Elecciones en Italia: Berlusconi en deuda con la Liga Norte de Bossi

Opinion CIDOB 67
Data de publicació: 04/2010
Autor:
Alvise Vianello
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Alvise Vianello
Investigador CIDOB

Barcelona, 21 de abril de 2010 / Opinión CIDOB, n.º 67

Los pasados 28 y 29 de marzo se votó en Italia la renovación de trece de las veinte administraciones regionales. Once estaban hasta ese momento en manos del centro-izquierda y dos del centro-derecha. Esta gran prevalencia de gobiernos izquierdistas fue consecuencia de la grave derrota que la derecha italiana sufrió en 2005, durante el último año del gobierno Berlusconi de la legislatura 2001-2006. Un año después de esas regionales y, a pesar de una contundente recuperación durante la campaña electoral, Berlusconi perdía las elecciones. Hoy el panorama político es muy diferente. La alianza de derecha está en la primera parte de su mandato. Además, la izquierda todavía no ha sabido encontrar una identidad propia después de que cayese anticipadamente y por segunda vez el gobierno de Romano Prodi en 2008.

Los análisis de los medios confirman la victoria de Silvio Berlusconi: la derecha ratificó su hegemonía en las grandes regiones productivas del nordeste: el Veneto y la Lombardía. Además conquistó –aunque con solo 9300 votos de diferencia, el 0.4% - la tercera gran región del Norte, el Piamonte. La suma de estas tres regiones supone el 17 % de la población italiana y casi el 40% del PIB. En las cuatro regiones del Centro-Italia se confirmó la histórica hegemonía izquierdista. En el centro-sur, la izquierda perdió el gobierno de Lazio, Campania y Calabria y confirmó el gobernador del partido de izquierda radical en Apulia y el de la pequeña Basilicata.

¿Es verdad que Berlusconi ganó las elecciones? En realidad, los resultados nos dan más informaciones sobre los equilibrios internos al berlusconismo que sobre la relación entre centro derecha y centro-izquierda.

Estos resultados fueron la consecuencia de una campaña electoral muy dura, en la que casi no se habló de crisis o de políticas públicas de competencia regional, como la sanidad o los transportes. La entrada directa del líder nacional en la campaña electoral, transformó el debate político en un referéndum sobre Berlusconi y el berlusconismo, sus escándalos judiciales y sexuales, con una incesante y obsesiva presencia del Cavaliere en las televisiones públicas y privadas que incluso fue sancionada por la Autoridad Garante para las telecomunicaciones (Agicom) pocos días antes de las elecciones.

La transformación del debate electoral regional en un plebiscito sobre el presidente del gobierno había hecho presumir un gran aumento del abstencionismo que de hecho llegó al 35%, un 6% más que en las últimas regionales, pero todavía muy lejos del 53% registrado en la primera vuelta de las regionales francesas de dos semanas antes. Influenciados por los recientes resultados franceses, donde la abstención golpeó sobre todo a los golistas, los analistas italianos presumían que lo mismo pasaría en Italia. En realidad el fenómeno también afectó al Partido Democrático que no consiguió absorber el descontento de los electores decepcionados por el berlusconismo, posiblemente como consecuencia del cambio de tres líderes en los últimos cuatro años y por su dedicación sobre todo a la construcción de alianzas, en lugar de buscar una identidad política que no ha sabido alcanzar desde su nacimiento como fusión entre un partido de tradición socialista con uno de tradición demócrata-cristiana.

Por otro lado, una importante analogía con las elecciones regionales francesas puede ser identificada en el peso electoral de los movimientos xenófobos populistas en ambos países: la Liga Norte de Umberto Bossi (2.749.000 votos-12.25%) y el Front National de Jean-Marie Le Pen (2.223.800 votos – 11.42%). Sin embargo el peso político de estos partidos es muy distinto: el Front National no puede aspirar a una alianza con los golistas de Sarkozy, porqué la distancia cultural entre ellos se considera insalvable. Por el contrario la Liga Norte participa desde hace 15 años en el gobierno del país ocupando carteras estratégicas. Hoy, el populismo federalista de la Liga Norte (miembro en el Parlamento Europeo del grupo EFD – Europa de la Libertad y de la Democracia), tiene la capacidad de competir por la hegemonía cultural de la derecha post-berlusconiana con el institucionalismo constitucionalista del Presidente de la Cámara de Diputados y co-fundador del partido de Berlusconi, Gianfranco Fini (miembro del Grupo Popular Europeo)

En realidad Silvio Berlusconi no ganó las elecciones. Su partido perdió más de un millón de votos respecto a las últimas elecciones administrativas que ya habían representado una gran derrota en su tiempo. Efectivamente, il Cavaliere celebra la victoria de la Liga Norte, que ha doblado los votos recibidos 5 años antes, entregando a éstos las claves del gobierno local de Veneto y Piamonte. A su vez, la Liga Norte entrega todo el bloque productivo del Norte a la égida del gobierno central de Berlusconi.

El eslogan federalista de este partido populista y xenófobo ha contribuido a desarrollar en su fama de partido radicado en el territorio, basado en un modelo ideológico típico de los partidos de masa. Efectivamente, se trata de un partido cuya fuerza radica en la predicación de valores y en el reconocimiento público de enemigos, más que en el reformismo federalista, localista o territorialista. Su líder, durante la campaña electoral, habló de la pedofilia como “insidia extranjera”, exaltó el peligro de las “familias trasversales” con evidentes referencias a los homosexuales, proclamó su eslogan “dueños en nuestras casas” y reivindicó el éxito de sus políticas xenófobas. Más que un enraizamiento territorial, se trata de una misión ideológica, casi religiosa, que ha conquistado a una parte del electorado berlusconiano, a sectores obreros antiguamente enlazados con las izquierdas y que llegó últimamente a las élites “ex intelectuales”. Durante un mitin electoral liguista en Piamonte, el profesor universitario y ministro de economía Giulio Tremonti llegó a afirmar: “nosotros somos gente simple, pocas veces nos pasa que leamos un libro”.

En conclusión, los resultados de las elecciones regionales italianas aclaran dos elementos. Por un lado el Partido Democrático, con una fuerte división interna, y en busca de su propia identidad, no tiene la capacidad de postularse como alternativa de gobierno creíble: logró sólo conservar las regiones históricamente izquierdistas y contar con unos candidatos localmente muy fuertes en otras regiones. Por el otro, si los dos polos culturales de la derecha italiana post-berlusconiana están representados por el presidente de la Cámara de Diputados Gianfranco Fini y el líder liguista Umberto Bossi, después de estas elecciones la balanza se inclina de manera evidente hacia el populismo xenófobo de Umberto Bossi.