Brice Oligui Nguema

El 30 de agosto de 2023 Gabón puso un broche meridional al llamado cinturón golpista de África, la francófona en particular. Aprovechando el enfado popular por unas elecciones fraudulentas, el general Brice Clotaire Oligui Nguema derrocó con toda facilidad a Ali Bongo Ondimba, presidente desde 2009, y de paso liquidó una férula dinástica republicana que se remontaba a 1967. 

Protagonista de lo que más bien fue un golpe de palacio, por el que se desplazaba a una camarilla dirigente corrupta y se establecía un nuevo orden de poder con la narrativa de la regeneración democrática y al socaire del malestar social, Oligui Nguema estableció una junta militar al uso, pero rápidamente, a los cinco días del levantamiento, se hizo proclamar presidente de transición. De hecho, el general procedía del círculo interior del clan Bongo, al que sirvió con lealtad hasta su sublevación. Una vez consolidado con evidentes muestras de apoyo popular, Oligui Nguema, de 49 años, anunció la apertura de un proceso constituyente y de normalización institucional que deberá culminar en agosto de 2025 con la celebración de elecciones generales, a las cuales seguramente se presentará y, llegado ese caso —caben pocas dudas —, ganará.

La aclaración de que, a diferencia de lo sucedido en las sahelianas Malí, Burkina Faso y Níger, escenarios entre agosto de 2020 y julio de 2023 de cinco golpes castrenses de marcados signos antifrancés y prorruso, el cambio de guardia en Libreville no suponía el establecimiento de una dictadura militar pura y dura con intenciones de quedarse ni una reorientación de la línea exterior prooccidental de Gabón, le permitió a Oligui Nguema ahorrarse mayores represalias de las potencias con las que este país petrolero del golfo de Guinea mantiene importantes relaciones comerciales, financieras y de seguridad. 

En pocos meses, el autócrata logró zafarse de las sanciones de los organismos económicos africanos (ECCAS, AfDB), si bien la suspensión de la Unión Africana sigue en vigor. A lo largo de 2024, Oligui Nguema ha sido cordialmente recibido por varios anfitriones de peso, como el presidente francés Macron, el secretario de Estado estadounidense Blinken y el presidente chino Xi Jinping. En septiembre, discurseó en la Asamblea General de la ONU, donde sostuvo encuentros con el secretario general António Guterres y el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel. La participación del general-presidente en la 19ª Cumbre de la Francofonía, celebrada en Villers-Cotterêts en octubre, subraya el interés del Elíseo en renovar las relaciones privilegiadas con Gabón.

(Texto actualizado hasta 14 octubre 2024).


El nuevo hombre fuerte de Gabón, hijo de de padres de las etnias fang y teke, y formado en la Academia Real Militar de Meknès, Marruecos, no empezó a ser conocido por el público hasta 2020, cuando recibió la comandancia de la Guardia Republicana, cuerpo de élite de 2.500 uniformados adscrito a la Gendarmería Nacional, con funciones de guardia presidencial y columna vertebral de las pequeñas Fuerzas Armadas Gabonesas. 

Durante varios años Brice Oligui Nguema fue el edecán de Omar Bongo, el presidente autocrático aupado al poder en 1967 y seis veces reelegido en el cargo —en virtud de su única candidatura o, a partir de 1993, valiéndose de una competitividad espuria—, pero en 2009 Ali Bongo, nada más tomar las riendas del país tras la muerte de su padre, le destituyó de este puesto eminente. De hecho, el oficial estaba emparentado con los Bongo, de quienes era un primo lejano, por lo que sus tempranas promociones en el escalafón sugerían el elemento nepotista, característico del régimen personalista y endogámico del Partido Democrático Gabonés (PDG).

