¿Adoptará Argelia un papel protagonista en el norte de África?
Francis Ghilès,
Investigador Senior, CIDOB
2 de abril de 2012 / Opinión CIDOB, n.º 143 /E-ISSN 2014-0843
Si el Norte de África quiere afrontar, en los próximos años, los retos que tiene por delante con alguna esperanza de éxito, deberá reinventarse a sí misma. El acceso a las grandes fuentes de energía y su transporte entre productores y el consumidor final es lo que define el modo en que los principales poderes rigen su política exterior. Lo que hoy amenaza a Europa no es una improbable, aunque ampliamente advertida, alianza entre Musulmanes contra Occidente, sino la exacerbación de ambiciones nacionalistas manipuladas por grandes potencias de fuera de la región. Estas ambiciones coinciden con el hecho de que, en los principales países del Magreb, los gastos militares se encuentran, en porcentaje del PIB, entre los más altos del mundo. Si el Norte de África no consigue reinventarse a sí mismo, sus inmensos recursos en petróleo, gas, uranio, energía solar y fosfatos atraerán una interferencia exterior aún mayor.
Gracias a sus importantes recursos energéticos, su bien entrenado ejército y su posición geográfica central en el Noroeste de África, el país más grande del continente ha vuelto a emerger como un actor clave que puede, o bien dar forma a la región para que sirva a sus intereses nacionales, o escoger una carta más estratégica y animar a esta vasta región a reinventarse a sí misma. La incapacidad de las Naciones Unidas de propiciar un solución internacionalmente aceptable para el futuro de la disputada antigua colonia española del Sahara Occidental se ha convertido en una amenaza de seguridad mucho más amplia, que abarca todo el cinturón del desierto africano, desde la Mauritania atlántica hasta la Somalia del Índico, una amenaza que incluye al terrorismo Yihadista, a un pujante tráfico de drogas (estimado en 6 o 7.000 millones de dólares), y a un número creciente de refugiados.
En su pasado reciente, Argelia ha combatido el terrorismo de inspiración Islamista, pero a un coste horripilante: destrucción física masiva; huída de 600.000 personas aproximadamente, lo que incluye a muchos ciudadanos bien cualificados; resistencia a poner en marcha reformas, esto debido en parte al clamoroso fracaso del intento de instaurar una democracia de vía rápida a principios de los años 90. Aún no han sanado del todo las heridas del pasado, pero el país necesita ir hacia delante si es que va a jugar el papel al que los recientes acontecimientos en la región le están empujando. A los Estados Unidos, por Turquía y a los principales países de la Unión Europea les importa hoy la visión que tengan los líderes argelinos. Recientemente, las Naciones Unidas pidieron a Argelia que designase un alto funcionario para ayudar a Kofi Annan en su intento de negociar una solución pactada al conflicto en Siria, pero las autoridades recelaron y la designación al final no se produjo.
En el caso de que Argelia quisiera jugar un papel más activo en la región, debería empezar por modernizar su política económica. Esto implica una serie de movimientos: decidir de una vez por todas si está preparada para conceder a las empresas privadas un marco legal más favorable en el que operar; acabar con los abusos de un sistema de licencias de importación que anima a los operadores bien conectados a reexportar a Túnez y a Marruecos hasta una quinta parte de productos alimentarios y manufacturas que importa el país (con una pérdida considerable para el erario público, puesto que los productos alimentarios disfrutan en Argelia de subsidios más generosos); decidir de una vez por todas hasta qué punto quiere implicar a compañías extranjeras en empresas mixtas para el desarrollo de los hidrocarburos, pero también de una amplia gama de productos manufacturados; devolver al Banco Central, que se ha convertido en un simple tramitador de decisiones del gobierno, su carácter de institución seria. Finalmente, llama muchísimo la atención que Argelia, en una época en que el análisis independiente de expertos sobre lo que pasa en el mundo es más necesario que nunca, no haya puesto en marcha ningún think tank digno de este nombre.
Con más de 200.000 millones de dólares de reservas en divisas y unos ingresos superiores a los 70.000 millones al año, el Estado puede preferir ser perezoso y subsidiar la paz social antes que afrontar el reto de las reformas económicas. Esta política sólo da alas a la corrupción, que se ha extendido en los últimos años. El gobierno mostró su valentía hace dos años, cuando dio órdenes de depurar el sector de la energía y esecialmente la compañía petrolera estatal Sonatrach, despidiendo a Chakib Khelil, mandamás del sector durante toda una década. Pero queda mucho más trabajo por hacer, sobretodo en el sector financiero. Se deberían conceder licencias a más bancos extranjeros, sobretodo españoles, ni que fuera para impulsar los crecientes vínculos comerciales e inversiones de las compañías españolas. Además, el sector bancario doméstico tiene que dejar atrás su manera de hacer negocios, digna del Parque Jurásico.
En un futuro inmediato, Argelia debería abrir las fronteras a sus vecinos, puesto que sus economías están más reformadas que la suya. Pero ¿cómo puede uno explicarse que una política, que permite a intermediarios argelinos importar bienes para exportarlos luego a Marruecos y Túnez, no sea nunca criticada por el FMI o los Estados Unidos, cuando ambos defienden y alientan un estilo de gestión económica liberal y transparente? Un mercado unificado en el Magreb puede que no sea para mañana, pero impulsarlo con decisión ayudaría a Argelia y a sus vecinos a racionalizar sus políticas. En el medio plazo, reafirmaría la ambición de que el país juegue un rol económico central en la región.
Los acontecimientos internacionales han puesto a Argelia en primera línea y la han convertido en un socio estratégico importante para los Estados Unidos. Si Argelia escoge esquivar los retos económicos, habrá perdido la oportunidad, única en toda una generación, de construir un futuro digno de su orgullosa historia y de impaciente su juventud, que necesita trabajo desesperadamente. Comparten con sus contrapartes en Marruecos y Túnez el sueño de un Magreb en paz consigo mismo.
¿Escucharán los líderes políticos y el ejército del país a su gente? ¿Mirarán al mundo exterior con confianza y sin pensar tanto en el pasado y más e el futuro? ¿Abrirán el sistema político aunque ello no tiene por qué significar una vía rápida hacia el modelo dmocrático que acabó tal mal en 1992? Mientras la Unión Europea permanece desaparecida, los EE.UU ven a Argelia y a sus vecinos como piezas clave en su partida de ajedrez regional. Son los líderes norteafricanos, en especial los argelinos, quieren deben jugar sus cartas para l máximo beneficio de sí mismos y de sus pueblos.
Francis Ghilès,
Investigador Senior, CIDOB