Turbulencias en la relación Israel-EEUU

Opinion CIDOB 65
Data de publicació: 04/2010
Autor:
Ricard González
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Ricard González
Periodista y politólogo
 

9 de abril de 2010 / Opinión CIDOB, n.º 65

Hace apenas un par de meses parecía que las relaciones entre los gobiernos de Israel y los EEUU gozaban de una buena salud, a pesar de la evidente falta de química entre el presidente Obama y el primer ministro israelí, Benyamin Netanyahu. Nada hacía presagiar que Washington y Tel Aviv se enzarzarían en una discusión que algunos han descrito como la crisis más aguda entre ambos países en los últimos 35 años.

 

El estallido de la crisis se debió al anunció por parte del gobierno israelí de la construcción de 1.600 nuevas viviendas en asentamientos judíos en Jerusalén Este, un asunto muy sensible para los palestinos, y que contraviene los principios de la Hoja de Ruta. No obstante, la disputa no habría alcanzado un tono tan agrio si no fuera porque el anuncio se realizó mientras el vicepresidente Joe Biden se encontraba de visita en Israel, lo que fue percibido en Washington como una humillación en toda regla.

 

Enseguida, Netanyahu se disculpó ante Biden reconociendo que el gobierno había cometido un error, y le aseguró que no tenía conocimiento del anuncio. Sin embargo, las disculpas no fueron suficientes, y la secretaria de Estado, Hillary Clinton, realizó unas contundentes declaraciones condenando la acción, y calificándola de “insultante”. Además, se canceló el inminente viaje del enviado especial de Obama para el conflicto, George Mitchell.

 

La reacción airada del gobierno estadounidense hizo sonar la señal de alarma en ambos países, y hubo numerosos llamamientos en los medios de comunicación tanto israelíes como norteamericanos a rebajar el acalorado enfrentamiento público y a resolver sus discrepancias en privado.

 

Curiosamente, la crisis sucedió unos días antes del viaje que Netanyahu tenía previsto realizar a Washington para participar en la conferencia nacional anual de AIPAC, el principal lobby pro-israelí en los EEUU, lo que ofrecía una excelente oportunidad para resolver las desavenencias. No obstante, tras múltiples reuniones con miembros de la administración, el líder israelí abandonó la capital de los EEUU sin cerrar del todo la crisis.

 

Más allá de la inoportunidad del anuncio, el conflicto tiene unas raíces más profundas. Para empezar, existe una discrepancia sustancial entre la administración norteamericana y la israelí sobre el derecho de Israel a construir en Jerusalén Este. Según la política oficial de los EEUU, Jerusalén Este está en litigio, por lo que sólo será legítimo construir asentamientos allí si un acuerdo de paz otorgara ese territorio al Estado hebreo.

 

En cambio, Netanyahu, como buena parte de la opinión pública israelí, cree que Jerusalén es la capital indivisible de Israel, y no la reconoce como territorio en disputa con los palestinos. De hecho, apenas dos días después de las duras declaraciones de Hillary, en tono desafiante, Netanyahu declaró que “construir en Jerusalén es como construir en Tel Aviv”, y se mostró dispuesto a tirar adelante con sus planes. Además, el líder del Likud sabe que ceder en este asunto podría poner en serio peligro el futuro de su coalición de gobierno, que integra a partidos de la extrema derecha.

 

Otro de los motivos subyacentes en la disputa hace referencia a la credibilidad de Washington como mediador en el conflicto árabe-palestino, así como en el conjunto de la región. En verano, los dos gobiernos ya se enfrentaron por la cuestión de los asentamientos. Mitchell pidió una congelación total de la construcción de nuevos asentamientos en los territorios ocupados, incluyendo Jerusalén. Pero Netanyahu resistió las presiones norteamericanas y limitó la congelación sólo a Cisjordania, excluyendo la capital. Ante la inflexibilidad del gobierno israelí, Washington optó por rebajar su demanda y se dio por satisfecha con una oferta que Hillary calificó de “sin precedentes”.

 

El episodio dañó seriamente la credibilidad de la administración Obama, que había asumido el poder en los EEUU prometiendo una nueva política hacia Oriente Medio y sugiriendo una aproximación más equilibrada al conflicto entre palestinos e israelíes. La torpeza del anuncio de los asentamientos ofreció a Washington la oportunidad de mostrarse exigente para con Israel y recuperar así la credibilidad perdida meses antes ante actores clave en la región. Credibilidad muy necesaria también en otros asuntos como el programa nuclear iraní.

 

Así pues, en algunos aspectos, la actual crisis es una repetición de la disputa sobre los asentamientos del verano del 2009. Con la posición desafiante de su primer ministro, Israel no se ha plegado a las demandas estadounidenses, situando a Washington ante el mismo dilema: ¿debe utilizar todos los recursos a su alcance para intentar doblegar a Netanyahu, o es mejor guardar la artillería pesada para una hipotética negociación substantiva entre las partes?

 

No obstante, existe una diferencia importante: esta vez la administración Obama no ha hecho públicas sus demandas a Netanyahu, lo que ofrece mayor margen de maniobra para cerrar la crisis sin un ganador y un perdedor claros. Por lo tanto, lo más probable es que Netanyahu se salga con la suya de construir las 1.600 nuevas viviendas pero deba ofrecer a cambio una relajación del cerco sobre Gaza o una liberación de docenas de presos palestinos.

 

Sea como fuere, no parece que las turbulencias en la relación entre los EEUU e Israel vayan a desaparecer en un futuro próximo, sobre todo si Mahmud Abbas acepta retomar las negociaciones de paz. A diferencia de la administración Bush, la de Obama ha demostrado estar dispuesta a presionar públicamente al Estado hebreo en aquellos asuntos en los que discrepan y que considera importantes para la seguridad nacional de los EEUU. Washington cuenta con el apoyo del Cuarteto de Madrid (EE.UU, Rusia, UE y ONU) para negociar el futuro status de Jerusalén y conseguir llegar “en un plazo de 24 meses” a un arreglo que ponga fin al conflicto y conduzca “a un Estado palestino democrático”, según se acordó en su última reunión. Pero la solución de los dos estados, a la que España y Francia han puesto fecha, será difícil de negociar con las elecciones palestinas aún pendientes y sin una voz única que represente a las autoridades de Cisjordania y Gaza ante Israel.

En estas hipotéticas futuras negociaciones, ya sea sobre el estatuto final del conflicto o sobre la implementación de medidas de confianza que faciliten la llegada a ese escenario, es de prever que la administración Obama continúe con su voluntad de ejercer un rol de mediador imparcial y de peso pesado diplomático en la región. Ello implicará realizar nuevas demandas al gobierno israelí de difícil aceptación para los partidos de extrema derecha que integran la coalición de Netanyahu, desencadenando nuevas turbulencias no sólo en el seno del gobierno israelí, sino en las relaciones entre los EEUU y su principal aliado en Oriente Medio.