Kazajstán, año 0

Opinion CIDOB 378
Data de publicació: 01/2016
Autor:
Nicolás de Pedro, investigador principal, CIDOB
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D.L.: B-8439-2012

 

 

El derrumbe de los precios del petróleo está poniendo en serios aprietos a Kazajstán. Si no se recuperan, Astaná podría tener serias dificultades para financiarse. La cotización de la divisa kazaja ha caído a su mínimo histórico y se superan ya los 370 tengués por dólar (en enero de 2014 estaba a 155). La sostenibilidad de las cuentas públicas y, con ella, la paz social y la estabilidad política de Kazajstán, están en cuestión. 

El fondo soberano del país, que se nutre de impuestos y royalties, ha perdido un 16 por ciento de sus reservas en 18 meses y su director ejecutivo ha sido despedido de forma fulminante tras realizar unas declaraciones al Financial Times en las que alertaba que, si el Gobierno no cambiaba de estrategia, el fondo “podría quedar seco en 6 o 7 años”. Se espera, además, que en los próximos tres años Astaná retire casi 29.000 millones de dólares adicionales –de los 64.200 millones actuales del fondo– para estimular una economía que se está ralentizando y ha pasado de crecer al 4,3% en 2014, al 1,2% en 2015. Los índices por encima del 7 por ciento de principios de esta década parecen ahora inalcanzables. Y más si tenemos en cuenta que la economía kazaja está estrechamente vinculada a las de Rusia y China, y ambas atraviesan un periodo de incertidumbres, particularmente la primera, que arrastra, además, a Kazajstán desde el punto de vista geopolítico. 

Para afrontar el terremoto –ya veremos qué intensidad alcanza– Astaná ha anunciado dos grandes medidas: un nuevo plan de desarrollo nacional y elecciones parlamentarias anticipadas. El plan nacional, denominado “Un camino al sueño kazajo”, incluye privatizaciones de grandes empresas públicas de referencia como la petrolera KazMunayGaz, la minera Tau-Ken Samruk, la aerolínea Air Astana, la atómica Kazatomprom o el monopolio ferroviario Temir Zholy. Sin duda, un paso necesario para atraer inversión extranjera más allá del upstream petrolero e incrementar la competitividad del país. 

Pero este plan se suma a otros previos parecidos y de escasos resultados, lo cual explica cierto escepticismo. De hecho, según ha revelado algún medio local, el Gobierno sólo ofrecerá participación en empresas lastradas por las deudas (KazMunayGaz, por ejemplo, acumula una de 18.000 millones de dólares) y planea crear nuevos holdings con las que estén saneadas. Por otro lado, Astaná confía en que, tras más de diez años de sucesivos retrasos y una fracasada inauguración en 2013, el yacimiento de Kashagán en el norte del mar Caspio comience, por fin, a bombear este año y compensar así la caída en la producción de otros pozos próximos ya a su agotamiento. 

Según las autoridades kazajas, las elecciones parlamentarias, que se celebrarán casi un año antes de lo previsto, serán un paso “decisivo en la modernización política y social”. Pero lo cierto es que no cabe esperar cambios sustanciales. Sea cuál sea la composición del Parlamento, la victoria arrolladora del partido oficialista Nur Otan (Luz de la patria) se puede dar por descontada, y la Cámara seguirá al dictado de la figura del, potencialmente vitalicio, presidente Nazarbáyev. En abril del año pasado, éste renovó su mandato con más del 98 por ciento de los votos. Así que este adelanto de las parlamentarias permite al Gobierno kazajo despejar el panorama electoral hasta la próxima década.  

Pese al férreo control y los, razonablemente genuinos, altos índices de popularidad del presidente, las autoridades kazajas suelen mostrar bastante nerviosismo ante cualquier proceso electoral. Y ha sido así incluso en los años de bonanza, más como resultado de la persistente mentalidad soviética que por la articulación de una oposición política significativa. Al contrario, ésta ha sido prácticamente desarbolada; mantiene alguna presencia en las dos ciudades principales –Astaná y Almaty–, pero es marginal en el resto del país. El Gobierno, sin embargo, teme que cualquier incidente pueda conducir a un verdadero estallido. 

El adelanto electoral es así una medida anticipatoria frente a un posible (y probable) aumento del malestar social a corto plazo. La narrativa triunfalista del Dubái de la estepa ha quedado obsoleta. Para mantenerla viva el Gobierno kazajo insistirá, probablemente, en los aspectos más ambiciosos de su política exterior, como la Expo universal en Astaná 2017 o su aspiración a un puesto no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU en 2017/18. Una apuesta que tiene cierto sentido, dadas las tensiones internas que provocan las turbulencias geopolíticas en el espacio eurasiático, particularmente la ruptura entre Rusia y la Unión Europea. Pero lo que resulta crucial, y cada vez más urgente, es la renovación y reinvención del modelo doméstico de Kazajstán.