La sombra iliberal de Putin en África: cómo Rusia alienta las revoluciones conservadoras en el continente

África atraviesa un auge de revoluciones conservadoras que combinan regresión autoritaria, ataques a libertades democráticas, asenso del extremismo religioso e instrumentalización de teorías conspirativas. En este transitar hacia el iliberalismo cada vez más regímenes africanos han encontrado un aliado estratégico en Rusia, cuyas campañas de propaganda y desinformación amplifican las narrativas antioccidentales para apuntalar su influencia y hacer de su modelo de gobierno un referente al que emular.
La neutralidad o incluso abierta simpatía mostrada por un número creciente de Estados africanos hacia la intervención militar rusa en Ucrania no puede reducirse a simples cálculos estratégicos, resentimientos postcoloniales o una reacción ante las contradicciones occidentales frente a cuestiones como la invasión israelí de Gaza y los derechos humanos. Más allá de estos y algunos otros factores, concurre una profunda afinidad ideológica entre Rusia y regímenes africanos que están transitando por una suerte de "revolución conservadora". Un fenómeno caracterizado por una reinvención nacional-identitaria que combina elementos populistas, religiosos y conspirativos, y que encuentra un referente privilegiado en el modelo de democracia iliberal proyectado por Vladimir Putin.
La estrategia rusa en África no se limita a la cooperación militar, económica o diplomática, sino que también incluye sofisticadas campañas de comunicación y desinformación, diseñadas para moldear percepciones públicas y consolidar apoyos hacia el Kremlin. Cuando el grueso de naciones africanas accedía a su independencia en la década de 1960, Moscú ya intentaba asociar su modelo soviético con emancipación y libertad, presentándose como alternativa política, económica e ideológica al bloque occidental. En la actualidad estas campañas, vehiculadas también a través de medios digitales y redes sociales, explotan narrativas históricas, culturales y emocionales compartidas entre Rusia y ciertos sectores africanos, reforzando la imagen del Kremlin como un aliado de confianza frente a Occidente.
Como parte de su agenda, Moscú explota el descontento africano hacia Estados Unidos y Europa, presentándose como un socio no intrusivo que no impone condicionalidades democráticas. Rusia se exhibe como la parte de Occidente que percibe la futilidad del "fundamentalismo liberal" y establece un marco de liderazgo basado en principios compartidos con el resto del mundo. Este "realismo civilizatorio", según el concepto utilizado por el politólogo Boris Mezhuev, destaca valores no liberales y el relativismo cultural, erigiéndose como contramodelo al liberalismo político y económico occidental. De este modo, el modelo ruso de gobernanza, que combina autoritarismo con aspectos democráticos formales, se antojaría mejor adaptado que el estrictamente occidental a las necesidades de élites y sociedades africanas.
Las revoluciones conservadoras emergen como una respuesta emocional y cultural ante crisis estructurales económicas, políticas e identitarias. Este término, acuñado inicialmente para describir movimientos contrarrevolucionarios en Europa durante el período de entreguerras, que condujeron al nacionalsocialismo y el fascismo, explica dinámicas contemporáneas como el ascenso del nacionalismo hindú bajo Narendra Modi, el islamismo autoritario de Recep Tayyip Erdoğan y el populismo cristiano-conservador en Hungría. En África, la revolución conservadora comparte algunos elementos clave con sus expresiones globales como la voluntad de restauración autoritaria, la instrumentalización de la religión en clave retrógrada y la difusión y capitalización de teorías conspirativas.
Las perspectivas de apertura política africana de principios de la década de 1990 han dado paso a la banalización de regímenes híbridos, ya sean democracias o autoritarismos electorales. Cada vez más regímenes privilegian mecanismos coercitivos para consolidar el poder de una élite, reprimiendo a refractarios mientras, en clave populista, apelan a una reinventada autenticidad nacional. La revolución conservadora africana se traduce en el auge del iliberalismo democrático, manteniendo formalmente elecciones, pero erosionando las libertades civiles, el estado de derecho, la división de poderes y la activación de contrapoderes constitucionales ante eventuales excesos de los gobernantes. Un modelo que ha ganado protagonismo por su capacidad para ofrecer estabilidad política y desactivar oposiciones internas en un contexto de colusión de múltiples crisis, desconfianza hacia Occidente y necesidad de alternativas al liberalismo político y económico occidentales, en el que Moscú se ha valido de medios estatales (Russia Today y Sputnik), perfiles falsos y bots en redes sociales para difundir las bondades de su régimen en África. En regímenes donde se entremezclan estado de derecho y violencia arbitraria hacia sectores específicos, se multiplican los perfiles de “masculinidad militarizada” que, como Vladimir Putin, proyectan poder y se abrogan un rol de supervisión social, implementando políticas que parecen legales, pero que en realidad debilitan las instancias de control y generan un clima de miedo y control con fines políticos.
