«Prima gli italiani!». Cambios y continuidades en la ultraderecha italiana: la Lega y Fratelli d’Italia
Steven Forti, profesor contratado doctor, Universitat Autònoma de Barcelona. steven.forti@uab.cat. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-7027-0220
La ultraderecha se ha convertido en un actor político de primer orden en Italia. Al respecto, este artículo examina principalmente tres cuestiones: en primer lugar, muestra cómo la presencia de opciones políticas ultraderechistas viene de lejos, poniendo de relieve las causas de su crecimiento electoral; en segundo lugar, analiza tanto el giro lepenista de la Lega Nord, como el proceso de formación de Fratelli d’Italia, en el surco de la tradición neofascista del Movimento Sociale Italiano; y, finalmente, profundiza en las propuestas ideológicas y programáticas de ambos partidos, evidenciando tanto los cambios como las continuidades existentes respecto a sus orígenes.
En la segunda década de este siglo, la ultraderecha se ha convertido en un actor político de primer orden en Italia. En las elecciones al Parlamento Europeo de 2019, el partido de la Lega (Liga) de Matteo Salvini quedó en primer lugar, obteniendo el 34,3% de los votos, y Fratelli d’Italia (FdI) de Giorgia Meloni el 6,4%; así, juntos superaron la barrera del 40% de los votos. Los sondeos realizados durante los tres años siguientes han confirmado a grandes rasgos estos resultados, aunque ha habido un trasvase de sufragios de la Lega a FdI. En las elecciones legislativas celebradas el 25 de septiembre de 2022, el partido liderado por Salvini ha bajado al 8,8% de los votos, superando por un estrecho margen a Forza Italia (8,1%), mientras que la formación liderada por Meloni ha llegado al 26%, convirtiéndose en el partido más votado del país. Si excluimos los países del Este europeo, como Hungría y Polonia, estos datos son una excepción en Europa: en países como Francia, Austria o los Países Bajos, donde la extrema derecha es un actor consolidado desde hace décadas, partidos como el francés Front National (FN) –ahora Rassemblement National (RN)–, el austríaco Freiheitliche Partei Österreichs (FPÖ) o el neerlandés Partij voor de Vrijheid (PVV) justo han alcanzado el 25% de los votos a nivel nacional.
En este contexto, este artículo estudia la extrema derecha italiana desde el fin de la Guerra Fría (1991) hasta la actualidad, centrándose especialmente en la última década. En primer lugar, se muestra cómo la presencia de opciones políticas ultraderechistas viene de lejos: un momento que marcó un cambio se produjo a inicios de los años noventa del siglo pasado, con el fin de la llamada Primera República (1948-1994) y el advenimiento del primer Gobierno presidido por Silvio Berlusconi. También se destacan las causas del más reciente crecimiento electoral de las formaciones políticas lideradas por Salvini y Meloni; al respecto, si bien no se puede subestimar el impacto de la crisis de 2008-2010, cabe subrayar la importancia de la transformación del sistema político transalpino, con la crisis de la llamada «Segunda República» basada en un bipolarismo imperfecto y el seísmo vivido en el espacio del centroderecha, con la implosión del proyecto del Popolo della Libertà (PdL) y el declive del berlusconismo.
En segundo lugar, se analiza el giro lepenista de la Lega Nord (LN) –que pasó de ser un partido regionalista del norte de la península a uno nacionalista italiano– y el proceso de formación de FdI en el marco de la tradición neofascista del Movimento Sociale Italiano (MSI) y la posfascista Alleanza Nazionale (AN). Finalmente, se abordan las propuestas ideológicas y programáticas de ambos partidos, mostrándose tanto los cambios como las continuidades existentes. Esta investigación tiene un enfoque de historia política, de los partidos políticos y de las culturas políticas. Respecto a las fuentes, además de la bibliografía secundaria existente –más amplia en el caso de la Lega Nord/Lega y aún embrionaria en el de Fratelli d’Italia–, se han utilizado principalmente los programas electorales y los documentos elaborados por ambas formaciones políticas, así como las autobiografías, los libros-entrevista y los escritos en prensa de sus respectivos líderes, Matteo Salvini y Giorgia Meloni.
Como apunte previo, hay que precisar que en este artículo se utilizarán los términos extrema derecha o ultraderecha para referirse a la Lega y a Fratelli d’Italia, así como a otras formaciones políticas miembros de los grupos de Identidad y Democracia (ID) y de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), ambos grupos dentro del Parlamento Europeo. Se adoptan, por lo tanto, las definiciones de Forti (2021: 81-87) y Veiga et al. (2019: 393-422), prefiriéndolas a las que, como en el caso de Mudde (2021: 22-25), hablan de derecha radical o derecha radical populista. Estas últimas definiciones, de hecho, presentan una doble problemática: por un lado, establecen un equivocado paralelismo con la izquierda radical –por ejemplo, la de Unidas Podemos en España o Syriza en Grecia– que, a diferencia de la extrema derecha, no pone en cuestión el modelo democrático liberal en sí mismo; por el otro, consideran democráticas unas formaciones que desprecian el principio democrático de igualdad. Como argumenta Beatriz Acha Ugarte (2021: 44 y 58), «no se puede rechazar la democracia liberal sin rechazar también, de alguna manera, la democracia», así que se debería ser «cautos al considerar[las] formaciones democráticas, pues defienden una ideología de la exclusión incompatible, incluso con [la] versión meramente procedimental» de la democracia.
Primer paso: legitimarse como fuerzas de gobierno
Durante la Primera República (1948-1994), Italia era de por sí una excepción en el panorama europeo: el MSI, un partido claramente neofascista, conseguía siempre representación parlamentaria y entre el 4% y el 9% de los votos a nivel nacional. Sin embargo, los missini eran el polo escluso (Ignazi, 1998) de la democracia parlamentaria italiana, es decir, un partido excluido del poder, ya que la Democrazia Cristiana (DC) no lo consideraba un posible aliado para forjar mayorías parlamentarias. Con el fin de la Guerra Fría y el colapso de los principales partidos de la Primera República, a partir del escándalo de Tangentópolis1 a principios de los años noventa, cambió radicalmente la situación. En ese contexto, el MSI pudo, por un lado, presentarse como un partido limpio respecto al resto –golpeados por centenares de escándalos de corrupción– y, por el otro, aprovechar los nuevos espacios que se abrían en el sistema político con la desaparición de los demás partidos que habían recogido en las décadas anteriores los votos del espectro católico y conservador con el objetivo de evitar que el Partido Comunista conquistase el poder (Gallego, 2007: 437-460).
