Rusia: una victoria con sombras

Opinion CIDOB 434
Data de publicació: 09/2016
Autor:
Nicolás de Pedro, investigador principal, CIDOB
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Putin ha ganado. El partido presidencialista Rusia Unida (Yedinaya Rossiya) ha obtenido una victoria arrolladora en las elecciones parlamentarias. Si su victoria era más que previsible, quedaba por ver si conseguía recuperar la mayoría cualificada en la Duma. “Los resultados son muy buenos” fueron las palabras del presidente Putin en la noche electoral. Pero ni él, ni Medvédev, ni el resto de líderes del partido, parecían particularmente satisfechos. Los numerosos vídeos sobre fraudes con las papeletas que circulan por las redes sociales empañan unas elecciones que el Kremlin aspiraba -así lo había hecho saber- que fueran “limpias y transparentes”. Pero es, sobre todo, la baja participación, que no ha alcanzado ni el 30 por ciento en Moscú y San Petersburgo, lo que desvirtúa la victoria del putinismo y, probablemente, provoca en el Kremlin un cierto regusto a fracaso e incertidumbre.  

Rusia Unida (RU) ha obtenido el 54 por ciento de los votos que se traducen en 343 escaños de un total de 450 en la Duma. RU consigue así 105 asientos más que en el parlamento surgido de las controvertidas elecciones de diciembre de 2011, cuando las sospechas de fraude masivo provocaron una oleada de protestas cuyo recuerdo sigue pesando, y mucho, en los cálculos del Kremlin. Ahora, con más de dos tercios de la cámara bajo su control, RU disfruta de una mayoría cualificada para acometer reformas constitucionales. Es decir, que el Kremlin tiene las manos aún más libres si cabe para afrontar las elecciones presidenciales a celebrar en la primavera de 2018. Con ello la reelección del presidente Putin se da –de hecho, se daba ya desde hace tiempo– por segura.  

El resto de la Duma se mantiene básicamente igual que antes, con representación de los tres partidos de la “leal oposición” (el Partido Comunista, el Partido Liberal Democrático (PLDR) y Rusia Justa), aunque todos pierden posiciones. Consiguen además escaño a título individual un miembro del partido Rodina (Patria), otro de Plataforma Cívica y un independiente. El Partido Comunista es quien más escaños ha perdido al pasar de 92 a 42, lo que ha provocado las quejas de su líder, el veterano Gennady Zyuganov, por las dificultades para hacer campaña y por la proliferación de otros partidos comunistas que, según él, habrían confundido al electorado. También retrocede, aunque de forma mucho menos acusada, el PLDR del estrambótico ultranacionalista Zhirinovski que pasa de 56 a 39 asientos, pero mantiene un porcentaje del voto total similar. Zhirinovski disfruta de la popularidad que le confiere su presencia habitual en debates televisivos en los que son conocidas sus salidas de tono proponiendo abiertamente invadir países vecinos o “arrasar Kíev” para jolgorio del público asistente. Por último, Rusia Justa, de orientación socialdemócrata, se queda con 23 de los 64 escaños que tenía. De forma aún más marcada que antes, el Kremlin puede contar con el respaldo completo de la Duma. Con todo, los probables recortes que la Duma deberá aprobar pueden provocar que se alce alguna voz disonante. 