Instituciones religiosas de todo tipo, desde el catolicismo conservador hasta el pentecostalismo y el islam salafista, devienen aliadas instrumentales de los poderes en liza, legitimando políticas con coartadas espirituales y morales. Al igual que la Iglesia Ortodoxa rusa justifica las opciones de Vladimir Putin mediante narrativas mesiánicas que presentan a Rusia como defensora de los valores cristianos frente a la decadencia occidental, figuras como el cardenal guineano Robert Sarah respaldan abiertamente regímenes autoritarios bajo el pretexto de proteger valores morales. En Uganda, Yoweri Museveni ha criminalizado la homosexualidad en nombre de los "valores africanos", utilizando el pentecostalismo para legitimar políticas represivas. En Senegal, Ousmane Sonko combina un discurso anti-sistema con posturas ultraconservadoras sobre cuestiones de orden moral, abogando por la heterosexualidad como norma social frente a la decadencia moral de Occidente.
El nacionalismo cristiano busca transformar la sociedad ghanesa para establecer un "reino de Dios en la tierra". De inspiración pentecostal, este movimiento persigue imponer sus propios valores religiosos, amenazando la cohesión nacional al marginar a quienes no comparten sus creencias. Consejero del presidente de Ghana y próximo al entorno de Donald Trump, el arzobispo Nicholas Duncan-Williams promueve aquí la “teología del dominio”, que aspira a instaurar principios bíblicos sobre todas las esferas de la sociedad y la política. El “evangelio de la prosperidad” vincula la fe cristiana con el éxito económico y atribuye las crisis a “fuerzas malignas” que deben ser combatidas mediante la oración. El nacionalismo cristiano también afecta países como Zambia, declarada “nación cristiana” hace más de 30 años; Nigeria, influyendo el pentecostalismo en sus políticas hace décadas; Costa de Marfil y Etiopía, donde cada vez más son frecuentes conflictos sociales debido al ascenso de este fenómeno .
Las teorías conspirativas son otro elemento central de las revoluciones conservadoras africanas, encontrando paralelismos claros con las estrategias narrativas del régimen de Putin. Estas narrativas atribuyen problemas estructurales como la pobreza, la corrupción o la inseguridad a agentes externos malintencionados, permitiendo a las élites gobernantes desviar la atención de sus propias responsabilidades y construir una base de apoyo popular basada en emociones colectivas. En Malí, tras los golpes de Estado de 2020 y 2021, las autoridades militares difundieron la idea de que Francia y otras potencias occidentales formaban terroristas para perpetuar su control sobre los recursos y la economía del país. Esta narrativa fue reforzada por medios cercanos al régimen y por actores externos como Rusia, facilitando la aceptación de la presencia rusa y justificando medidas represivas contra opositores acusados de ser "marionetas de Occidente".
Museveni ha promovido en Uganda una teoría conspirativa que culpa a Occidente de intentar imponer una agenda progresista contraria a los "valores africanos". Según esta narrativa, ONGs extranjeras y embajadas occidentales financian el activismo LGTBIQ+ como parte de un plan para debilitar moralmente a las sociedades africanas. En Sudán, tras el golpe militar de 2021, se difundieron teorías conspirativas amplificadas en redes sociales mediante cuentas falsas y bots que acusaban a movimientos prodemocráticos de estar financiados por Estados Unidos y Europa para desestabilizar al gobierno militar. Estas narrativas erosionan la confianza en las instituciones democráticas y polarizan la sociedad enfrentando a quienes apoyan las "tradiciones locales" y quienes abogan por reformas progresistas. Al culpar a agentes externos de problemas nacionales, los regímenes autoritarios justifican medidas coercitivas y limitaciones de las libertades.
Estos esquemas son similares a los que rigen en Rusia, donde Putin se vale de teorías conspirativas para justificar sus opciones, culpando a Occidente de orquestar "revoluciones de color" y otras formas de desestabilización. La "revolución conservadora" africana y la "democracia iliberal" rusa son dos caras de una misma moneda, buscando modelos políticos alternativos al liberalismo occidental. Al igual que la URSS promovía el socialismo como una vía no capitalista hacia el desarrollo, Rusia ofrece un modelo de autoritarismo conservador no liberal. El impacto de la estrategia rusa en África es significativo, promoviendo un cambio en las dinámicas geopolíticas continentales, desafiando los intereses occidentales e incrementando las tensiones, con profundas implicaciones para la gobernanza y seguridad africanas.
Palabras clave: Rusia, Africa, occidente, UE, narrativas, desinformación, teorías conspirativas, revolución conservadora, iliberalismo, régimen híbrido
Todas las publicaciones expresan las opiniones de sus autores/as y no reflejan necesariamente los puntos de vista de CIDOB o sus financiadores