La guerra por todos los medios: la intensificación de los conflictos híbridos

CIDOB Report nº 8
Data de publicació: 09/2022
Autor:
Pol Bargués, investigador principal, CIDOB y Moussa Bourekba, investigador, CIDOB
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Origen de un concepto y sus críticas

El concepto de conflicto híbrido se popularizó a principios del siglo XXI en discusiones militares de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para referirse a unas nuevas formas de librar batallas, que combinaban métodos regulares con irregulares. En la violencia que resultó de las intervenciones internacionales en Afganistán e Irak, en la guerra interconfesional entre sunitas y chiitas, en las estrategias de grupos terroristas transnacionales como Al Qaeda, así como en la guerra entre Israel y Hezbolá, actores estatales y no estatales utilizaron tácticas híbridas como la guerrilla urbana, el uso de armamento sofisticado (como los drones), la desinformación, los secuestros e, incluso, el terrorismo. Los ataques eran múltiples, heterogéneos, casi siempre rodeados de incertidumbre y sin apenas obediencia al derecho internacional. Así, la lucha en los conflictos híbridos iniciados a finales del siglo XX se alejaba de las «guerras antiguas» anteriores, como lo fueron las dos guerras mundiales, caracterizadas por enfrentamientos convencionales entre ejércitos regulares. En este sentido, los conflictos híbridos añadieron complejidad a las «nuevas guerras» de los años noventa, como Bosnia, Sierra Leona o Liberia, que enfrentaron a redes de actores estatales y no estatales en base a identidades diferenciadas, y que fueron gestionadas por misiones de paz internacionales (Kaldor, 2001).

Es probable que las diferencias entre estos conflictos no fueran tantas y que lo que realmente cambió fue la mirada de Occidente. En los años noventa, Estados Unidos y sus aliados occidentales, en paz y bonanza, alentados por lo que se asumía como una victoria al final de la Guerra Fría, no comprendían los enfrentamientos bélicos que libraban otros por territorio, interés económico o estratégico, identidad o religión (Bargués-Pedreny, 2018). Sin embargo, en la primera década del siglo XXI, en plena «guerra global contra el terror», el auge de tácticas híbridas puso fin al «autoengaño» de la década anterior, en la que se creía que paz y guerra podían ser limitadas y reguladas por instituciones internacionales (Johnson, 2018: 143).

Al poco tiempo, las amenazas híbridas no solo se observaban en zonas de conflicto, sino que también contaminaban las zonas de paz. En 2014, unos «hombres vestidos de verde», sin identificación militar, entraron en Crimea para controlar las infraestructuras, facilitar un referéndum, y lograr la anexión de este territorio de Ucrania a Rusia. La constatación, en los últimos años, de frecuentes ciberataques, campañas de desinformación, injerencias en procesos democráticos, o intentos de desestabilización por la movilización de migrantes en las fronteras externas de la Unión Europea (UE), ha erosionado profundamente la relación entre la UE y Rusia. Los ataques híbridos diluyen los límites entre guerra y paz. Se utilizan para explotar las oportunidades que brinda un mundo interconectado y globalizado, y así debilitar al adversario sin desgastarse en el terreno convencional (Colom Piella, 2018). 

Voces críticas han subrayado que lo híbrido no es un fenómeno nuevo, ya que casi todos los conflictos a lo largo de la historia se han lidiado con tácticas diversas. Elementos no convencionales pueden apreciarse al menos desde las guerras púnicas, cuando los romanos se enfrentaron al ejército cartaginés, muy superior en el campo de batalla, a través de tácticas de desmoralización y desgaste, atacando las líneas de abastecimiento y esquivando combates directos (Carr & Walsh, 2022). Otros estudios críticos han señalado que el concepto de conflicto híbrido es un «concepto atrápalo-todo» y eurocéntrico que permite a Occidente explicar las estrategias de terceros con ejemplos tan dispares como la guerra en Ucrania, el conflicto entre Marruecos y Argelia, o la movilización intencionada de migrantes con fines políticos (Johnson, 2018). Además, si hay otros conceptos que ya se han utilizado para describir conflictos actuales como guerra asimétrica, conflicto complejo-irregular, guerras de conectividad, conflictos de cuarta o quinta generación o zona gris, ¿qué valor aporta hablar de conflictos híbridos?