Las investigaciones judiciales conocidas con el nombre de Mani Pulite («Manos Limpias») fueron clave para la estrategia de apertura a un electorado católico y moderado que el joven secretario del MSI, Gianfranco Fini, había delineado en el lustro anterior; un Fini quien, además, pudo contar con el apoyo del empresario milanés Silvio Berlusconi cuando se presentó a las elecciones municipales como candidato a la Alcaldía de Roma en el otoño de 1993, en las que consiguió un espectacular 46,9% de los votos en la segunda vuelta (Ungari, 2021: 229-235). De esta forma, Berlusconi, que pocos meses más tarde entraría en política fundando Forza Italia, fue clave para la definitiva legitimación de los neofascistas que, entendiendo las posibilidades que se abrían, lanzaron el proyecto de un nuevo rassemblement, esto es, la Alleanza Nazionale (AN) que debía permitirles ir más allá de las angostas fronteras electorales del MSI. La victoria en las elecciones legislativas de abril de 1994 de la «alianza espuria» formada por Forza Italia y la LN (Botti, 2016: 19), en las regiones septentrionales, y por el partido berlusconiano y el MSI, en el sur, abrieron por primera vez las puertas del Gobierno a la fuerza liderada por Umberto Bossi y a los neofascistas (ibídem: 18-22; Diamanti, 1996).
Para entender el avance electoral de la extrema derecha en Italia en la segunda década del siglo xxi hasta la actualidad, es fundamental partir de esta coyuntura: la llegada de Berlusconi al Gobierno propició la progresiva banalización del fascismo. A partir de 1994, no solo se puso en cuestión el consenso antifascista –hasta ese momento el pilar legitimador de la Primera República– sino que se llevó a cabo un intenso proceso de revisionismo histórico de la dictadura de Mussolini. La «guerra de la memoria», que tuvo también su vertiente historiográfica, protagonizó diferentes «batallas»: desde la condena de los crímenes de los partisanos (la resistencia italiana) hasta la revalorización del colonialismo italiano o la equiparación de los jóvenes que se alistaron en el ejército de la República Social Italiana presidida por Mussolini con los partisanos que lucharon contra el nazifascismo (Mattioli, 2010). De esta forma, si en 2004 la pregiudiziale antifascista se encontraba ya «en avanzado estado de evaporación», en 2014, este paradigma de condena absoluta del fascismo «se había reducido a una lucecita» (Barcella, 2022: 155).
La experiencia del primer Gobierno Berlusconi, que duró menos de un año por la salida de la LN del Ejecutivo, no fue, de hecho, ninguna excepción. Durante toda la historia de la llamada «Segunda República»2, el líder de Forza Italia consiguió forjar una alianza de centroderecha que, además de su partido, incluía a AN, la LN y otros partidos minoritarios. A partir del año 2000, la formación de Bossi dejó de lado el breve paréntesis secesionista y volvió al redil de la alianza con Berlusconi y Fini, con quienes, una vez más, compartió el Gobierno entre los años 2001 y 2006 y entre 2008 y 2011. En todo este período, tanto AN como la LN fueron, pues, percibidos como fuerzas de gobierno y obtuvieron un respetable consenso electoral, más allá de las fisiológicas fluctuaciones en el voto entre unas elecciones y otras (Colarizi y Gervasoni, 2012: 124-225; Botti, 2016: 23-42)3.
Se puede debatir sobre si es correcto definir como ultraderecha tout court estas fuerzas políticas durante los años noventa y la primera década del presente siglo. En el caso de AN, cabe destacar que el cierre definitivo de la experiencia del MSI en el congreso de Fiuggi de 19954 no implicó un cambio de los cuadros del partido, ya que más del 80% de los miembros de la dirección de AN provenía del MSI (Ignazi, 2018: 31). En los años siguientes, es cierto, se afianzó el proyecto de Fini, que tomó distancias públicamente del fascismo en distintas ocasiones para transformar Alleanza Nazionale en un partido nacional-conservador que miraba más a Sarkozy que a Le Pen. Esto conllevó escisiones de sectores minoritarios críticos con este giro centrista. No obstante, podemos afirmar que la experiencia de AN se movió durante toda su existencia (1994-2009) entre el posfascismo y el nacionalismo conservador, con conexiones emotivas y personales a sectores neofascistas. A escala europea, de hecho, fue miembro de la Alianza por una Europa de las Naciones5, junto al partido político polaco Ley y Justicia (Prawo i Sprawiedliwość [PiS]), el israelí Likud o el griego LAOS.
En lo que concierne a la Lega Nord, la definición más aceptada en la academia es la de ser un partido regionalista (o etnoregionalista) populista (Albertazzi et al., 2018: 647; Biorcio, 2010: 124). Esta formación, fundada como una unión de ligas regionales por Bossi en 1989, fue en cierto sentido un caso único en el panorama italiano de principios de los años noventa, ya que, superando la contraposición de clases y la religión católica que marcaron la historia de la Primera República, se presentó como una fuerza que, no siendo ni de derechas ni de izquierdas (Tarchi, 2015: 245-249), introducía nuevas formas de contraposición: norte versus sur, pequeñas empresas versus gran capital, pueblo versus élite, defensa de la comunidad nacional versus globalización (Biorcio, 2015: 59-60). Esta supuesta indefinición ideológica, que llevó a acuñar el término de «liguismo», fue favorecida también por el lenguaje antipolítico y popular de su líder, Umberto Bossi (Diamanti, 1995: 13). Ahora bien, ya en los años noventa, la LN se relacionó con el ultraderechista austríaco Jörg Haider o el fundador de la Nouvelle Droite francesa, Alain de Benoist, además de haber vivido un nada desdeñable proceso de entrismo por militantes neofascistas –como Mario Borghezio o Gilberto Oneto– que habían visto en un partido ideológicamente débil un terreno abonado para la penetración de sus ideas (Veiga et al., 2019: 296-308; Gatti, 2019; Andriola, 2014: 134-175). Asimismo, a partir de 1999 –y sobre todo tras los ataques a las Torres Gemelas de 2001– el partido de Bossi incorporó con más fuerza los temas del rechazo a la inmigración, la equiparación del islam con el terrorismo y la defensa de los valores cristianos más tradicionalistas, compartiendo a menudo manifestaciones con partidos neofascistas tout court como Forza Nuova o Fiamma Tricolore, además de utilizar frecuentemente teorías conspirativas (Tarchi, 2015: 258). De hecho, ya en 2011, Andrej Zaslove (2011: 4) lo definió como un partido populista de derecha radical, comparable al FN francés o el FPÖ austríaco.
