Zika, una nueva amenaza global
Avanza la epidemia de virus del Zika en América Latina acumulando nuevos casos y acaparando la atención de los medios de comunicación en todo el mundo. Mientras tanto, la velocidad “explosiva” —término que semanas atrás utilizó la OMS— a la que se propaga el virus en una población que jamás había estado expuesta a él contrasta con la lentitud en la que avanzamos en el conocimiento de la enfermedad y en la respuesta a una nueva amenaza global.
Las certidumbres cosechadas desde que el pasado 1 de febrero la OMS declarase la situación de “emergencia internacional de salud pública” son escasas. Sin embargo, si de algo ha servido el hecho de haber concedido la máxima prioridad a la lucha contra este virus, además de para intensificar los esfuerzos para el control tanto de la enfermedad como del mosquito que la transmite, ha sido para sacar rápidamente a la luz las preguntas que convendría responder con la mayor celeridad: ¿Se puede considerar probada la relación directa entre el zika y los casos de microcefalia? ¿Es el virus la única causa o pueden existir otros factores concurrentes? ¿Qué porcentaje de riesgo existe para las mujeres embarazadas que resulten infectadas? Y más aún: ¿Durante cuánto tiempo permanece el virus activo en los fluidos? ¿Cuáles son exactamente las vías de transmisión?
Después de la tormenta generada como consecuencia de su reacción tardía frente a la crisis del ébola, esta vez no se puede acusar a la OMS de tibieza o lentitud en la respuesta —las voces más críticas, de hecho, le retraen lo contrario-. La organización que comanda Margaret Chan no rehuye su papel de liderazgo global, aunque en esta ocasión le corresponde compartirlo con la Organización Panamericana de la Salud, sobre quien debería recaer el peso de la lucha para el control del vector y, por supuesto, con las autoridades regionales y locales, quienes, en definitiva, tienen la capacidad de trabajar a pie de calle.
No en vano, cabe subrayar que esta epidemia es doblemente cruel porque, una vez más, se ensaña con los más débiles: por un lado, amenaza a las mujeres embarazadas y a sus hijos y, por el otro, lleva asociado un componente de inequidad incuestionable: la querencia del mosquito transmisor —Aedes aegypti— por las zonas urbanas con peores condiciones de higiene le permite ser particularmente eficaz en la transmisión de la enfermedad en áreas empobrecidas donde se acumulan grandes masas de población como consecuencia de una explosión demográfica reciente. La falta de higiene y sobre todo la carencia de cualquier orden urbanístico en los denominados barrios de invasión, ya sean las favelas en las megaurbes brasileñas o los vecindarios creados alrededor de las grandes ciudades al hilo del desplazamiento de población rural en otros países latinoamericanos, son el caldo de cultivo donde el mosquito se reproduce con mayor facilidad y donde el virus se multiplica.
El estallido de una crisis de salud global provocada por una enfermedad emergente, por desgracia, está dejando de ser una sorpresa. Solo en los últimos dos años hemos asistido a las epidemias de ébola en África y de chikunguña en América Latina y a un brote de MERS en Corea del Sur. Se trata en todos los casos de microorganismos que plantean, sin embargo, una gran amenaza no solo para la salud pública, sino también para la seguridad nacional. Los patógenos se globalizan a una velocidad que supera con creces la capacidad de adaptación de nuestros mecanismos de gobernanza internacional.
Ahora, en plena ‘zikosis’, la exigencia de una vacuna de manera inmediata es un grito unánime y se acumulan las voces que preguntan cómo es posible que todavía no sepamos nada acerca de un virus que conocemos desde 1947. Pero la ciencia no se hace en un día y esa es una de las grandes lecciones que podemos extraer de las crisis de salud recientes. La investigación científica es fundamental para garantizar nuestra salud y nuestra seguridad y debemos exigir reformas para garantizar que se pueda trabajar hoy de manera sostenida en la prevención de las crisis del mañana.
La declaración de emergencia de salud internacional servirá sin duda para que las respuestas y las soluciones contra el zika vayan llegando, pero no lo harán de manera inmediata. Mientras tanto, será necesario ir actualizando de forma constante los protocolos de actuación para adecuarlos a las nuevas evidencias científicas que se vayan generando y trabajar en paralelo en el control del vector, al que se le ha declarado la guerra.
D.L.: B-8439-2012