En la década que siguió, Oligui Nguema, con el grado de coronel, permaneció en una especie de exilio como agregado militar en Marruecos y Senegal. La rehabilitación llegó en octubre de 2019 con el nombramiento, precio ascenso al generalato, para dirigir la Dirección General de Servicios Especiales, el servicio de inteligencia de la Guardia Republicana, donde sucedió al propio hermanastro del presidente, el coronel Frédéric Bongo. Tras el abortado movimiento golpista del teniente Kelly Ondo Obiang en enero de 2019, el mandatario se creyó más seguro rodeándose estrechamente de oficiales que, como Oligui Nguema, eran parientes de confianza y paisanos de la provincia oriental de Haut-Ogooué. Por contra, Bongo despojó del cargo de alta representante personal a su hermana mayor Pascaline, a la cual algunos conectarían mas tarde con los bastidores del golpe de 2023. 

El 8 de abril de 2020 Oligui Nguema asumió el mando del Cuerpo de Defensa y Seguridad de la Guardia Republicana en sustitución del general Grégoire Kouna, primo de Bongo. En los meses que siguieron, el general se dedicó a reformar la Guardia Republicana para fortalecer la protección personal del presidente, estableció una nueva unidad operativa, la Sección de Intervenciones Especiales (SIS), y reactivó una campaña, la llamada Operación Mamba, para perseguir a funcionarios sospechosos de practicar la malversación y el desfalco de fondos públicos. 

Para sectores de la oposición, este dispositivo de fuerza comandado por Oligui Nguema no buscaba tanto depurar las instituciones gabonesas de corruptos, toda vez que el latrocinio de recursos del Estado era una de las señas de identidad del clan Bongo, como neutralizar a personas conectadas con el poder que por alguna u otra razón habían caído en desgracia política. En todo caso, lo sí que parecía claro era que Oligui Nguema, con una imagen de oficial introvertido y serio que se hacía respetar y era popular entre los soldados a sus órdenes, gozaba de la máxima confianza del presidente Bongo, un mandatario crecientemente inseguro, más desde su merma física a raíz del ictus sufrido en 2018.

Un golpe limpio que no afronta excesivas dificultades

En octubre de 2009 Ali Bongo había heredado de su padre una Constitución que facultaba la reelección presidencial indefinida, una maquinaria de elecciones amañadas, un sistema de prebendas venal en grado sumo, una economía engañosamente boyante regada por el petróleo y las relaciones lucrativas con París, que tenía aquí uno de los pilares de la llamada Françafrique. El PDG, el partido instrumental de los Bongo, practicaba un discurso moderado, con apelaciones convencionales al panafricanismo, e ideológicamente se situaba en un conservadurismo suave.

El 27 de agosto de 2016 Bongo obtuvo su primera y muy ajustada reelección para un segundo mandato de siete años. Aquel 49,8% de los votos fue enérgicamente contestado por su principal adversario en las urnas, Jean Ping de la Unión de Fuerzas por el Cambio (UFC), al que las autoridades adjudicaron el 48,2%. Las siguientes elecciones presidenciales, coincidentes con las legislativas a la Asamblea Nacional y cuyo ganador obtendría un mandato de cinco años en lugar de siete, tocaron el 26 de agosto de 2023. Los gaboneses las afrontaban con palpable descontento por la inequidad flagrante en el reparto de la renta petrolera, la convicción de que los Bongo, que ya llevaban 56 años gobernando sin compartir el poder con nadie, no iban a permitir ninguna alternancia y, en general, la sensación de marasmo y falta de horizontes de futuro. El ambiente era propicio, sobre todo entre la juventud frustrada, para salir a aplaudir cualquier ruptura del orden constitucional que supusiera la caída de Bongo.

El 30 de agosto de 2023, minutos después de anunciarse los resultados que concedían la victoria a Bongo sobre Albert Ondo Ossa, de la coalición opositora Alternancia 2023 (A23), con el 64,27% de los votos, soldados de la Guardia Republicana tomaron los medios de comunicación para anunciar la cancelación de la "falsa" elección presidencial, la disolución del Parlamento, el cese del Gobierno del primer ministro Alain Claude Bilie By Nze y la creación de un Comité para la Transición y la Restauración de las Instituciones (CTRI), junta a cuyo frente apareció Oligui Nguema. Las imágenes mostraron al general siendo llevado triunfalmente a hombros por sus hombres, responsables materiales del golpe, para tomar posesión del CTRI, mientras multitud de ciudadanos salían alborozados a las calles.