Segundo paso: ocupar el vacío
Antes del estallido de la crisis de la deuda soberana en la zona euro de 2010, en la derecha italiana se habían producido dos procesos paralelos. Por un lado, en 2009 Berlusconi había creado el Popolo della Libertà (PdL), un nuevo partido que sumó a Forza Italia y Alleanza Nazionale, además de a formaciones minoritarias de centroderecha. El objetivo de Il Cavaliere era el de crear una especie de Partido Republicano estadounidense a la italiana, que pudiese competir con el centroizquierda en un sistema político que parecía volverse definitivamente bipolar (Colarizi y Gervasoni, 2012: 195-215). Por el otro lado, la Lega Nord, arraigada solo en el norte de la península, se mantenía autónoma, aunque aliada del PdL, y reforzaba sus dos principales pilares ideológicos: el autonomismo/federalismo y la vertiente antiinmigración (Biorcio, 2010: 68-80; Barcella, 2022: 129-136).
Sin embargo, en el bienio siguiente el panorama político cambió radicalmente. En primer lugar, en abril de 2010, Fini –por aquel entonces presidente de la Cámara de Diputados– rompió con Berlusconi y creó un nuevo partido centrista, Futuro e Libertà (FLI), por lo que el espacio que ocupaba AN perdía el que había sido su líder durante dos décadas. En segundo lugar, a finales de 2011, tras el aumento exponencial de la prima de riesgo italiana y las tensiones con la Comisión Europea, Berlusconi dimitió y se formó un Gobierno técnico presidido por Mario Monti, quien también obtuvo el apoyo parlamentario del PdL. En tercer lugar, la Lega Nord, que se quedó en la oposición durante el Ejecutivo de Monti, se vio envuelta en unos graves escándalos de corrupción que incumbían directamente al propio Bossi y su familia. En cuarto lugar, el Gobierno Monti aplicó drásticas medidas de recortes presupuestarios que golpearon fuertemente las clases media y trabajadora del país. A todo esto, se debe añadir la progresiva afirmación del Movimento 5 Stelle (M5S) que tuvo su consagración en las elecciones legislativas de marzo de 2013. La aparición de este partido populista fundado por el excómico Beppe Grillo puso fin al bipolarismo imperfecto de la Segunda República (Botti, 2016: 33-38).
Así, la conclusión anticipada del cuarto Gobierno de Berlusconi, la crisis del proyecto del PdL, el cuestionamiento de la dirigencia histórica de la LN, el éxito electoral del M5S, el impacto de la crisis económica, las políticas de austeridad aplicadas por el Ejecutivo de Monti y las protestas sociales –con la infiltración de partidos neofascistas (CasaPound Italia y Forza Nuova) en movimientos aparentemente espontáneos como el de los Forconi– mostraron no solo que el clima social del país había cambiado radicalmente, sino también que el sistema de partidos estaba viviendo una fase de profunda mutación (Veiga et al., 2019: 308-320). En ese contexto, paulatinamente, se dieron dos movimientos que tuvieron consecuencias importantes.
En primer lugar, en diciembre de 2012, dos exministros del gobierno Berlusconi provenientes de AN, Giorgia Meloni e Ignazio La Russa, junto con Guido Crosetto, fundaron Fratelli d’Italia (FdI). En concreto, Meloni se había afiliado en 1992 al Fronte della Gioventù (FdG) –las juventudes del MSI– y en 2004 había sido elegida presidenta de Azione Giovani, las juventudes de AN; en 2006, por primera vez entró en el Parlamento, convirtiéndose en vicepresidenta de la Cámara de Diputados y, en 2008, Berlusconi la nombró ministra de Deportes. Crítica con el apoyo del PdL a Monti, en 2012 lanzó su candidatura a las primarias del partido, pero la decisión de Berlusconi de anular el proceso llevó a Meloni a organizar una convención llamada «Le primarie delle idee» («Las primarias de las ideas»). El éxito de la convocatoria y el apoyo de dirigentes con experiencia como La Russa –uno de los coroneles de AN, miembro del Parlamento desde 1992 y secretario del FdG en los años setenta– convencieron a Meloni para romper con el PdL y fundar una nueva formación a la derecha del berlusconismo (Giubilei, 2020: 17-28; Meloni, 2021: 32-54 y 163-177).
En segundo lugar, en diciembre de 2013 –tras las dimisiones de Bossi, el breve paréntesis en la Secretaría de Roberto Maroni y el pésimo resultado electoral del partido (4,1%) en las elecciones legislativas de marzo de ese año– Matteo Salvini se convirtió en secretario federal de la Lega Nord. Como Meloni (nacida en 1977), Salvini (nacido en 1973) representaba una nueva generación y, al mismo tiempo, tenía una larga militancia en el partido: se afilió a la LN en 1990, entró por primera vez como concejal en el Ayuntamiento de Milán en 1993 y, desde 2004 hasta 2019, fue eurodiputado. Además de dirigente de las juventudes del partido –Lega Giovani Padani– y periodista para los medios de comunicación liguistas, Salvini se hizo con la Presidencia de la Lega Lombarda, en junio de 2012. Desde ahí, entre la profunda crisis del partido y la elección de Maroni como presidente de la región Lombardía en marzo de 2013, Salvini decidió dar el salto a la Secretaría Federal de la LN (Pucciarelli, 2016: 17-43).
De esta forma, entre 2012 y 2013, tanto Meloni como Salvini entendieron que, con la implosión del PdL y la refundación de Forza Italia por parte de un Berlusconi cada vez más en declive, quedaba vacío un espacio político que podía ser ocupado. En un clima marcado por el impacto de la crisis económica y el resentimiento de un sector importante de la población italiana hacia el establishment, la fórmula utilizada fue la de «un nacionalismo excluyente acompañado por un llamamiento a las personas corrientes (ordinary people), presentadas como las principales víctimas de la sociedad multicultural» (Ventura, 2021: 47). Una receta similar a la que, en contexto distintos, proponían por aquel entonces Marine Le Pen en Francia, Heinz-Christian Strache en Austria o Geert Wilders en los Países Bajos.
