La Unión Europea y la postguerra en Georgia: ¿El fin del “síndrome ruso”?

Opinion CIDOB 14
Data de publicació: 10/2008
Autor:
Òscar Pardo Sierra. Colaborador de la Fundación CIDOB. Universidad de Birmingham.
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8 de octubre de 2008 / Opinión CIDOB, n.º 14

Las repercusiones del breve pero brutal conflicto entre georgianos, osetios y rusos aún son difíciles de evaluar, pero no cabe duda de que muchas cosas han cambiado en Europa. En el caso de los Estados Unidos el conflicto ha puesto de manifiesto, al menos entre gran parte de los gobiernos europeos y en la misma Georgia, el relativo declive norteamericano, mientras que respecto a Rusia, la intervención en Georgia bien podría marcar los límites de su influencia. De forma inesperada para muchos, es la Unión Europea quien se ha convertido en garante del acuerdo de paz entre Georgia y Rusia en Osetia del Sur, y por ende, de la estabilidad en Georgia. En tal escenario, la UE no tiene más remedio que redefinir sus políticas, no sólo hacia Georgia y Transcaucasia, sino también hacia el resto de la Europa post-soviética.

Hasta ahora, la política de la UE hacia el este europeo y Transcaucasia se había visto afectada por el “síndrome ruso”, es decir, pensar en Rusia primero. Sin embargo, tal cautela no estaba exenta de problemas ya que muchos de los nuevos estados miembros, en especial Polonia y los estados Bálticos, vienen reclamando desde tiempo atrás una mayor implicación y apoyo de la UE a los procesos de reforma política y económica en las antiguas repúblicas soviéticas. En el caso de la OTAN, tal vía de apoyo ha contado con el ferviente sostén norteamericano; pero la perspectiva de una nueva ampliación hacia Georgia y Ucrania ha exacerbado la percepción rusa de acorralamiento y falta de respeto por parte de Occidente. Es así que Rusia ha tratado de revertir en Georgia el proceso de integración en las estructuras euroatlánticas; Rusia ha tanteado a los Estados Unidos y a la UE sobre hasta dónde puede llegar. Un aviso, también, a lo que los países occidentales pueden enfrentarse si no se “cuenta” con Rusia.

Ante tal escenario, la Unión Europea ha respondido con cierta coherencia, sorprendiendo a los propios rusos y georgianos. No se trata de medidas coercitivas hacia Rusia, lo que sería sin duda contraproducente, sino del aumento de apoyo político y económico hacia Ucrania y Georgia. El hecho de que los Estados Unidos fueran a responder con cierta contundencia ya estaba descontado por las autoridades rusas. De Con lo que no contaban era que los países miembros de la UE respondieran de forma unitaria con un elevado perfil político. Unido a esto, la fría respuesta hacia las acciones rusas en Georgia en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái, y la decisión del Banco de Desarrollo Asiático de conceder a Georgia un préstamo de 40 millones de dólares a bajo interés, ha puesto de manifiesto el aislamiento de Rusia.

De esta forma, es posible que la UE negocie en los próximos meses un tratado de libre comercio (TLC) con Georgia. Ésta debe ser ahora la mayor prioridad de la UE en las relaciones con Georgia, ya que dicho tratado es una de las mayores aspiraciones a medio plazo del Gobierno georgiano. El ofrecimiento de un TLC de forma rápida daría como resultado una mayor influencia y credibilidad de la UE, dado que ésta poco puede hacer en cuanto a integrar Abjasia y Osetia del Sur en el Estado georgiano; los conflictos han sido resueltos unilateralmente por Rusia. A la vez, la UE también parece decidida a acelerar los acuerdos para levantar ciertas restricciones en la concesión de visados, lo que sería clave para anclar Georgia en Europa. A estas medidas de carácter estratégico se unen la organización por la UE en octubre de una conferencia de donantes para Georgia y la movilización de 500 millones de euros de ayuda para el periodo 2008-2010. Por tanto, además de las medidas de mayor urgencia (ayuda humanitaria y envío de observadores para controlar la aplicación de los acuerdos de paz), la respuesta de la UE ha tenido un perfil político elevado, no sólo enfocado a conseguir un acuerdo de paz, sino a asegurar la supervivencia del régimen y el Estado georgiano. Sin duda, el cambio de la actitud francesa, tradicionalmente reticente a una mayor implicación de la UE en Georgia y en Ucrania, ha sido decisiva.

En las últimas semanas se han oído en ciertos círculos políticos de Bruselas la posibilidad de ofrecer a Georgia un camino de más UE y menos OTAN. Plantear tal dilema sería un error. El proceso de Georgia y Ucrania hacia la integración en la OTAN no hace sino reforzar el camino de reforma y democratización en ambos países. El Gobierno georgiano está tratando con todos los medios posibles revertir la imagen en Occidente de irresponsable e inmaduro por atacar a Osetia del Sur. Tales acusaciones han hecho mella en Georgia y es aquí donde la UE puede tener un papel fundamental, apoyando al país en su camino hacia el modelo europeo de cooperación y estabilidad, que en países del Este europeo significa seguridad y prosperidad. En un país tradicionalmente dividido, la sociedad civil y el arco político parecen esta vez unidos en caminar hacia “Europa”, y la UE puede y debe actuar como, en palabras de un alto cargo de la administración georgiana, un control externo, dado que el principal problema político de Georgia no es falta de democracia, sino la debilidad de los mecanismos de control respecto al poder político. Es hora de que la UE supere el “síndrome ruso”.

Òscar Pardo Sierra.
Colaborador de la Fundación CIDOB
Universidad de Birmingham