Con la retórica habitual en estos casos, los sediciosos hablaban de salvar al país de la "degradación social" y el "caos" por la deriva de un Gobierno "irresponsable e impredecible". No hubo noticias sobre derramamientos de sangre o actos de resistencia desde elementos lealistas del Ejército y la Gendarmería Nacional. A Oligui Nguema le secundaron los mandos uniformados supremos: el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, general Jean Martin Ossima Ndong; el comandante en jefe de la Gendarmería Nacional, general Yves Barrassouaga; y el comandante en jefe de las Fuerzas de la Policía Nacional, general Serge Hervé Ngoma. 

En cuanto a Bongo, por el que al parecer nadie había movido un dedo, quedó bajo arresto domiciliario al igual que su esposa Sylvia, su hijo Noureddin y otros oficiales, lo que no le impidió difundir por Internet un video donde pedía a sus "amigos de todo el mundo" que se movilizaran para auxiliarle. "Haced ruido, haced ruido", imploraba el derrocado ante la cámara en inglés.

Desde el primer momento, las reacciones internacionales al movimiento de fuerza de Oligui Nguema fueron tibias, cuando no condescendientes. El Gobierno francés emitió una condena formal y reclamó que los resultados de las elecciones debían ser "respetados". La UE, por boca de su alto representante Josep Borrell, trasladó también su "rechazo" a la ruptura del orden constitucional en el país de África Occidental, aunque recordó que las elecciones habían estado "llenas de irregularidades". La Unión Africana fue rápida en suspender a Gabón de membresía.

A diferencia de Malí, Burkina Faso y Níger, y a semejanza de Guinea, escenarios de seis golpes de Estado entre agosto de 2020 y julio de 2023 (en esta secuencia de usurpaciones militares también entraría Chad por el virtual autogolpe sucesorio de abril de 2021), el cuartelazo gabonés no acontecía en una situación crítica de subversión interna, terrorismo yihadista, subdesarrollo agudo y penuria alimentaria, sino que había tenido como detonante los abusos políticos del presidente, sobrepuestos a una realidad cotidiana más convencional de desigualdades y pobreza. De todas maneras, sí podía hablarse de un efecto de transmisión por lo sucedido en los citados países, acicate para el aventurerismo de unos oficiales ávidos que en un contexto regional menos revuelto tal vez no se habrían movido.

El líder opositor Albert Ondo Ossa, quien se consideraba el legítimo presidente electo, declaró que el golpe del 30 de agosto se trataba en realidad de una "revolución de palacio" ejecutada por la "guardia pretoriana" y un mero "asunto de familia", con el fin de que el añejo "sistema de los Bongo" continuase pero con un "nuevo CEO" al timón, a saber, el primo militar del depuesto Ali Bongo. La A23, con pocas esperanzas, demandó la devolución del poder a una autoridad civil tan pronto como fuera posible.

Hecho significativo, el PDG, a diferencia de la suerte corrida por otros partidos hegemónicos en revueltas de todo tipo sucedidas en la historia del África independiente, no fue ilegalizado o proscrito, ni siquiera intervenido. Solo se produjo el arresto domiciliario de su secretario general y número dos, Steeve Nzegho Dieko. De hecho, la acción del general Oligui Nguema constituía una sorpresa porque en Gabón la tradición golpista era bien escasa. Estaban los precedentes de 1964, cuando el padre de la independencia, Léon M'Ba, consiguió imponerse (con la decisiva intervención francesa) a un efímero comité revolucionario de 48 horas de duración, y, mucho más cercana en el tiempo, la fallida intentona de 2019, en plena convalecencia de Bongo, protagonizada por unos suboficiales mal organizados y rápidamente neutralizados por sus mandos.

En sus primeros pronunciamientos, Oligui Nguema proyectó resolución y aplomo, mostrándose seguro de su posición. El 1 de septiembre, en su discurso inaugural televisado, el general golpista precisó que la "suspensión" de las instituciones republicanas era solo "temporal", y que el Ejército había tenido que intervenir para evitar que las elecciones de 26 de agosto supusieran "repetir los mismos errores" de las anteriores.