Tercer paso: canibalizar el espacio de centroderecha
Hasta cierto punto, la operación para ocupar ese espacio vacío se presentaba más fácil ideológicamente por parte de FdI, que podía recuperar una historia y unas tradiciones identificables como las del MSI-AN. Sin embargo, el camino de la nueva formación liderada por Meloni se presentó mucho más dificultoso de lo previsto. En las elecciones legislativas de 2013, FdI obtuvo tan solo el 1,9% de los votos y 9 diputados, mientras que, en las elecciones europeas del año siguiente, aunque mejoró sus resultados (3,67%) no consiguió representación en la Eurocámara (Ferrari, 2021a). Más allá de las complicaciones para asentar un nuevo partido, Meloni tenía que lidiar, por un lado, con la presencia de una Forza Italia que, aunque en declive, aún mantenía un cierto apoyo electoral –21,6% en 2013 y 16,8% en 2014–; y, por el otro, con la competición de una Lega Nord que, bajo el liderazgo de Salvini, se había radicalizado –6,1% del voto en 2014– (Biorcio, 2015: 63-64 y 90-91). Es más, aun no siendo una fuerza puramente de derechas, el M5S consiguió no solo unos resultados espectaculares –25,6% en 2013 y 21,2% en 2014–, sino que supo canalizar el descontento social, atrayendo también a un porcentaje nada desdeñable de votantes de derechas (Pedrazzani y Pinto, 2017: 95-136).
Así, la legislatura iniciada en 2013 fue capitalizada en la oposición por el M5S y la LN de Salvini. Los gobiernos de centroizquierda presididos por Enrico Letta y Matteo Renzi mantuvieron en el perímetro de la mayoría parlamentaria a una parte del centroderecha. Sin embargo, el fracaso del proyecto de reforma constitucional de Renzi, rechazado en el referéndum celebrado en diciembre de 2016, debilitó al centroizquierda y mostró la fragmentación del espacio de centroderecha. Además, Berlusconi había sido condenado por corrupción en el juicio Mediaset, lo que le impedía presentarse como candidato hasta 2019. A ello, cabe sumar el contexto internacional marcado por una lenta y difícil salida de la crisis económica, por la «crisis de los refugiados» de 2015 y por el Brexit y la victoria de Donald Trump en 2016, que crearon un clima favorable al avance de fuerzas nacionalpopulistas y ultraderechistas a escala global (Forti, 2021: 33-53; Eatwell y Goodwin, 2019).
En este período, tanto el M5S como la LN jugaron la carta del rechazo a la inmigración –ya fuera por razones económicas o identitarias–, del euroescepticismo y de la crítica a la casta de los políticos (Ivaldi et al., 2017: 354-376). A partir de 2014, además, Salvini puso en marcha una operación de «nacionalización de la Lega», siguiendo el modelo de Marine Le Pen. Desde el punto de vista organizativo, esto comportó la presentación de listas bajo el nombre de «Noi con Salvini» («Nosotros con Salvini») en las elecciones en el centro-sur de la península, entablando alianzas con los «fascistas del tercer milenio» de CasaPound Italia: la Lega se convirtió, así, en «el papel de garante para la galaxia neofascista» (Passarelli y Tuorto, 2018: 91). Desde el punto de vista ideológico, esta operación se concretó en el viraje del autonomismo padano al nacionalismo italiano. Se trató de una «operación de rebranding del partido», que cambió su color de referencia del verde al azul, su lema de «Prima il Nord» («Primero el Norte») a «Prima gli Italiani» («Primero los italianos») y su nombre oficial de «Lega Nord per l’indipendenza della Padania» a «Lega per Salvini premier» (Diamanti, 2019: 11-13). El modelo de partido se hizo más vertical y menos conectado con el activismo de las bases y la acción administrativa de la clase dirigente local, que habían sido la verdadera fuerza de la LN. Del carisma de Bossi se pasó, en síntesis, a la popularidad de Salvini, lo que comportó un arraigo limitado en el centro-sur de la península y una disminución generalizada del número de secciones del partido, que pasaron de 1.500 en 2011 a 500 en 2018 (Passarelli y Tuorto, 2018: 19, 37-46; Albertazzi et al., 2018: 647-653). En un clima marcado por la fast politics y la pop politics, la Lega se transformó en «el partido de Salvini» caracterizado «por una gran inversión en el liderazgo, poca dialéctica interna y total desintermediación en la comunicación» (Diamanti, 2019: 14, 17).
En las elecciones legislativas de marzo de 2018, el M5S obtuvo el 32,7% de los votos, mientras que la Lega, con el 17,3%, se convertía en el primer partido de la coalición de centroderecha, superando por primera vez a Forza Italia. Los resultados electorales certificaron el fin del bipolarismo y el paso a un sistema tripolar (Karremans et al., 2019: 118-138). A principios de junio de ese año, las dos fuerzas políticas sellaron una inédita coalición de gobierno, presidida por el abogado Giuseppe Conte. Desde el Ministerio del Interior, Salvini impulsó una estrategia comunicativa que tenía como objetivo el control de la agenda mediática y el hiperpresencialismo del líder (Diamanti, 2019: 19-20). Gracias al trabajo del equipo coordinado por el estratega de la comunicación Luca Morisi, especialmente atento a las potencialidades de las nuevas redes sociales y a la gamification de la política (Cervi, 2020: 99-122), Salvini desarrolló una campaña permanente basada en el «círculo virtuoso televisión-redes sociales-territorio físico» (Pregliasco, 2019: 27 y 36-38).
El tema de la inmigración fue central, tanto en su retórica como en su mandato como ministro del Interior. En el lustro anterior, el líder liguista no solamente había identificado un enemigo y una amenaza en el pueblo romaní, llegando a pedir la destrucción con excavadoras de los campos existentes (Cervi y Tejedor, 2020: 1-17), sino también en los extranjeros y los migrantes. Había clamado continuamente por el cierre de las fronteras y criminalizado a las ONG que trabajaban en el Mediterráneo. Recién nombrado ministro, Salvini declaró haber cerrado los puertos italianos y, en los meses siguientes, elaboró los llamados «decretos Seguridad», que preveían la abolición de la protección humanitaria, la restricción del sistema de acogida, la revocación o no concesión de la protección internacional para los refugiados que hubieran cometido delitos o la prohibición del ingreso o el tránsito de barcos humanitarios en aguas italianas, con sanciones de hasta 50.000 euros, además del secuestro de la embarcación. Salvini explotó casos mediáticos, como los de Open Arms o de la capitana de barco alemana Carola Rackete de Sea-Watch, para polarizar más a la sociedad y aumentar sus apoyos (Dennison y Geddes, 2022: 441-460; Barcella, 2022: 158-166).
Entre las primaveras de 2018 y 2019, la Lega fue creciendo en los sondeos, obteniendo importantes éxitos electorales, tanto a nivel regional como europeo, cuando se convirtió con diferencia en el primer partido italiano: 34,3% de los votos y 28 eurodiputados. En estas elecciones, además de drenar votos del M5S, que había perdido la mitad de los consensos obtenidos el año anterior, el partido de Salvini había canibalizado el espacio de centroderecha: en las elecciones legislativas de 2018, Forza Italia había bajado al 14% y, en las europeas de 2019, al 8,8%, el peor resultado de su historia. Para explicar este fenómeno, se ha acuñado el término de «forza-leghismo» (Passarelli y Tuorto, 2018: 84), entendiendo la transformación del electorado liguista que había captado muchos exvotantes de Berlusconi.
