Referéndums como chivos expiatorios

Opinion CIDOB 401
Data de publicació: 04/2016
Autor:
Pol Morillas, investigador principal, CIDOB
Descarregar PDF

El debate sobre los referéndums como expresión última de la voluntad popular o como opción sub-óptima para las democracias liberales tiene un largo recorrido. También en la UE, donde los experimentos con los referéndums no siempre se han saldado con los resultados esperados (recordemos cuando holandeses y franceses tumbaron el proyecto de Constitución Europea en 2005). Los partidarios de los plebiscitos argumentan que el voto directo es la mejor manera de conectar la ciudadanía con Europa, mientras que sus detractores ven en los referéndums la expresión de un malestar generalizado, sin atenerse al asunto sobre el que se pregunta.

Ayer (6 de abril) los ciudadanos de los Países Bajos acudieron a las urnas para, formalmente, pronunciarse acerca del acuerdo de asociación de la UE con Ucrania, después de una reforma legal con la cual 300.000 firmas son suficientes para convocar un referéndum no vinculante. El objetivo de la ley era reducir la distancia entre élite política y ciudadanía, creyendo que sería difícil que un grupo de interés consiguiera aglutinar las firmas suficientes para hacerla efectiva. Pero en tiempos de creciente euroescepticismo, el blog GeenStijl encontró la excusa perfecta para preguntar sobre la UE con el  acuerdo de asociación como chivo expiatorio.

El referéndum consiguió superar el 30% de participación necesaria para que fuera considerado válido, dando un resultado claramente desfavorable al acuerdo de asociación de la UE con Ucrania (un 61% de nos). Al poco de conocerse los resultados, Carl Bildt escribió que mientras que el acuerdo ya ha sido aprobado en los 28 parlamentos nacionales, los votantes del no representan sólo el 0,006% del electorado europeo. Aun así, el gobierno de Mark Rutte frenará la ratificación del acuerdo de asociación, iniciando una nueva ronda de negociaciones en Bruselas para adaptarlo a la voluntad de los holandeses. Entre tanto, la estabilidad de Ucrania y la unidad de la política exterior europea hacia Rusia tendrán que esperar, habiéndose pronunciado los holandeses sobre cuestiones que poco tienen que ver con los contenidos reales de la consulta -y que desconocían en su inmensa mayoría cuando acudieron a los colegios-.

Otro ejemplo reciente es el referéndum griego sobre el programa de rescate. Los ciudadanos acudieron el pasado 5 de julio a las urnas para pronunciarse sobre un acuerdo que ya no estaba sobre la mesa, al retirar los acreedores su última propuesta precisamente por la convocatoria de la consulta. El gobierno de Alexis Tsipras pretendía lanzar un pulso a Bruselas, consciente de su inferioridad negociadora. Antepuso el “mandato democrático” del referéndum al “dictado de los acreedores”, con la esperanza de que una victoria abrumadora se tradujese en mejores bazas de negociación. Los griegos no se pronunciaron sobre los contenidos de la pregunta, sino que expresaron su profundo malestar con las condiciones impuestas por los acreedores y con la esperanza (que acabaría siendo en vano) de re-equilibrar fuerzas.     

El 23 de junio tendrá lugar el referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la UE. Cabe congratular al premier británico por, como mínimo, preguntar a sus ciudadanos acerca del fondo de la cuestión, sin rodeos. David Cameron cumple con lo prometido en 2013, cuando evocó la “necesidad” de someter a los ciudadanos a una “simple elección” acerca de la relación de su país con la UE. Cierto es que, pasados los años, los británicos continúan sin interesarse sobremanera en el debate del Brexit - una encuesta reciente muestra cómo la UE sólo aparece en el cuarto lugar de las preocupaciones de los británicos, por detrás de la inmigración, la sanidad pública y la economía.

Pero más allá de las alabanzas a la sinceridad de Cameron, el referéndum británico sufre de males parecidos. Cameron quisiera que fuera un plebiscito sobre las concesiones otorgadas por la Unión durante el Consejo Europeo de febrero, pero es poco probable que los ciudadanos acudan a las urnas con estos aspectos técnicos en la cabeza. Es más probable que el referéndum se convierta en un plebiscito sobre la gestión del gobierno de Cameron y en el campo de batalla favorito de los que buscan votos entre los perdedores de la globalización, evocando un refuerzo de la soberanía del Reino Unido o la “amenaza” de la inmigración. Por el camino, Cameron habrá dado alas a los sectores más euroescépticos de su partido y al UKIP y menoscabado algunos de los principios básicos de la Unión, como el trato igualitario de los trabajadores europeos o el ya maltrecho “ever closer Union”.

Los casos evocados reflejan el uso subsidiario de un referéndum sobre la UE (o alguna de sus políticas) para expresar un malestar de fondo. A pesar del esfuerzo de politización de las últimas elecciones al Parlamento Europeo y el papel de los “spitzenkandidaten”, el déficit democrático de la UE sigue ampliándose. La falta de “demos europeo” impide un vínculo estrecho entre ciudadanía e instituciones europeas, cuyo trabajo se percibe como algo alejado de los intereses inmediatos de muchos ciudadanos (cuando no en su contra).

El recurso a la democracia directa en Europa no es siempre la mejor manera de cerrar el vacío entre la Unión y sus ciudadanos. Por un lado, tanto las negociaciones previas a la convocatoria de un referéndum (como es el caso del Reino Unido) o sus resultados (en el caso de Holanda), acaparan la Unión y sus líderes en cuestiones alejadas de los intereses inmediatos de la ciudadanía. La lenta maquinaria institucional bruselense y las reuniones de madrugada del Consejo no se dedican a debatir cómo resolver problemas de fondo, ya sea la recuperación económica, las reformas de la zona euro, la gestión efectiva de la crisis de refugiados, el papel exterior de la Unión o el mismo déficit democrático.

Por el otro, dar alas a los que toman la parte por el todo resulta especialmente peligroso en tiempos de auge del populismo y la eurofobia. Las campañas de los referéndums se convierten en terreno abonado para los que defienden levantar fronteras salvo cuando de difundir su mensaje euroescéptico a los cuatro vientos se trate. Las opiniones públicas europeas no permanecen impasibles ante estas campañas y la voluntad de convocar referéndums sobre la permanencia en la UE aumenta por doquier (así lo desean hoy un 53% de los franceses, un 47% de los españoles y un 45% de los alemanes). Incluso los gobiernos son más proclives a insinuar que convocarán referéndums si ello les permite mayores réditos de negociación en Bruselas. El déficit democrático de la UE es real y urgente. Pero medicinas contraproducentes difícilmente curan males endémicos.     

 

D.L.: B-8439-2012