Todos los países del G7 son democracias liberales que defienden los derechos individuales, el libre mercado y la libertad de asociación y expresión. En cambio, en el grupo BRICS+, conviven países autoritarios y democráticos, con posiciones divergentes acerca de la libertad religiosa, la igualdad de género y otras cuestiones similares.
Donde coinciden todos los miembros del BRICS+ es en haber padecido la dominación occidental, bajo los efectos persistentes del colonialismo, el imperialismo o las sanciones. Es por ello que saben bien a lo que se oponen ‒esencialmente el orden internacional liberal creado por Occidente y todo lo que de este depende‒, pero en cambio, tienen más dificultades para definir lo que defienden, especialmente si tenemos en cuenta la competencia y la animosidad histórica existente entre algunos de sus miembros principales. El peligro de esta incoherencia tan evidente es que podría conducir al desmantelamiento efectivo del sistema actual basado en reglas sin un acuerdo sobre nuevas reglas e instituciones o, lo que parece más probable, a perpetuar la arquitectura actual a pesar de su pérdida de legitimidad y, por lo tanto, de autoridad para una acción efectiva.
Además, existen importantes diferencias entre ambos grupos en lo que respecta a la población (los BRICS reúnen el 46% de la población mundial frente al 10% del G7) y en cuanto al volumen de su economía y su dinamismo. Actualmente, las economías de los BRICS+ corresponden aproximadamente al 68% de las del G7; no obstante, en los escenarios globales futuros que barajamos, prevemos que el grupo BRICS+ superará al G7 en términos de volumen económico en torno a 2040, debido a un crecimiento mucho más rápido que el del G7 (véase Jakkie Cilliers, «Africa in the World», Institute for Security Studies, 15 de abril de 2024). Por consiguiente, para 2050, si se usan los tipos de cambio del mercado, la economía del BRICS+ será un 16% mayor que la del G7. Es más, si hacemos el cálculo en función de la paridad de poder adquisitivo, la economía del BRICS+ ya es hoy un 18% mayor y, para 2050, estará en un 52% por encima, debido al impacto de la población y el crecimiento económico de China e India. La situación cambiaría, no obstante, si el G7 incorporara al conjunto de la Unión Europea, que por el momento solo tiene estatus de observador.
El mundo está entrando en una era de renovada competencia entre las grandes potencias de Estados Unidos y China, líderes de los dos grupos opuestos. Si Estados Unidos domina económicamente el grupo de países del G7 (55% de la economía combinada del grupo, y con la previsión de que aumente ligeramente al 59% para 2050), China domina aún más dentro del grupo BRICS+ (61% del volumen económico, que se espera que permanezca constante hasta 2050). Por lo tanto, estos dos países seguirán dominando sus respectivos grupos a menos que la UE emerja como un actor global coherente por derecho propio.
Durante décadas, Occidente creyó ‒y la teoría de la modernización así lo defendió‒ que el comercio y la inversión globales en China darían lugar a una creciente convergencia en sus valores y sistemas y que China se volvería más occidental. Sin embargo, bajo el liderazgo de Xi Jinping, China se está volviendo más autoritaria, y emerge como un competidor sistémico de Occidente. Hoy en día, el auge del populismo, la xenofobia y las grandes empresas de Internet en Occidente, hacen que el futuro de la democracia occidental parezca menos seguro. Facebook y X siembran la discordia como parte de un modelo de negocio que instrumentaliza la libertad de expresión y el libre mercado para obtener ganancias monetarias sin precedentes. Hoy en día, no es China la que se enfrenta a presiones para permitir mayores libertades individuales, sino que es Occidente el que se ve en apuros, entre una población cada vez más envejecida, polarizada y atrapada en la codicia, y un mercado controlado por un puñado de compañías tecnológicas, como Alphabet y Meta, capaces de modelar y canalizar la ira en las redes sociales.
Los tres elementos clave de la cohesión social en las democracias liberales, a saber, el capital social ‒redes sociales marcadas por altos niveles de confianza‒, las instituciones fuertes y las historias compartidas, se han debilitado y han dado paso a la fragmentación social. En lugar de constatar una profundización y expansión de la democracia a nivel mundial, las conclusiones principales del Informe sobre la democracia de 2024 del proyecto «Varieties of Democracy» (V-Dem) muestran que el nivel medio de democracia del que disfruta la persona promedio a nivel mundial, en 2023, ha disminuido hasta alcanzar el nivel de 1985 y, según los autores, la media por países ha retrocedido a los niveles de 1998.
Nos estamos acercando a un punto de inflexión, donde el futuro apunta al surgimiento del Resto, como Fareed Zakaria predijo hace algunos años (véase Fareed Zakaria, The Post-American World. And the Rise of The Rest, Penguin, 2011). Está claro que el desafío inevitable al que se enfrenta Occidente es el de la imposibilidad de mantener su privilegio aislado de los demás actores internacionales. Solo con los datos antes aportados, sin importar el efecto del cambio climático, la pobreza, la demanda de empleo y similares, Occidente se ve abocado inevitablemente a una tesitura que le obliga a tomar decisiones difíciles: para liderar sistemas y prácticas para el futuro, o bien para ponerse a resguardo y esperar a que pase la tormenta.