El éxito en las europeas de 2019 empujó a Salvini a romper la alianza de gobierno con el M5S y a pedir nuevas elecciones, convencido de obtener la mayoría absoluta. Sin embargo, el inesperado pacto entre los grillini y el Partito Democratico, que comportó la formación de un nuevo Ejecutivo moderadamente progresista liderado por el mismo Conte, frustró sus objetivos. Además, unas investigaciones periodísticas pusieron la lupa en los vínculos entre la Lega y la Rusia de Putin, con acusaciones de haber recibido financiación ilegal de Moscú (Tizian y Vergine, 2019: 125-184). Así, a partir de otoño de 2019, la estrella de Salvini parecía que se iba apagando progresivamente. En 2020, la Lega no consiguió hacerse con la Presidencia de las regiones de Emilia-Romaña y Toscana, y la sobreactuación de Salvini durante el primer año de la pandemia provocó crecientes tensiones con los presidentes liguistas de importantes regiones del norte. Asimismo, en febrero de 2021, Salvini tuvo que aceptar entrar en el Ejecutivo de unidad nacional presidido por Mario Draghi y, pese a ocupar tres ministerios, su partido siguió perdiendo apoyos: a principios de 2022, la intención de voto había bajado a la mitad comparado con las europeas de 2019. Por su parte, Salvini –afectado por la caída en desgracia de su gurú de las redes Luca Morisi– no conseguía marcar la agenda mediática como antes.
Estas razones explican, junto con la alta volatilidad del electorado, el crecimiento de Fratelli d’Italia que, de junior partner de la coalición de derecha, se convirtió en el verano de 2021 en el primer partido en intención de voto, según varios sondeos. En las legislativas de 2018, FdI obtuvo el 4,35% de los votos y en las europeas de 2019 el 6,4% –enviando a Bruselas seis representantes–, pero a partir de 2019 su crecimiento ha sido evidente, también en los comicios regionales, llegando a superar el 10% en Calabria y a elegir, en coalición con toda la derecha, a dos presidentes regionales, el de los Abruzos y el de las Marcas. Además, su número de afiliados pasó de los 44.000 de 2019 a los 130.000 de 2021 (Ferrari, 2021a).
A diferencia de la Lega, el partido de Meloni se presenta como más cohesionado: su clase dirigente proviene en gran medida de las juventudes de Alleanza Nazionale, la llamada «generación Atreju»6 (Carlo Fidanza, Francesco Lollobrigida, Francesco Acquaroli, Giovanni Donzelli y Giovanbattista Fazzolari), además de integrar miembros con un pasado político en el MSI y AN, como La Russa, Fabio Rampelli o Isabella Rauti, hija de Pino Rauti, histórico dirigente del ala más radical del MSI (Giubilei, 2020: 26-29). Ahora bien, FdI también es un partido fuertemente personalista, un «partido-persona», dependiente de su líder, Giorgia Meloni (Campi, 2021: 40). Asimismo, aunque su comunicación es más coherente y menos histriónica que la de Salvini (Ferrari, 2021a), este partido ha creado un equipo específico que se ocupa de las redes sociales, coordinado por Tommaso Montanari, el cual no desperdicia ninguna ocasión para convertir en un fenómeno pop a su líder, como muestra su reciente autobiografía (Meloni, 2021). En cuanto a los votantes, los resultados de las elecciones de septiembre de 2022 han demostrado que FdI, por un lado, ha superado las barreras tradicionales de la vieja AN –representadas principalmente por funcionarios públicos y autónomos– y, por otro, ha conseguido penetrar con fuerza también en las regiones del norte, donde anteriormente conseguía resultados modestos y ahora ha superado incluso a la Lega de Salvini (Istituto Cattaneo, 2022).
Cuarto paso: actualizar la propuesta ideológica
Paralelamente, tanto la Lega como FdI han elaborado una propuesta ideológica que introduce una serie de novedades respecto al pasado, aunque manteniendo unos fuertes elementos de continuidad. En ambos casos, podríamos decir que se ha tratado sobre todo de un aggiornamento ideológico, fruto de unos tiempos marcados por el auge del nacionalpopulismo (Eatwell y Goodwin, 2019).
En el caso de FdI, se ha subrayado acertadamente la estrecha relación con la tradición del MSI filtrada a través de AN (Sondel-Cedarmas, 2022, 60-61). El partido liderado por Meloni representa «un regreso a la derecha de la comunidad político-cultural missina», con la reapropiación de un imaginario basado en los conceptos de nación, patria, pueblo, tradición y familia (Mammone, 2018: 35), así como un alejamiento del camino recorrido por Fini, considerado como un traidor (Giubilei, 2020: 31). La propia Meloni ha puesto de manifiesto la continuidad de su proyecto con la historia de su comunidad política. En su autobiografía, presenta a FdI como «un nuevo partido para una antigua tradición», afirmando que «he recogido el testimonio de una historia larga de setenta años, he cargado en mis espaldas los sueños y las esperanzas de un pueblo que se había encontrado sin un partido, sin un líder» (Meloni, 2021: 175, 162). No es de extrañar, consecuentemente, que en 2014 se incluyera en el símbolo de FdI la llama tricolor que ha representado históricamente al MSI, que en las elecciones municipales de Roma de 2016 y 2021 presentara en sus listas a Rachele Mussolini, nieta del dictador, o que FdI se opusiera a la ilegalización de Forza Nuova tras el asalto de este partido a la sede de la Confederazione Generale Italiana del Lavoro (CGIL) en octubre de 2021.
Se trata, sin embargo, de una continuidad al mismo tiempo «reivindicada y escondida» que intenta llevar al partido fuera del gueto del neofascismo sin renegar de gran parte de los valores de aquel mundo: la reelaboración ideológica se mueve, pues, entre el mantenimiento de la identidad del pasado y la inserción en una corriente internacional nacional-conservadora (Ferrari, 2021b). Efectivamente, como apunta también Francesco Giubilei (2020: 51), hay dos áreas del partido, la conservadora y la soberanista, que representan dos «sensibilidades»: la del «mundo liberal» y la de la «derecha social». Se trataría, en cierto sentido, de la actualización de las dos almas que marcaron la historia del MSI y de AN: el sector conservador, que aceptó el atlantismo –los «demonacionales»–, y el sector antisistema, que ve en el fascismo la base de su identidad humana y su militancia política (Ungari, 2021: 212).