También, convocó a dos centenares de hombres de negocios, a los que aleccionó sobre la lucha anticorrupción y les advirtió que dejaran de facturar en sus contratas "sobrecostes" en perjuicio del Estado. Aparte, invitó a discutir cuestiones de interés nacional a los representantes del cuerpo diplomático acreditado en Librevile, los organismos internacionales y los donantes de fondos. El CTRI imputó a Noureddin Bongo Valentin y a otros prebostes detenidos una larga lista de actos de alta traición, desvío de fondos públicos e internacionales, enriquecimiento ilícito, pertenencia a una banda organizada dedicada al saqueo económico y falsificación de la firma presidencial.

El 2 de septiembre el Gobierno de París, que mantenía en Libreville y Port-Gentil un destacamento de 400 soldados e instructores, anunció la suspensión de la cooperación militar con Gabón a la espera de una "clarificación de la situación política". Este escenario empezó a asomar supuestamente dos días más tarde, cuando Oligui Nguema, uniformado de gala, prestó juramento como presidente de la República "de transición".

En el Palais du Bor de mer, residencia oficial del jefe del Estado, el general se autoinvistió presidente pronunciando las siguientes palabras: "Juro ante Dios y ante el pueblo gabonés preservar con toda fidelidad el régimen republicano, respetar y hacer respetar la carta de la transición y la ley, cumplir mis funciones en la integridad superior del pueblo, preservar las conquistas de la democracia, la independencia de la patria y la integridad del territorio nacional". En medio de aplausos de una audiencia formada por oficiales, altos funcionarios y los jueces del Tribunal Constitucional, Oligui Nguema señaló que en su momento tendrían lugar unas "elecciones libres, transparentes y creíbles" para devolver el poder al pueblo. También, habría un referéndum sobre una nueva Constitución que reemplazaría el texto de 1991. Sin embargo, no especificó ninguna fecha.

Con el fin de "preservar los logros de la democracia y las libertades fundamentales", se empezaba a aplicar de inmediato una Carta de Transición, documento de 62 artículos que invocaba la "refundación del Estado", atribuía su adopción a las "Fuerzas Vivas de la Nación" y definía las instituciones rectoras en esta fase (Presidente, Gobierno, Consejo Nacional de Transición, Parlamento de Transición), pero omitía el dato clave, la duración de la misma. Lo que sí establecía el texto era la prohibición de presentarse candidatos en las futuras elecciones a todos los responsables de las instituciones transitorias, con la única excepción, precisamente, del presidente de la República, a la sazón el general Oligui Nguema.

El 6 de septiembre Bongo recobró la libertad de movimientos y fue autorizado a marcharse al extranjero. No así su esposa Sylvia y su hijo Noureddin, a los que los militares acusaban de haber sido los "verdaderos líderes del país" y de estar en el vértice de una gigantesca red de corrupción donde el esposo y padre habría venido a ser una figura débil y manipulada. 

El 7 de septiembre Oligui Nguema nombró primer ministro a Raymond Ndong Sima, conocida personalidad del régimen de Ali Bongo que ya desempeñara el cargo entre 2012 y 2014 y luego compitiera contra aquel en la elección presidencial de 2016. El Gabinete de Ndong Sima resultó estar formado mayoritariamente por civiles. Cuatro días después se produjeron otros tres nombramientos de relieve: Joseph Owondault Berre para el puesto de vicepresidente de transición, Jean-François Ndongou, ex ministro del Interior y diputado del PDG, para presidir la Asamblea Nacional de Transición y Paulette Missambo, del partido opositor Unión Nacional, para presidir el Senado de Transición. Los 98 asambleístas y los 70 senadores fueron nombrados a dedo por Oligui Nguema el 7 de octubre.

Ahora, se esperaba que el CTRI publicara una hoja de ruta precisando el proceso constituyente y el posterior proceso electoral de normalización institucional, la cual sería sometida a un foro de fuerzas sociales conocido como Diálogo Nacional Inclusivo.

(Cobertura informativa hasta 7/10/2023). 

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