Retos de la política de inmigración española ante el cambio de ciclo
Notes internacionals CIDOB, núm. 83
Logros y defectos
La crisis económica ha obligado a España a madurar como país receptor de inmigración, al enfrentarla en una situación en la que, por primera vez, coincidían inmigración y desempleo. El contexto económico ha reconfigurado la realidad migratoria y también su comprensión, planteando cuestiones que, hasta la fecha, parecían inmutables, como el vínculo de la inmigración al mercado de trabajo español. La opción del retorno, como ya había pasado en el resto de Europa durante la crisis de los setenta, parece configurarse como una opción minoritaria o, en todo caso, menor de lo que cabría esperar si la presencia de inmigrantes en España sólo respondiera a la coyuntura del mercado laboral o si el contingente de inmigrante no tuviera suficiente arraigo en su nueva sociedad de residencia.
Resulta paradójico que, a pesar de la experiencia de nuestros socios europeos receptores de inmigración, la sociedad española y sus élites políticas hayan convertido el retorno en una especie de esperanza blanca, o en un mecanismo de ajuste automático de los excedentes de mano de obra en una situación de alto desempleo. De igual manera que Alemania o Francia se sorprendieron del fracaso de sus políticas de inmigración cero en los setenta, e incluso vieron como crecían las cifras de entrada de inmigrantes por la vía de la reagrupación familiar, España confirma ahora que el ajuste de flujos de entrada y salida y la situación del mercado de trabajo no están sincronizados. Resulta ahora evidente lo que la experiencia previa sugería como un principio ordenador de la política migratoria: los flujos no pueden estar vinculados únicamente a la demanda de mano de obra por parte de agentes privados.
Desde el año 2000, los gobiernos españoles han actuado reactivamente ante la insaciable demanda de mano de obra por parte de sectores productivos en expansión. No se analizaron las necesidades reales que impulsaban esa demanda, ni las condiciones en las que se hacía la misma, sino que se permitió que esta demanda se convirtiera en la clave angular del sistema. En cambio, no se han establecido instrumentos ni mecanismos pro-activos que configuren principios ordenadores básicos de toda política de inmigración, a saber: mecanismos creíbles de entrada y permanencia regular, normas básicas de justicia social y de regulación del mercado laboral.
Con ello, no queremos decir que el modelo español de inmigración merezca una enmienda a la totalidad: de hecho, se ha configurado como un modelo exitoso en muchos aspectos, entre los que destaca la integración de un número notable de personas extranjeras en un periodo de tiempo insólitamente corto. Este documento analiza las virtudes y los defectos de un modelo de inmigración que por la vía de los hechos consumados, ha quedado obsoleto y debe ser retocado manteniendo sus logros y corrigiendo sus defectos. Como en otros aspectos, la crisis puede ser una buena ocasión para evaluar instrumentos ya en uso y planificar de forma racional una política pública de inmigración que sincronice las necesidades del mercado laboral y las expectativas de cohesión social.
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