La respuesta que le hubiera gustado escuchar a Ulrich Beck

Opinion CIDOB 297
Data de publicació: 01/2015
Autor:
Yolanda Onghena, investigadora sénior, CIDOB
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Yolanda Onghena

Investigadora Sénior CIDOB

20 de Enero, 2015 / Opinión CIDOB, n.º 297 / E-ISSN 2014-0843

 

La muerte de Ulrich Beck nos deja huérfanos de esa mirada siempre lúcida y especial que podíamos descubrir en cada artículo suyo o en aquella nueva publicación que llegaba justo el día que, por enésima vez, poníamos en duda nuestras propias teorías o encontrábamos a faltar ese alguien que echa una mano y ayuda a comprender el mundo. Para Beck, como sociólogo, lo que pasaba en el mundo era lo que pasaba entre las personas y los colectivos, formando generaciones de retales globalizados a partir de sus esperanzas y sueños, sus miedos, decepciones y frustraciones.

Grande era su valentía de recuperar y reutilizar un concepto, el cosmopolitismo, estigmatizado como “idealista” y en desuso precisamente por esta razón, por una supuesta falta de conexión con los problemas reales. El no habló en ningún momento del cosmopolitismo como algo que se da por hecho, sino de una mirada cosmopolita o de un proyecto cosmopolita, y empleaba el término cosmopolitismo, como concepto científico-social, para una situación muy concreta: para definir una forma especial de relación social con loculturalmente diferente. Es decir, Beck proponía el concepto de cosmopolitismo para distinguirse de todas las formas de diferenciación vertical que tratan de subsumir lo socialmente diferente en un sistema jerarquizado de relaciones de superioridad e inferioridad, de la uniformidad universalista y nacionalista y del particularismo posmoderno. “Con mi interpretación del cosmopolitismo las personas obtienen alas y raíces al mismo tiempo”, decía Beck. Para él, el nacionalismo es una forma de relacionarse con lo diferente, que unifica las diferencias separándolas conforme a unas distinciones locales. Pero considera erróneo entender lo nacional y lo cosmopolita como dos niveles independientes o como dos principios políticos excluyentes y oponerlos el uno al otro. “La Europa cosmopolita no puede acabar con la Europa nacional, sino que debe “cosmopolitizarla” desde dentro. Dicho de otro modo: lo cosmopolita transforma y conserva, abre la historia, el pasado y el futuro de las distintas sociedades nacionales y las relaciones que éstas mantienen entre sí”. Así lo escribió Beck en 2004.

En 2007 había ampliado su preocupación en un nuevo internacionalismo de generaciones políticas dentro de un nuevo panorama de riesgos globales. En un seminario en CIDOB (marzo 2007) sobre Fronteras en el que participó, hablaba de la necesidad de una sociología cosmopolita para comprender las situaciones, los impactos, las divisiones, las contradicciones y los deseos de las generaciones globales. Desde entonces una frase suya me ha acompañado de manera especial y me sigue cuestionando y reconsiderando planteamientos a veces obvios: por primera vez hay generaciones con un presente común, pero no comparten el pasado, ¿qué futuro les espera? En aquel seminario hablaba de generaciones globales en la sociedad del riesgo global. Se preguntaba: “¿Podemos seguir entendiendo, tal como hemos venido haciendo hasta ahora, el concepto de generación en un marco de referencia nacional?” Un presente en el que cada nación se ha convertido en vecina de la otra, y las crisis que ocurren en un lugar del mundo se comunican a toda la población del planeta a una velocidad extraordinaria, no garantiza en absoluto un futuro común. Beck advertía en 2007 sobre la importancia de los acontecimientos traumáticos a la hora de crear una conciencia generacional, y cómo la producción de conciencia -por ejemplo después del 11-S puede ser diferente según los contextos históricos o las experiencias vitales, y convertir a algunos en más cosmopolitas, mientras que a otros en más anticosmopolitas. “Para que esta conciencia vaya más allá de un enorme crecimiento de odio mutuo y de una crispación recíproca más o menos general, debe empezar un proceso gigantesco de escucha, de mutua comprensión y de progresiva autoexploración”.

La sociología cosmopolita significa considerar las generaciones globales que aparecen como un conjunto de futuros entrelazados. Las relaciones entre estos futuros tienen mayores consecuencias que un mero interés en la globalización, en el capital móvil y en los retos a la soberanía del estado nación. Y era inevitable que Beck se refiriera al terrorismo y el espacio de la generación 11-S y a cómo la dislocación de las reivindicaciones exclusivas de verdad y autoridad de las religiones disuelve los aparentes vínculos “naturales” entre los distintos pasados vividos y sufridos, entre pueblos y territorios. Es ahí donde aparece “una sección específica de la generación global, una sección fundamentalista: un híbrido de moderno-antimoderno, poscolonialidad y religiosidad fundamental individualizada, que da lugar a un terrorismo religiosamente motivado. Esto no procede en absoluto de un renacimiento de la tradición. Mejor dicho, sus requisitos son a la vez la transnacionalización y la individualización y, por lo tanto, surge de la fusión de los extremos: premodernismo y antimodernismo”.

En su intervención en Barcelona, en 2007, Ulrich Beck terminó confiando en el futuro: “Mi mayor esperanza es que en la sociedad del riesgo mundial está escondido un nuevo momento cosmopolita que puede ser activado por las generaciones globales”. Es un momento en que el ‘otro’ distante se está convirtiendo en el ‘otro’ inclusivo y en el que la gente tiene que dar sentido a su propia vida en intercambio con otros de todas las partes del mundo. Insistía en que para enfrentarse a los retos de riesgos globales había que desprenderse del quietismo político incapaz de conceptualizar los riesgos de manera adecuada porque “están atrapados en los conceptos de la primera modernidad, la modernidad del Estado-nación, que actualmente son inapropiados”. Un paso en este sentido seria preguntarse ¿cómo puede ser entendida una sociedad del riesgo no-Occidental por una sociología que hasta ahora ha dado por supuesto que su objeto –la modernidad occidental– es a la vez históricamente único y universalmente válido? ¿Cómo es posible descifrar el vínculo interno entre riesgo y raza, entre riesgo e imagen del enemigo, entre riesgo y exclusión?

Ulrich Beck se preguntaba entonces ¿cómo vivir en tiempos de riesgos incontrolados? ¿Cómo vivir cuando el próximo ataque terrorista está ya en nuestras cabezas? ¿Cuánto deberíamos preocuparnos? ¿Dónde está la línea que separa la preocupación razonable del miedo paralizante y de la simple histeria? Creo que las manifestaciones en Francia del 11 de enero contra el yihadismo han sido una primera respuesta a esta pregunta y el inicio de este proceso de escucha para comprender de otra manera las tensiones, afinidades y conflictos intergeneracionales en las naciones. Lástima que él no ha podido presenciarlo.