El Kremlin quería evitar a toda costa la repetición del escenario de protestas de 2011-12. De ahí, el intento de reforzar la transparencia y la limpieza del proceso con vistas a aumentar el nivel de confianza popular en los resultados; pero, sin alterar un contexto tan desfavorable para las opciones no autorizadas por el Kremlin, que resultan, sencillamente, inviables. Tal como apunta Nikolay Petrov, investigador visitante en el ECFR, este empeño se ha producido mientras se “reforzaban simultáneamente las opciones para una victoria de Rusia Unida”. Dos objetivos –garantizar la victoria aplastante de RU y unas elecciones justas– difíciles de armonizar. Así por ejemplo, se han reorganizado más de la mitad de los distritos electorales, fusionando áreas urbanas con grandes zonas rurales, con vistas a diluir la homogeneidad del voto en zonas potencialmente más críticas. Y, al mismo tiempo, se han puesto todo tipo de trabas administrativas y judiciales para dificultar, o impedir como en el caso de Alexei Navalny, la participación de candidatos de la oposición real. El informe preliminar de la misión de observación electoral de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) indica que “numerosas irregularidades procedimentales fueron detectadas durante el recuento […] y, en alrededor de un tercio de los recuentos observados, los protocolos de resultados no fueron hechos públicos”. De igual forma, la jornada estuvo amenizada en las redes sociales con numerosos vídeos grabados con teléfonos móviles o cámaras de seguridad en los que pueden verse la introducción fraudulenta de papeletas de voto en las urnas. 

Pero, sin duda, el otro gran titular de estas elecciones y, acaso el indicador más relevante, es el de la baja participación. La cifra oficial es del 47 por ciento, la más baja en cualquier elección celebrada en la Rusia post-soviética. Y este dato es relevante porque apunta a un claro escepticismo de los votantes (¿para qué votar si todo está decidido ya?) y a una falta de adhesión hacia el régimen, particularmente en las áreas urbanas. La desmovilización de la población de Moscú y San Petersburgo puede ser bien recibida por el Kremlin –es una de las razones por las que las elecciones se adelantaron de diciembre a septiembre–, pero la desconexión de las élites urbanas de la estructura de poder del régimen plantea incertidumbres. Y más en un contexto de muy probables recortes sociales. Salvo una inesperada recuperación rápida de los precios del petróleo, no hay demasiadas expectativas de que la economía rusa mejore. 

Sin dinero no se pueden engrasar tampoco las redes clientelares. Eso explica, quizás, por qué un régimen que dice contar con un enorme respaldo necesita crear una robusta Guardia Nacional bajo el mando directo del presidente y con uno de sus ex guardaespaldas de confianza al frente. Es decir sin interferencias ministeriales y dirigida por una figura sin base política propia. Y lo mismo cabe apuntar de los rumores que apuntan a la creación de un ministerio de Seguridad del Estado que aglutine a diversas agencias de inteligencia interior y exterior (salvo el GRU militar) en un remedo de KGB 2.0.  

Más que despejar un camino, que ya estaba despejado, hacia la reelección, con estos comicios Putin lanza un mensaje claro de su voluntad férrea por mantenerse y aumentar el control político que ejerce el Kremlin. De momento, sigue sin vislumbrarse ninguna alternativa que pueda surgir del ámbito institucional o político establecido. Salvo que así lo decida el propio Putin como sucedió con Medvédev en 2008 y 2011 (cuando decidió su salida de la presidencia, a pesar de que Medvédev daba muestras de aspirar a un segundo mandato). El presidente Putin dispone ahora de un indicador claro de la desafección popular ante la realidad del país. El partido Rusia Unida ha ganado, arrollado en términos relativos, pero en la práctica no competía con nadie. La debilitada oposición liberal, mermada además por las luchas internas, juega un papel electoral marginal.  

Por tanto ¿en qué escenario mínimamente realista podía haberse producido la derrota de RU? Si competía con alguien, era exclusivamente consigo mismo y, con respecto a 2011, RU ha perdido 4 millones de votos, pasando de algo más de 32 a 28 millones en total. Lo que unido a la escasa participación urbana –cuyo dato real puede ser aún menor– no trasluce adhesión. La popularidad de Putin y la de su régimen no son coincidentes. La del presidente, alimentada por las aventuras exteriores, se mantiene alta. La gran incógnita es cuánto tiempo será sostenible con una economía debilitada y el deterioro acelerado de las condiciones de vida del ciudadano ruso medio. 

D.L.: B-8439-2012