¿Está Rusia perdiendo Asia Central?
Nicolás de Pedro,
Investigador CIDOB
25 de julio de 2012 / Opinión CIDOB, n.º 156 / E-ISSN 2014-0843
Uzbekistán abandona por segunda vez la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC). Esta retirada supone un duro golpe para los planes rusos para establecer una arquitectura de defensa regional. Aunque poco conocida fuera de su entorno, la OTSC es el instrumento más longevo diseñado por Moscú para tratar de reconstruir su hegemonía militar en el espacio ex soviético. Paralelamente, Tadzhikistán y Kirguizstán exigen, con creciente determinación, que Rusia pague por estacionar tropas y disponer de bases militares en sus respectivos territorios. Así las cosas, entre las repúblicas ex soviéticas de Asia Central, tan sólo Kazajstán parece proactiva y genuinamente interesado en fortalecer su cooperación militar con Rusia. El viraje uzbeko, y los replanteamientos tadzhiko y kirguiz, coinciden con un cierto rapprochement militar a Washington y representan una nueva vuelta de tuerca en el rompecabezas centroasiático.
Desde su llegada al poder en 2000, el presidente Putin ha tratado de reafirmar la posición rusa en todo el espacio ex soviético y en Asia Central en particular. Desde la perspectiva del Kremlin, constituye su área de influencia privilegiada y forma parte del perímetro crítico de seguridad de la Federación Rusa. En el gran “arco de inestabilidad” desde Kosovo a las Filipinas que conceptualizan los estrategas rusos, el Cáucaso y Asia Central son cruciales para evitar que esta inestabilidad y conflictividad se extiendan hacia su territorio. En la década Putin-Medvédev, que coincide con el desembarco estadounidense en la región, Moscú se ha erigido en garante de la estabilidad y defensor del statu quo. Rusia, por ejemplo, es el principal suministrador de armamento y lo hace, además, a precios subvencionados a través de la OTSC. Por ello el Kremlin considera que la garantía que ofrece a estas repúblicas (léase, regímenes) de una seguridad vital que ellas no pueden proveerse por sí mismas, exime a Moscú de pago alguno por su presencia militar. Moscú ofrece también respaldo político a los regímenes autoritarios centroasiáticos frente a la amenaza potencial de lo que representaron en su día las revoluciones de colores y, ahora, la primavera árabe. Con todo, el tácito respaldo del Kremlin a la caída del ex presidente Bakíyev en Kirguizstán en abril de 2010 demuestra una cierta capacidad pragmática de adaptación ante situaciones ya creadas.
Sin embargo, existen, al menos, cinco elementos que deben ser considerados para valorar las opciones y aspiraciones rusas de mantenerse como el hegemón político y militar en la región. En primer lugar, la asertividad del Kremlin ha crecido sostenidamente. La guerra contra Georgia en agosto de 2008 y el posterior reconocimiento de Abjazia y Osetia del Sur causaron preocupación entre sus socios. De hecho, Moscú no fue capaz de recabar apoyo alguno ni en la OTSC ni en la Organización de Cooperación de Shanghái. En segundo lugar, y relacionado con lo anterior, el Kremlin sigue sin asimilar la plena soberanía de estas repúblicas ex soviéticas como demuestra su tendencia a tratar a sus dirigentes, que se tienen a sí mismos por padres de la patria y personajes históricos, como socios junior o de segundo nivel. En tercer lugar, aunque el primer objetivo de cada uno de estos regímenes es su propia supervivencia, conviene no olvidar su carácter predatorio de la riqueza nacional. Como muestra el caso de la base de Manás, en el aeropuerto de Bishkek, la presencia estadounidense puede ser una fuente de grandes beneficios económicos y los dirigentes locales no están dispuestos a renunciar a ellos a cambio de nada. En cuarto lugar, existen dudas fundadas sobre la capacidad de proyección real de las fuerzas rusas y la voluntad política de desplegarlas. En junio de 2010, Moscú rehusó intervenir en el conflicto interétnico del sur de Kirguizstán, a pesar de las peticiones desesperadas de la entonces presidenta interina Roza Otunbáyeva. Probablemente, el temor a verse arrastrados a un incierto escenario sin tener claro los posibles beneficios políticos o geoestratégicos determinó la decisión del Kremlin. En quinto y último lugar, la presencia china en auge ya no se centra sólo en el ámbito económico: Beijing muestra un músculo militar y un interés crecientes por hacer valer su peso económico en cuestiones de seguridad regional. Es pronto aún para considerar a China una alternativa creíble al liderazgo ruso y conviene no perder de vista las ansiedades de Kazajstán y Kirguizstán con respecto al gigante asiático, pero se trata sin duda de un elemento determinante a tener en cuenta en el medio plazo.
Pero las preocupaciones de Moscú se centran más en el corto plazo y, particularmente, en el replanteamiento del despliegue estadounidense como resultado de la retirada del escenario afgano. Los continuos ataques e interrupciones de la línea de suministro, sumados al deterioro progresivo de las relaciones con Pakistán, han impulsado a EEUU y al Reino Unido a apostar por Uzbekistán como ruta de retorno para el grueso de las tropas y material pesado desplegado en Afganistán. Una oportunidad que el presidente uzbeko, Islam Karímov, no está dispuesto a dejar escapar. Algunos medios británicos especulan con su exigencia de visitas de Estado recíprocas y el plácet para que su hija Gulnara, tras su controvertido paso por la embajada de Madrid, se convierta en la embajadora de Uzbekistán en Londres. En enero de 2011, Karímov ya protagonizó un curioso episodio cuando se presentó en Bruselas y, a pesar de que ambos negaron haberle invitado, se reunió con Barroso, en la Comisión Europea, y con Rasmussen, en la OTAN. Por el momento, la situación interna, marcada por la falta de las libertades más elementales y la sistemática vulneración de los derechos humanos, quedan en un segundo plano. Además de Uzbekistán, EEUU también incluye a Kirguizstán y Tadzhikistán en su replanteamiento regional post-retirada. Las relaciones con ambos se han revitalizado. De hecho, Bishkek parece replantearse el cierre de Manás y lo que era “absolutamente seguro” hace unos meses, ahora parece, simplemente, una más de las opciones. Dushanbé, por su parte, acaricia la idea, aún difusa, de albergar una presencia militar estadounidense. Además de dinero, Dushanbé busca mayores opciones diplomáticas ante su temor a que Uzbekistán aproveche su reacercamiento a Occidente para plantear algún tour de force contra Tadzhikistán.
La posibilidad de que Washington transfiera parte del material desplegado en Afganistán a alguna de estas tres repúblicas centroasiáticas ha provocado temor e irritación en el Kremlin. Ha habido ya algunas negociaciones serias al respecto. Sin embargo, la intención de Washington no parece que vaya más allá del deseo de asegurar la capacidad centroasiática de resistir ante una eventual ofensiva yihadista post 2014. Pero Moscú, habituado a interpretar cualquier movimiento de EEUU en la zona en clave conspirativa y de suma cero, no parece confiar en esta hipótesis. Esta dinámica fluida, fácilmente encuadrable en los parámetros geopolíticos del llamado “nuevo gran juego”, anticipa el previsible movimiento de fichas en el tablero regional como resultado de la retirada estadounidense de Afganistán en 2014. Queda por ver si esta retirada provoca un simple temblor o un movimiento tectónico.
Nicolás de Pedro,
Investigador CIDOB