Alternancia à la russe
3 de octubre de 2011 / Opinión CIDOB, n.º 127
Carmen Claudín,
directora de investigación, CIDOB
Los rumores de los últimos meses se han confirmado. Putin volverá a ser presidente, tras un “pacto de caballeros”, ahora tú, ahora yo. Ya no hará falta perder tiempo con los analistas y amigos rusos discutiendo si Medvédev representaba algo diferente, si tenía margen de maniobra real, si iba a ser capaz de plantar cara a Putin presentándose él también a las elecciones presidenciales. Aparentemente, todo ha ido bien: Constitución respetada, cambio consensuado, estabilidad asegurada. Pero si el ciudadano de a pie no parece ni sorprendido ni conmovido por la noticia, los medios más liberales, los expertos que se creyeron de verdad el discurso de la modernización, y muchos altos cargos del Kremlin que trabajaron para Medvédev, han percibido como un insulto añadido a la humillación oír decir a Putin que el pacto estaba sellado desde el inicio, lo que significa que el mandato de Medvédev no habría sido sino una parodia.
Putin puede constitucionalmente aspirar a otros dos mandatos, ahora de seis años, como establece una ley firmada por Medvédev en 2008, al inicio de su presidencia. Putin podría pues ser presidente 12 años más, con los que habrá acumulado casi 25 años en el poder, de los cuales cuatro como primer ministro. Varios jóvenes blogueros rusos, calculando la edad que tendrán entonces, concluyen que habrán pasado la mayoría de su vida adulta sin haber conocido una alternativa real.
Aclarado ahora en qué manos seguirá el futuro inmediato de Rusia -y por tanto, a muchos efectos, también el nuestro, el de los europeos-, los analistas empiezan ya a discutir acerca de qué Putin nos encontraremos en 2012 y qué hará éste una vez regresado a la casilla de la que salió por poco tiempo y que no dejó nunca de controlar. No es que Rusia haya cambiado sustancialmente en los cuatro años transcurridos ni que el apoyo popular a su persona haya bajado de forma notable. Más bien al contrario, el problema precisamente es que la situación del país no ha cambiado, o sea, no ha mejorado, estructuralmente. Los doce años de la era Putin presentan un balance poco alentador: un capitalismo monopolizado por un Estado que no necesita rendir cuentas, unas instituciones nominales –en particular la Justicia-, una corrupción omnipresente y unas relaciones gobernante / gobernado casi feudales. Entre tantas incertidumbres, lo que es seguro es que la modernidad tardará en llegar. Tras el brillo del crecimiento económico ruso que los recursos energéticos han propiciado y a pesar de los 110 dólares del barril de Brent, el concepto que ahora suena con fuerza en Moscú es estancamiento.
¿Qué se puede esperar de esta caricatura de alternancia? Destacados expertos, como Fyodor Lukyanov, editor de Russia in Global Affairs, o Andrew Kuchins, del Center for Strategic and International Studies, de Washington, coinciden en considerar que la política exterior rusa no sufrirá ningún cambio significativo. En política interior es donde todos los interrogantes quedan abiertos y, de momento, nada permite pensar que Putin no seguirá haciendo lo mismo, esto es, business as usual. Es cierto que los índices de satisfacción siguen tranquilizadores para el poder y que el nivel de vida de la gente ha progresado, lo cual, sumado al orden, conforma la base del pacto social del que se beneficia Putin. Pero se está extendiendo la opinión entre expertos políticos y económicos de que la fórmula Putin llegará a medio plazo a un agotamiento crítico.
Rusia se enorgullece de estar entre las estrellas ascendentes de los países BRIC pero un número creciente de economistas, rusos y extranjeros, considera que la comparación en términos de ritmo de crecimiento, productividad y seguridad de las inversiones, por no mencionar su crisis demográfica, deja a Rusia muy atrás respecto a Brasil, India y China. Serguéi Guríev, uno de los jóvenes economistas rusos más brillantes, rector de la Nueva Escuela Económica, estima que Rusia necesita un nuevo modelo de crecimiento y que el desarrollo actual del país está más o menos al nivel de Corea del Sur a finales de los noventa, pero sin la fortaleza institucional que ésta tenía ya entonces. Otro destacado economista, Vladislav Inozemtsev, director del Centro para Estudios Postindustriales de Moscú, recuerda que en Rusia, en promedio, un kilómetro de carretera asfaltada cuesta tres veces más que en Europa occidental, o que unas 49.000 personas empleadas en la industria del cemento del país produjeron, en 2008, 40 millones de toneladas de cemento frente a los 279 millones de toneladas producidas por 52.000 trabajadores en la UE.
El descontento es todavía débil en Rusia, o al menos poca gente dice en la encuestas de opinión que estaría dispuesta a salir a la calle a manifestarlo. Pero todos los estudios sociológicos rusos señalan que la estabilidad social dista de ser firme. Uno de los mayores problemas para Putin puede provenir de la misma clase media que ha surgido al calor del crecimiento de los últimos años cuando ésta se canse de no tener vías reales de expresar políticamente sus preferencias. A finales de febrero de este año, un nutrido grupo de intelectuales, analistas políticos, empresarios y periodistas, de un amplio espectro político, incluida gente cercana al poder, mandaron al presidente Medvédev una carta abierta en la que pedían un cambio profundo -si es que ya no era demasiado tarde- del curso seguido por Rusia: “la injusticia, la corrupción y la mentira, han llevado al país al aislamiento moral.” Veinte años atrás fue la combinación de una profunda pérdida de legitimidad con un largo estancamiento económico lo que dio al traste con la URSS. El actual sistema político en Rusia, bautizado como “democracia soberana”, mantiene unos márgenes de libertad antes inexistentes pero se sostiene sobre una ingeniería política –alternancia de diseño, pluralismo prefabricado, medios controlados, elecciones de fachada- cuya obsolescencia sólo puede servir estrategias ajenas a los intereses generales de una sociedad. Ahora el país está probablemente aún lejos de un escenario como el de las sublevaciones en el mundo árabe, pero en Rusia -como allí y como hace veinte años- el factor determinante será la cuestión de la legitimidad.
Carmen Claudín,
directora de investigación, CIDOB