Según sus mismos impulsores, la propuesta de FdI es una mezcla de soberanismo y conservadurismo –«Sovranisti e conservatori» fue el lema introducido en el símbolo del partido para las elecciones europeas de 2019– que se resume en el paradigma identitario formado por la tríada dios, patria y familia a la cual se añade la libertad (Giubilei, 2020: 67). Las referencias ideológicas son los filósofos conservadores Roger Scruton y Yoram Hazony, además del polaco Ryszard Legutko, dirigente del PiS (Ferrari, 2021a), o el italiano Renato Cristin con su «filosofía de la identidad» (Fratelli d’Italia, 2017). El soberanismo se entiende como «la idea de que la soberanía debe ser devuelta a los pueblos y los estados nacionales» (Meloni, 2021: 296) frente a la amenaza representada por el «pensamiento liberal y globalista» que «niega el papel y el valor de la identidad» de la misma forma que lo hizo el comunismo durante el siglo xx (ibídem: 195). Así, la inmigración es presentada como «un instrumento de los mundialistas para destruir las pertenencias nacionales, para crear un mejunje indistinto de culturas» (ibídem: 241), llegando a citar a Jean Raspail y la teoría conspirativa del gran reemplazo (Fratelli d’Italia, 2017); mientras que lo políticamente correcto viene a ser «una dictadura nueva, impalpable», «el evangelio de una élite apátrida y desarraigada» que «con instinto talibán» quiere imponer «la censura de la psico-policía del pensamiento único» (Meloni, 2021: 203-205).
En este argumentario, si los principales enemigos son el progresismo y la Ilustración, por su «cruzada en nombre de la razón contra la autoridad de la tradición», la solución se encuentra en «una verdadera regeneración del valor de la patria», como se apunta en el manifiesto programático del partido elaborado en el congreso de Trieste de 2017 en que FdI se define como el «movimiento de los patriotas». Citando a Johann Gottfried Herder, Ernest Renan y Giovanni Gentile, las naciones son consideradas «organismos vivientes» (Fratelli d’Italia, 2017): la patria es «aquella voluntad de compartir las raíces y participar en el destino de una comunidad» (Meloni, 2021: 192), es decir, «lo opuesto de la estandardización [y] la homologación (…) impuestos por la globalización salvaje en que se funden la utopía internacionalista veterocomunista7, el tercermundismo pauperista y la práctica comercial mundialista de las grandes multinacionales» (Fratelli d’Italia, 2017).
A partir de estas premisas ideológicas, el programa del partido se centra en una serie de prioridades. En primer lugar, la defensa de la familia tradicional y la natalidad –atacadas por la «ideología de género»– con propuestas como las guarderías infantiles gratuitas, una ayuda mensual de 400 euros por hijo hasta los seis años, menos impuestos para las familias numerosas o la eliminación del IVA en los productos para la infancia (Fratelli d’Italia, 2018: 2). Asimismo, estas propuestas, que tienen parecidos con el welfare chauvinism de Le Pen y las medidas aprobadas por los gobiernos ultraderechistas de Hungría y Polonia (Forti, 2021: 87-95), se asocian a otras políticas sociales como el aumento de las pensiones mínimas, el adelanto de la edad de jubilación a los 60 años o un plan para viviendas sociales. Sin embargo, FdI rechaza medidas definidas asistencialistas como la renta de ciudadanía. En segundo lugar, se encuentran las políticas securitarias de ley y orden, con un claro rasgo islamófobo, que prevén el cierre de las fronteras, la lógica de la preferencia nacional, la oposición a la concesión de la nacionalidad para ciudadanos extranjeros y la ampliación de la legítima defensa (Fratelli d’Italia, 2018: 2-3). En tercer lugar, subrayan la necesidad del restablecimiento de la autoridad del Estado con un Ejecutivo fuerte y una reforma presidencialista. Y, en cuarto lugar, aunque propugnan la defensa del made in Italy, que se asocia a la propiedad pública de las infraestructuras estratégicas, también defienden una explícita asunción del libre mercado y medidas neoliberales como el impuesto plano del 15% o la reducción de la burocracia (ibídem: 3-5); una característica que acerca el partido de Meloni a la última etapa del MSI de principios de los años noventa cuando, ya con Fini al frente, los neofascistas habían abrazado el liberalismo económico, aunque criticando el capitalismo salvaje (Ungari, 2021: 239).
La centralidad del concepto de patria y la dimensión étnica del binomio ciudadanía-pertenencia defendidos por FdI (Mammone, 2018: 41) tienen una clara inclinación euroescéptica. Por ejemplo, en 2014 el partido liderado por Meloni pedía la salida acordada de todos los países del euro (Fratelli d’Italia, 2014), aunque cinco años más tarde defendía solamente medidas de compensación para los estados penalizados por la moneda única. Atacando a una UE «que sirve a los intereses del gran capital, de las multinacionales y de los lobbies», en 2019 FdI proponía la revisión de todos los tratados con el objetivo de llegar a «una Confederación europea de estados nacionales y soberanos, capaces de cooperar en las grandes cuestiones (…) pero libres de autodeterminarse en todo lo que puede ser decidido mejor a nivel nacional». Así, reivindicando las raíces grecorromanas y judeocristianas de Europa y criticando al eje francoalemán, FdI lanzaba la propuesta de transferir la capital europea de Bruselas a Atenas o Roma (Fratelli d’Italia, 2019: 1-6).
En el caso de la Lega, el giro lepenista adoptado por Salvini después de 2013 ha conllevado que el partido se haya transformado «en algo muy distinto respecto al pasado», pero al mismo tiempo «en fuerte continuidad con ello»: no se trataría, pues, de una ruptura, sino de una «aceleración dentro de un proceso de lenta transformación» (Passarelli y Tuorto, 2018: 16-18; véase también Barcella, 2022: 145-157). Los tres pilares de la LN en tiempos de Bossi eran, de hecho, la idea de la existencia de un pueblo del norte diferente a los demás italianos; la defensa del norte productivo frente al sur asistencialista, y la convicción de que la causa de todos los males se debía a un Estado centralista controlado por unos partidos corruptos (Brunazzo, 2018: 142). El tránsito del regionalismo a una «forma de nacionalismo [italiano] empapado de nativismo» ha conllevado a que el marco centro-periferia haya sencillamente cambiado de nivel (Albertazzi et al., 2018: 646-647 y 657). El histórico eslogan liguista de «Padroni a casa nostra» («Amos en nuestra casa») se ha mantenido vigente, solo que el sur asistencialista, los terroni que colonizan el norte y la «Roma ladrona» han sido sustituidos por la amenaza del islam y la Bruselas de los tecnócratas y los lobbies (Tarchi, 2015: 266-272).
