La ONU a los 75: hacia un multilateralismo sin hegemón
Este artículo se publicó previamente en Ethic.
La ONU ha vivido dos grandes momentos de aprecio y euforia, y los dos fueron con motivo del fin de una guerra. Sin embargo, en 2020, sin un líder o un ganador claro, inmersos en la amenaza invisible que supone una pandemia, la incertidumbre se apodera de las relaciones internacionales. ¿Vuelve la desconfianza de la guerra fría?
El primer acto de conmemoración del 75 aniversario de la Organización de las Naciones Unidas, que se celebró en Nueva York el lunes 21 de septiembre, fue definido por el editor de internacional de The Guardian como el peor acto de la historia: no hubo jefes de Estado ni de Gobierno, tampoco hubo liderazgo, diálogo, ni tan si quiera desacuerdo. Sólo dos representantes por cada estado y la proyección de mensajes pregrabados por parte de los líderes políticos. La mayoría se dirigían a sus ciudadanos. En su discurso, también pregrabado, el secretario general, António Guterres, hizo alarde de la fundación de la ONU, que aportó esperanza y orden a un mundo destruido por la Segunda Guerra Mundial, pero habló con pesimismo sobre las emergencias del presente, e instó a "reimaginar el multilateralismo". Sin embargo, en un mundo azotado por la pandemia del coronavirus, con fracturas económicas y sociales crecientes, con tensiones geopolíticas y una guerra fría incipiente entre China y Estados Unidos, con conflictos enquistados en Siria, Irak o Yemen, con emergencias migratorias, humanitarias y climáticas, ¿cómo puede repensarse el multilateralismo?
La ONU ha vivido dos grandes momentos de aprecio y euforia, y los dos fueron con motivo del fin de una guerra. El primero fue en su fundación, en 1945, al fin de la Segunda Guerra Mundial que se cobró más de cincuenta millones de muertos y una devastación incalculable. Desde las ruinas, las potencias vencedoras (Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia y China), que hoy forman los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, diseñaron una ONU ambiciosa en sus objetivos de mantener la paz y la seguridad, avanzar en derechos humanos, proteger la soberanía de los estados y defender la autodeterminación de países colonizados.
El segundo momento de confianza llegó al final de la Guerra Fría, que había reducido las relaciones internacionales a la confrontación ideológica entre Este y Oeste –a su carrera armamentística y a las guerras proxy– y paralizado acuerdos multilaterales durante más de cuatro décadas. Durante los 90, alentada por las potencias liberales en un mundo sin horizonte socialista, la ONU lanzó decenas de misiones en los cinco continentes no sólo para mantener la paz, sino también para transformar las sociedades posbélicas. En 1992, la Cumbre para la Tierra estableció la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y en 1997 se adoptó el Protocolo de Kyoto, para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Tras una década de conferencias y cumbres, en el año 2000 la ONU adoptó la Declaración para perseguir los Objetivos de Desarrollo del Milenio con los que se pretendía reducir la pobreza extrema y el hambre en todo el mundo.
No es coincidencia que sólo hayamos conocido el esplendor del multilateralismo tras una guerra. Primero, porque tras un conflicto hay necesidad de cooperar y reconstruir. Segundo, igual de importante, porque los vencedores escriben la paz y una visión del mundo se impone. Hasta ahora la ONU ha brillado cuando ha habido consenso sobre la perspectiva ganadora (la de Estados Unidos y sus aliados) y las perspectivas disidentes, derrotadas o sin legitimidad, han otorgado. En 2020, el mundo carece de un poder hegemón. Los Estados Unidos han perdido ascendencia y con Donald Trump en la presidencia han optado por el repliegue. Ahora compiten con otros poderes como China, Rusia, o la UE por zonas de influencia, mercados, tecnología y (des)información. Sin un ganador claro, la incertidumbre se apodera de las relaciones internacionales: vuelve la desconfianza de la guerra fría, los conflictos se perciben como complejos, irresolubles e interminables, y el multilateralismo parece imposible.
Sin embargo, desde las cenizas de la pandemia y con la emergencia climática en el horizonte se puede imaginar el multilateralismo que viene: tan necesario como si superáramos una hecatombe; pero será un multilateralismo menos fulgurante que antaño, menos dominado por América, aunque pueda ser más inclusivo y global. Es decir, como todos los estados pierden ante la pandemia y el cambio climático (aunque desigualmente, todos están sufriendo crisis sanitarias, climáticas, sociales y económicas), hay una necesidad imperiosa de cooperación y diálogo. A la vez, sin una visión que se imponga, la ONU pierde esplendor, pero se hace más plural y representativa, al mismo ritmo que las relaciones internacionales. Sin el dominio unilateral de Estados Unidos, o de Occidente, adquieren importancia las organizaciones regionales (como la Unión Europea, la Unión Africana o la Liga Árabe), China y los países de Asia Central invierten el sentido de la ruta de la seda con la Iniciativa de la Franja y la Ruta (comenzará en Beijing y acabará en Europa), y Vladimir Putin anuncia que podrá producir 500 millones anuales de las primeras vacunas contra el Covid-19. El reto mayúsculo para la ONU es saberse adaptar a este mundo más multipolar, reformarse, renovarse, empezar a escribir su historia lejos de Nueva York.
Palabras clave: ONU, multilateralismo, consejo de seguridad
E-ISSN: 2013-4428
D.L.: B-8439-2012