Es la intensificación de estas tácticas lo que ha revalorizado dicho concepto. Tanto en Europa como en otras regiones del mundo, en las estrategias de seguridad de gobiernos y organizaciones internacionales crece la percepción de que las amenazas híbridas nunca cesan, ni en momentos de paz ni en tiempos de guerra, y acechan por tierra, mar, aire, en línea o desde el espacio. Este capítulo conceptual, que pretende sentar las bases para el análisis que ofrece este CIDOB Report, se centra en tres características de los conflictos híbridos, que determinan las relaciones internacionales actuales: primero, la incertidumbre que envuelve a los conflictos híbridos, donde es difícil separar la guerra de la paz, así como probar quién está detrás de un ataque; segundo, las tácticas, que se diversifican para explotar las vulnerabilidades de los otros estados; y, finalmente, los objetivos de estas tácticas, que parecen buscar la erosión de los valores y la legitimidad de los sistemas políticos del adversario. Persiguen la desestabilización y no la victoria. 

Incertidumbre, multiplicidad y confusión

Lejos quedan las declaraciones de guerra formales para dar comienzo a las hostilidades entre estados. A menudo se ha entendido lo híbrido como las tácticas que están por debajo del umbral de la guerra y que desgastan al oponente mientras se evitan enfrentamientos mayores y el riesgo de destrucción mutua —por ejemplo, entre potencias nucleares como Rusia y los países integrantes de la OTAN (Friedman, 2018)—. Lo que es seguro es que las tácticas híbridas enturbian los tiempos de paz y las relaciones entre estados, al mismo tiempo que provocan que las guerras sean más inciertas y confusas.

De hecho, la incertidumbre envuelve el conflicto híbrido. Es difícil identificar al responsable de un ciberataque, o de probar quién organizó tumultos o cometió agresiones concretas; es casi imposible saber quién empezó un rumor macabro, igual que cuesta desmentir noticias falsas. Además, mientras en una guerra convencional suelen ser el estado y el ejército los responsables de la lucha, en el marco de los conflictos híbridos también intervienen proxies, hackers, grupos criminales, narcotraficantes, paramilitares, terroristas o contratistas privados como Blackwater, G4S Secure Solutions, o el grupo Wagner.

La segunda característica destacable que nos permite adentrarnos en las relaciones internacionales contemporáneas es el uso de nuevas tácticas de desestabilización. Inimaginables hace unos años, estas tácticas son cada vez más diversas. Los tanques y las ametralladoras se combinan con armamento sofisticado como drones, misiles hipersónicos o sistemas microelectromecánicos de insectos híbridos de vigilancia. Dichas tecnologías no solo están en manos de los estados, sino también de grupos terroristas, delincuentes o narcotraficantes. En las redes sociales, grupos terroristas reclutan a combatientes, forjan odio, difunden propaganda y preparan ataques terroristas. Los estados permiten que centenares de migrantes crucen las fronteras en pocas horas para generar la sensación de desbordamiento y vulnerabilidad en el país vecino; la desinformación contribuye a polarizar sociedades y deslegitimar instituciones; y empresas multinacionales ejercen de actores privados en los conflictos y en las relaciones internacionales (véanse los capítulos de Garcés y Colomina en este volumen).  

