Y las protestas llegaron a Kazajstán…

Opinion CIDOB 408
Data de publicació: 05/2016
Autor:
Nicolás de Pedro, investigador principal, CIDOB
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Kazajstán se ha visto sacudido por una oleada de protestas. Lo que hasta hace poco resultaba impensable, simplemente, ha sucedido. El gobierno se ha visto obligado a posponer una controvertida reforma de la ley sobre uso del suelo agrícola, los ministros de Economía y Agricultura han dimitido y se ha anunciado la creación del ministerio de Información y Comunicaciones. Pero es pronto, muy pronto, para anticipar consecuencias de mayor calado. Estas manifestaciones revelan un malestar social profundo y confirman que, salvo una recuperación rápida e inesperada de los precios del petróleo, la narrativa del Dubái de la estepa está agotada. Urge una renovación y reinvención del modelo político y de desarrollo kazajo. Pero esto no implica que vaya a suceder. De hecho, resulta más probable la apuesta del gobierno kazajo por un enroque inmovilista, aunque entrañe más riesgos que certidumbres.  

El origen de las protestas está en el anuncio el pasado 30 de marzo de llevar adelante la reforma de la ley del suelo agrícola aprobada el pasado mes de noviembre. Esta reforma permite que inversores extranjeros alarguen el arrendamiento de tierras de 10 a 25 años y, aparentemente, su eventual compra. El gobierno kazajo insiste en que no será nunca así, pero los manifestantes temen que esta reforma ponga las bases para una creciente implantación extranjera (léase china). Y pese a que la imagen de China ha mejorado notablemente en la última década, sigue despertando temores (demográficos) en la sociedad kazaja. De hecho, no hay asunto que movilice más fácilmente que un simple rumor, verdadero o falso, sobre presencia china en el despoblado agro kazajo.  

Desde Atyrau, en el oeste del país, las manifestaciones se han extendido por otras ciudades como Aktobe, Semey, Aktau, Skymkent, Kyzylordá, Zhanaozén, Oral y, aunque minoritarias, en las dos capitales, Astaná y Almatí. En el caso de Kyzylordá hay constancia de intervención de la policía para dispersar a los manifestantes, y en Aktobe y Atyrau, algunas crónicas hablan de entre mil y dos mil manifestantes. Una cifra escasa en otras latitudes, pero significativa para Kazajstán donde hay un control férreo y una legislación draconiana que contempla hasta 10 años de cárcel meramente por participar. Pero no se trata únicamente del número, sino de la convicción generalizada de que refleja un malestar social potencialmente explosivo y que plantea un escenario muy complejo para el gobierno kazajo por razones no sólo políticas y económicas, sino también ideológicas. Esto explica el nerviosismo y los vaivenes del gobierno de Astaná. Así por ejemplo, el presidente Nazarbáyev ha pasado de alertar frente a un posible escenario ucraniano en Kazajstán orquestado por “provocadores” a mostrarse comprensivo con el malestar de los manifestantes. 

Salvo en Semey (Semipalátinsk) y las dos capitales, las protestas se han producido en las ciudades más relevantes o bien del depauperado oeste –donde se concentra la riqueza petrolífera– o bien del Kazajstán profundo y étnicamente kazajo. El matiz es relevante porque en Kazajstán todo asunto relacionado con la tierra entraña una dimensión étnica y geopolítica. El etnonacionalismo kazajo es la base fundamental de legitimidad estatal desde la independencia en 1991. Y ésta se construye, entre otros elementos, sobre un nacionalismo cimentado históricamente en la resistencia frente a confederaciones tribales mongoles y las expansiones de los imperios ruso y chino. En consecuencia, y dada la percepción de debilidad económica, militar y demográfica  frente a vecinos más poderosos,  todo lo relacionado con la “tierra indígena kazaja”–en la fórmula empleada en el preámbulo de la Constitución– resulta delicado y sensible en la política de Kazajstán. El asunto alcanza, de hecho, al mismo nombre del país.   