El lema bossiano «Né Stato centralista, né egemonia meridionale» («Ni Estado centralista, ni hegemonía meridional») se ha podido actualizar sin grandes problemas, porque siempre ha existido tanto la crítica al centralismo estatal como la idea de que la inmigración fuese un problema social y económico que amenazaba la identidad etnocultural. De hecho, ya en los años noventa, la LN lanzó campañas contra la construcción de mezquitas y Bossi adoptó rápidamente el concepto de Eurabia acuñado por la escritora Bat Ye’or a principios de los 2000 (Veiga et al., 2019: 301-308). Además, el primer europeísmo de la LN fue concebido de forma más bien funcional y estratégica, ya que la integración europea podría llevar a la desintegración de los estados nacionales y al reconocimiento del derecho de autodeterminación de la Padania (Tarditi, 2019: 219-232). Así, alrededor de 1998, con el fracaso de la intentona secesionista y el ingreso de Italia en el euro, la LN adoptó una narrativa euroescéptica, aunque hasta la crisis de 2008 la compaginó con un cierto pragmatismo, representado por el voto a favor de los tratados de Niza y Lisboa (Brunazzo, 2018: 149-153).
El proceso de paulatina radicalización de la LN se confirma también por la autopercepción en el eje izquierda-derecha de los electores del partido: del valor de 6,8 de 2001 –donde 0 representa a la extrema izquierda y 10 a la extrema derecha– se pasó al 8,2 de 2018. Asimismo, los valores defendidos por los electores muestran unas posiciones de absolutismo ético, sentimientos de hostilidad y obsesión securitaria (Passarelli y Tuorto, 2018: 92-93 y 110-116). Los temas principales de la Lega salviniana se han convertido, pues, mucho más que antes, en la lucha contra la inmigración, la globalización y la UE. En el programa de 2018, al cierre de las fronteras, la criminalización de las ONG que trabajan en el Mediterráneo y la defensa de las expulsiones de migrantes, se asociaba la cuestión de la seguridad, vinculándose directamente la inmigración con el aumento de la delincuencia (Lega, 2018: 6-8 y 14-19).
Desde el punto de vista económico, la LN de Bossi se movió entre el liberalismo y el populismo (Tarchi, 2015: 247), inclinándose en sentido thatcheriano hacia el antiestatismo autonomista (Biorcio, 2015: 54). Con Salvini al frente, la Lega se ha situado a mitad de camino entre el neoliberalismo y el asistencialismo nativista: en su programa electoral de 2018, por un lado, se defiende la posibilidad de jubilación antes de los 67 años, así como la institución de un salario mínimo; por el otro, se apuesta por un impuesto plano del 15%, la reducción de la carga fiscal para las empresas o la flexibilización laboral (Lega, 2018: 3-5 y 11-13). Asimismo, respecto a los primeros años, ha cobrado centralidad el tema demográfico, con la defensa de la natalidad y la familia, considerada «la sociedad natural fundamentada en la unión entre un hombre y una mujer». Entre las propuestas principales en este ámbito, destacan la concesión de 400 euros mensuales para cada hijo hasta los 18 años y la gratuidad de las guarderías (ibídem: 51-52). En cuanto a las reformas institucionales, se propone, de forma similar a FdI, un Ejecutivo fuerte y la elección directa del jefe del Estado, pero también una mayor autonomía regional y el fortalecimiento de los referéndums que no tendrían que necesitar ya del quórum mínimo del 50% de participación (ibídem: 20-21).
Igualmente, en el programa de 2018 se remarca el principio del «interés nacional como principio central», que se conecta estrechamente con la marcada visión euroescéptica. La Lega defendía la salida de la moneda única y la recuperación de la soberanía monetaria, económica, territorial y legislativa, pidiendo el regreso a la situación anterior a los tratados de Maastricht y la transformación de la UE en una «libre y pacífica cooperación entre estados de naturaleza principalmente económica» (ibídem: 23 y 9-10). El abandono del euro, definido como «un error criminal, estudiado con premeditación», se encontraba como propuesta estrella ya en el programa para las elecciones europeas de 2014 (ibídem, 2014: 13). Ahí se apuntaba que la UE se estaba «transformando en un imperio de tipo medieval» que representaba el «mundialismo»: su proyecto sería la «homologación de los hábitos y las costumbres (…) y los valores con el objetivo de desconectar al hombre de su comunidad». Se proponía, entonces, una «Europa de los pueblos y las regiones» en que los estados nacionales recuperarían las competencias en defensa, política exterior, moneda, fiscalidad y derechos y libertades fundamentales (ibídem: 2-6 y 30).
Para las elecciones europeas de 2019, a las cuales se presentó con el lema «Prima l’Italia! Il buonsenso in Europa» («Primero Italia! El sentido común en Europa»), la Lega, que no publicó ningún programa electoral, matizó parcialmente su postura. Salvini ya no hablaba de salir del euro: afirmó querer «cambiar estructuralmente el modelo de gobierno de la Unión Europea» (Giannini, 2019: 26), remachó la oposición a la «Europa de las lobbies y los burócratas», la voluntad de recuperar la soberanía de los estados y la necesidad de una «renovada democracia de proximidad», sin entrar en muchos más detalles (Capone y Stagnaro, 2019). Además, tras la formación del Gobierno Draghi en febrero de 2021, Salvini, presionado por el ala más pragmática del partido, llegó a aceptar, al menos formalmente, el europeísmo y el atlantismo, aunque siguió manteniendo estrechas relaciones con toda la extrema derecha europea, empezando por Marine Le Pen y Viktor Orbán.
Conclusiones: hacia una lucha por la hegemonía en el espacio de la ultraderecha
Como se ha apuntado, tras 2013 la Lega encontró un espacio vacío para ocupar a la derecha del espectro político italiano, debido a la implosión del Popolo della Libertà y el declive del berlusconismo, además de un contexto favorable para llevar a cabo este giro. Algo similar se puede decir también de FdI, aunque los orígenes de las dos formaciones sean distintos. Si en el caso de la Lega podemos apreciar una paulatina transformación respecto a lo que fue el partido en los tiempos de Bossi, en el caso de la formación de Meloni se dio un proceso de ruptura respecto a la última etapa de AN y el regreso a la tradición neofascista del MSI, actualizada a los nuevos tiempos.