Estas tácticas diversas sirven para atacar y explotar las vulnerabilidades económicas, políticas y diplomáticas de otros estados. La clave está en ver cómo la globalización y la interconexión, que facilitan la cooperación y el intercambio, también abren oportunidades para lanzar ataques y generar tensión. En palabras de Mark Leonard, «la interdependencia, antes considerada la fórmula para evitar conflictos, se ha vuelto una moneda de cambio poderosa, ya que los países tratan de explotar las asimetrías de sus relaciones». Toda conexión es susceptible de ser instrumentalizada, y ha crecido el escepticismo o la desconfianza entre las grandes potencias: vivimos en un mundo moldeado por políticas del poder en el que «todo puede convertirse en un arma y nos enfrentamos a una batalla de narrativas» escribe el alto representante de la UE y vicepresidente de la Comisión, Josep Borrell, en el prólogo de la Brújula Estratégica de la Unión Europea.

La tercera característica significativa son los objetivos de estos conflictos híbridos. Igual que el comienzo es difícil de datar, tampoco en estos conflictos se persigue una «victoria» que ponga fin a la contienda (O’Driscoll, 2019). Entonces, si no se utilizan para ganar la guerra o la paz, ¿cuáles son los objetivos de las tácticas híbridas? Tácticas como la desinformación, la manipulación o la injerencia electoral buscan erosionar la legitimidad de las instituciones, la confianza en las administraciones o la manipulación de resultados electorales. Lo híbrido genera inestabilidad y desgaste en la democracia, crea polarización política y dinamita la coexistencia y los consensos.

Los estados recurren cada vez más a tácticas híbridas, ya que proporcionan una ventaja inmejorable desde el punto de vista estratégico: permiten avanzar hacia la consecución de determinados objetivos, sean políticos, económicos o de otra naturaleza, sin cerrar la puerta a las negociaciones o a las relaciones diplomáticas o económicas de todo tipo. En ausencia de una declaración de guerra o de una situación de conflicto abierto entre dos estados, siempre existe la posibilidad de hablar de paz y de negociar. Bajo esta perspectiva, los conflictos híbridos suelen tener un coste considerablemente más bajo que la carga que puede suponer una guerra convencional. Así, generalmente, son más fáciles de iniciar, eluden responsabilidades directas, son logísticamente menos complejos, económicamente menos costosos, y políticamente menos arriesgados, ya que no buscan la victoria militar. 

Conclusión: tiempos híbridos  

Aunque no sean un nuevo fenómeno, los conflictos híbridos han proliferado en un momento en que Occidente siente contestada su hegemonía y hay una erosión de las normas internacionales. Lo híbrido sirve para entender la creciente incertidumbre que envuelve tanto los tiempos de paz como los de guerra, y para poner el énfasis en la cantidad de métodos y medios que permiten a un actor lograr determinados objetivos. En otras palabras, este concepto puede ayudar a centrarse en cómo los actores se relacionan y en cómo pretenden luchar. Las implicaciones para el orden internacional son profundas. Esta modalidad de conflicto es recurrentemente utilizada por actores estatales y no estatales con fines de desestabilización militar, política, económica y social. Las normas se incumplen, las relaciones se deterioran. Las ventajas estratégicas de las tácticas híbridas, y el bajo coste que supone recurrir a ellas, explican la proliferación e intensificación en su uso. Desde esta perspectiva, conviene repensar nuestros marcos analíticos y estratégicos con vistas a reducir el potencial desestabilizador que puede acarrear esta nueva generación de conflictos. 

Referencias

Bargués-Pedreny, Pol. Deferring Peace in International Statebuilding: Difference, Resilience and Critique. London: Routledge, 2018.

Carr, Andrew y Walsh, Benjamin. «The Fabian strategy: How to trade space for time». Comparative Strategy, vol. 41, nº. 1 (2022), p. 78-96.

Friedman, Ofer. Russia ‘Hybrid Warfare’: Resurgence and Politicisation. Oxford: Oxford University Press, 2018.

Kaldor, Mary. Las nuevas guerras. Violencia organizada en la era global. Barcelona: Tusquets, 2001.

Johnson, Robert. «Hybrid War and Countermeasures: A Critique of the Literature». Small Wars & Insurgencies, vol. 29, nº. 1 (2018), p. 141-163.

O’Driscoll, Cian. Victory: The Triumph and Tragedy of Just War. Oxford: Oxford University Press, 2019.