De esta manera, la apuesta inicial de los medios de comunicación próximos al gobierno -es decir, la práctica totalidad- de extender un halo de sospecha sobre las manifestaciones y sugerir una conspiración extranjera, léase instigada por Occidente, resulta poco convincente y potencialmente contraproducente para Astaná. Poco convincente por cuanto la influencia occidental en el Kazajstán profundo y de lengua kazaja es inexistente, y porque si algo ha quedado en evidencia en los últimos tiempos es que los intereses y estrategia centroasiática de la Unión Europea y EEUU son, como poco, difusos. Pero, y esto es lo más importante, puede resultar contraproducente por cuanto se trata de aquellos (nación kazaja) que están en el centro de la narrativa de la que emana la legitimidad estatal. En consecuencia, el gobierno no puede arriesgarse a alienar esta población y tampoco puede desdeñarlos (y abordarlos) como “agentes extranjeros” o “quintacolumnistas”. Es en este contexto donde puede plantearse un desafío político serio y germinar una alternativa de poder real. Esto explica el rápido giro del gobierno y su decisión de abrir un periodo de consultas en el parlamento sobre la reforma. 

Los medios de comunicación han recurrido también al miedo a una hipotética guerra civil. Sin duda, una herramienta útil para promover la estabilidad a toda costa y un recurso frecuente en la vida política kazaja desde finales de los años 80. En tiempos recientes, los precedentes de Ucrania y Kirguizstán contribuyen a fijar esta narrativa. También en la percepción del propio gobierno, de ahí la advertencia lanzada por el presidente Nazarbáyev y la tentación, en ausencia de recursos económicos, de apostar por medidas expeditivas. Pero, Astaná se arriesga a provocar una contestación mayor y más agresiva. La escalada es difícil, pero no impensable y de ahí el intento (habitual) del gobierno de cooptar a los críticos más moderados y tratar de apaciguar los temores de la opinión pública kazaja. 

Más allá de la cuestión de la tierra, el principal combustible de este malestar social, como ya advertíamos a principios de año, es la crisis económica. El derrumbe de los precios del petróleo ha afectado severamente las perspectivas de la economía kazaja y la solvencia del tengué, divisa local. Para los ciudadanos kazajos, esto se traduce en un duro aumento del coste de la vida, incluyendo los precios de productos básicos, o en cargas hipotecarias inasumibles, al haber sido contratadas en tengué, pero referenciadas al dólar estadounidense. A todo ello se suma el impacto negativo sufrido por Kazajstán, al menos hasta la fecha, por su participación en la Unión Económica Eurasiática liderada por Rusia y, en consecuencia, por la escalada de sanciones y contrasanciones entre Bruselas y Moscú.  

En este clima de protestas, la rebaja (al igual que en Bielarús o Kirguizstán) de la conmemoración institucional de la victoria soviética sobre la Alemania nazi y las noticias contradictorias al respecto, son otro buen reflejo del nerviosismo e incertidumbre imperantes. Esta rebaja puede interpretarse, al menos, desde una doble dimensión. Por un lado, para evitar las críticas por el gasto en medio de la crisis, que provoquen un aumento del malestar y un contexto propicio para nuevas protestas, como sucedió, aparentemente, en Kyzylordá y Zhanaozén con motivo de la festividad del Primero de Mayo (reconvertida en Kazajstán en el Día de la Unidad Nacional). Y, por el otro lado, aunque en las protestas subyace el miedo atávico a la colonización china, la intervención militar rusa en Ucrania ha despertado serios temores en Kazajstán (particularmente entre los sectores nacionalistas kazajos) ya que los argumentos esgrimidos por Moscú en Crimea y Donbás son fácilmente extrapolables –siguiendo la lógica del Kremlin– a la franja norte y nordeste de Kazajstán, precisamente, donde no se han producido protestas. Éstas son, de momento, un asunto puramente intra-kazajo (tanto desde un punto de vista étnico como nacional), pero conviene no perder de vista la facilidad con la que cualquier conflicto de naturaleza socioeconómica o política en Kazajstán adquiere una dimensión etnicista en su desarrollo. 

Un conflicto interno de mayor envergadura es aún un escenario improbable, pero menos remoto que hace poco tiempo, cuando el maná petrolero podía engrasar las redes clientelares informales sobre las que se articula la gobernanza real del país. El escenario sigue abierto, y tal y como apunta el analista kazajo Dosym Satpáyev, “Kazajstán se aproxima al punto en el que cualquier chispa puede provocar una gran llama”.

D.L.: B-8439-2012