Los errores cometidos por Salvini a partir del verano de 2019 han abierto una lucha por la hegemonía al interior del espacio de la ultraderecha italiana que se traslada también a escala internacional. La Lega es miembro del grupo Identidad y Democracia (ID), junto con el FN, el FPÖ, el PVV, Alternative für Deutschland y Chega! (Portugal), mientras que FdI es miembro, junto con el PiS, los Demócratas de Suecia y Vox, del grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), del que Meloni fue nombrada presidenta en septiembre de 2020. Asimismo, si Salvini ha mirado sobre todo hacia Moscú, estrechando relaciones con la Rusia de Putin, Meloni ha defendido el atlantismo, cuidando los contactos con el mundo conservador estadounidense e israelí. En 2019 fue invitada a la Conferencia de Acción Política Conservadora en Washington y en 2020 al congreso organizado por la Fundación Burke en Roma, dedicado a las figuras de Juan Pablo ii y Ronald Reagan (Sondel-Cedarmas, 2022: 72-75; Giubilei, 2020: 55-66).
El escenario italiano no es una excepción. Desde 2016, en diferentes países europeos como Francia, Dinamarca y Países Bajos, se están dando casos de competición en el espacio político de la ultraderecha. Ahora bien, el contexto transalpino está marcado por una profunda transformación del sistema de partidos; una transformación que empezó hace una década y todavía no ha concluido. Los resultados de las elecciones de septiembre de 2022 han convertido FdI en el partido hegemónico de la extrema derecha italiana. Los votos obtenidos por la Lega (2,47 millones) y Forza Italia (2,28 millones), incluso sumados, se quedan lejos de los conseguidos por FdI (7,3 millones). La posterior formación de Gobierno, presidido por Giorgia Meloni, ha mostrado plásticamente la nueva correlación de fuerzas: FdI ha obtenido 9 ministerios, además de la Presidencia del Gobierno, mientras que la Lega y Forza Italia han conseguido 5 ministerios cada uno. De todas formas, sería apresurado afirmar que la competición entre FdI y la Lega –una competición que no excluye la colaboración– se ha resuelto con la victoria definitiva del partido de Meloni. La alta volatilidad electoral, así como la compleja coyuntura internacional –marcada por la guerra en Ucrania, la crisis energética, la alta inflación y una incipiente recesión económica– invitan a la prudencia. Eso sí, lo que es indudable es que la extrema derecha ha venido para quedarse.
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Notas:
1- Con Tangentópolis –literalmente: sobornópolis– se hace referencia a las investigaciones de la magistratura que, a partir de la primavera de 1992, destaparon una amplia red de corrupción protagonizada por las principales formaciones políticas italianas. En el bienio siguiente, siete ministros tuvieron que dimitir y 140 miembros del Parlamento fueron imputados. Tras las elecciones celebradas en marzo de 1994, desaparecieron partidos que habían gobernado durante décadas el país, empezando por la Democrazia Cristiana y el Partito Socialista; asimismo, el 70% de los profesionales de la política resultaron excluidos de las dos cámaras (Colarizi y Gervasoni, 2012: 26-47).
2- El paso de la Primera a la Segunda República implicó una profunda transformación del sistema de partidos, favorecido también por las reformas de las leyes electorales tanto a escala nacional como regional y municipal, pero no conllevó ningún cambio en la Constitución del país, que siguió siendo la de 1948. La expresión «Segunda República» fue adoptada inicialmente por los medios de comunicación, aunque también ha sido generalmente aceptada por la academia. No hay consenso sobre la eventual fecha de conclusión de esta Segunda República: hay quién considera que con la aparición del Movimento 5 Stelle en 2013, la transformación del sistema político de bipolar a tripolar habría implicado el inicio de una supuesta «Tercera República». Otros prefieren hablar para la última década de una larga fase de crisis de la Segunda República cuyo desenlace aún no conocemos.
3- En 1996, AN consiguió a nivel nacional el 15,6% de los votos y la LN el 10%, mientras que, en 2006, el porcentaje de voto conseguido por los dos partidos fue del 12,3% y el 4,6%, respectivamente. Asimismo, en 1993 ambos partidos se hicieron con la alcaldía de diferentes ciudades, como la de Milán, en el caso de la LN, o las de Latina y Benevento, en el caso del MSI, e inclusive llegaron al poder en algunas regiones, como la de Friuli-Venecia Julia, en el caso de la LN. Durante la Segunda República no han sido pues una excepción los alcaldes o los presidentes de regiones de estas dos formaciones políticas.
4- El congreso de Fiuggi, celebrado en enero de 1995, fue el último congreso del MSI y, al mismo tiempo, el congreso constituyente de la nueva AN. El partido liderado por Fini se proponía así salir de la guetización, al ser considerados una fuerza neofascista y aprovechar, tras el éxito electoral de 1994, la nueva fase política italiana marcada por el fin de la Primera República.
5- La Alianza por una Europa de las Naciones (AEN) fue un partido político paneuropeo de cariz nacionalconservador y euroescéptico, creado en 2002 y disuelto en 2009.
6- Atreju fue la manifestación política que organizó desde 1997 Azione Giovani, las juventudes de AN. A partir de 2013, pasó a ser la manifestación política de FdI. El nombre es un homenaje al protagonista de la novela de Michael Ende La historia interminable.
7- Veterocomunista es un concepto específico del ámbito italiano. En el lenguaje político, con esta expresión despectiva se entiende un comunismo ideológicamente viejo y superado, completamente desconectado de la realidad actual.
Palabras clave: Italia, extrema derecha, populismo, Lega, Fratelli d’Italia, Matteo Salvini, Giorgia Meloni
Este artículo ha sido financiado por los fondos nacionales portugueses a través de la Fundação para a Ciência e a Tecnologia (FCT), I.P., en el ámbito de la Norma Transitória – DL 57/2016/CP1453/CT0030 y por el proyecto de investigación «Posverdad a debate: reconstrucción social tras la pandemia. Análisis multidisciplinar, valoración crítica y alternativas» (Ref.: PY20_00703).
Cómo citar este artículo: Forti, Steven. «“Prima gli italiani!”. Cambios y continuidades en la ultraderecha italiana: la Lega y Fratelli d’Italia». Revista CIDOB d’Afers Internacionals, n.º 132 (diciembre de 2022), p. 25-48 DOI: doi.org/10.24241/rcai.2022.132.3.25
Revista CIDOB d’Afers Internacionals, nº 132, p. 25-48
Cuatrimestral (octubre-diciembre 2022)
ISSN:1133-6595 | E-ISSN:2013-035X
DOI: https://doi.org/10.24241/rcai.2022.132.3.25
Fecha de recepción: 03.05.22 ; Fecha de aceptación: 22.07.22