Elecciones 2013 en Paraguay: la segunda transición ha terminado
Xabier Meilán
Profesor asociado, Facultad de Derecho, Universidad de Girona
13 de mayo de 2013 / Opinión CIDOB, n.º 189 / E-ISSN 2014-0843
El triunfo de Horacio Cartes en las elecciones presidenciales del 21 de abril en Paraguay pone punto final a la alternancia política inaugurada en 2008 por Fernando Lugo. Los resultados devuelven la presidencia al partido que la ejerció ininterrumpidamente desde 1947 hasta entonces, la Asociación Nacional Republicana, más conocida como Partido Colorado. Con un 45,8% de los votos, la victoria de Cartes es contundente. Hay que remontarse a la elección de Raúl Cubas en 1998 para encontrar un margen tan amplio. El Partido Colorado tendrá, además, mayoría en el Congreso, la bancada más numerosa del Senado y 12 de las 17 gobernaciones del país.
Cartes, uno de los hombres más ricos del país, es un político sin pasado ni ideología, que se ha estrenado como votante en las elecciones presidenciales que acaba de ganar, a pesar de que el voto es teóricamente obligatorio en Paraguay. En 2009 se afilió al Partido Colorado y logró que se modificasen los estatutos del partido, que le impedían postularse como candidato por acumular menos de 10 años de militancia. Cartes construye su atractivo popular sobre su riqueza y sus éxitos empresariales. Su principal adversario, Efraín Alegre, candidato de la Alianza Paraguay Alegre, comandada por el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), no logró sacar partido de sus flaquezas por mucho que se afanó en denunciar sus supuestos vínculos con el contrabando de tabaco, el lavado de dinero y el narcotráfico. La estrategia de campaña de Cartes, de hecho, logró revertir las denuncias articulando un contra-relato convincente, según el cual el candidato colorado es un hombre con recursos suficientes para costear su carrera política, puede gestionar el país tan bien como sus empresas, que dan empleo a más de 20.000 ciudadanos, y no llega a la política, por tanto, para enriquecerse.
Los acontecimientos jugaron a favor de la contraofensiva de Cartes. En el último tramo de la campaña electoral, Alegre fue acusado de dejar un agujero de 25 millones de dólares en el ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones, del que fue titular hasta 2011. Y cuando a menos de tres semanas de la elección, UNACE, el partido del candidato y general retirado Lino Oviedo, fallecido en un accidente de helicóptero en febrero, pidió el voto para Alegre, la prensa aireó las groseras promesas de cargos en el gobierno que hicieron los liberales a familiares de Oviedo a cambio de su apoyo, así como la venta al Estado de unos terrenos propiedad del presidente del Senado, Jorge Oviedo Matto, sobrino del general, a precios muy superiores a los del mercado. Las revelaciones provocaron la dimisión de Oviedo Matto y asestaron un golpe mortal a la carrera de Alegre a la presidencia.
Fue una campaña electoral bronca y sin propuestas, a la medida de una democracia joven y anómala como la paraguaya. Joven porque la dictadura del general Stroessner no terminó hasta 1989, cuando lo saca del poder a punta de pistola su consuegro, el también general Rodríguez, y anómala porque la transición a la democracia la pilotan el partido del dictador, el Colorado, y la oposición política que éste toleró, el Partido Liberal. Ambos partidos, sin perfiles ideológicos o programáticos nítidos, se disputan el espacio del centro-derecha.
La historia reciente de la democracia en Paraguay, hasta la llegada de Lugo en 2008, ha sido una sucesión de gobiernos colorados inestables y sin avances significativos frente a los problemas acuciantes del país: la corrupción, el desigual reparto de la tierra, la pobreza y, en suma, unos índices de desarrollo humano más propios de Centroamérica que del Cono Sur. El hecho de que más del 80 por ciento de los adultos estén afiliados a un partido, tal vez el índice de afiliación más alto del mundo, es sólo paradójico a simple vista. En ausencia de una autoridad racional-legal que distribuya bienes y servicios en función de normas claras e iguales para todos, los paraguayos que lo necesitan se arriman a los partidos para recibir las migajas sobrantes del banquete del Estado. No es extraño en estas circunstancias que casi 900.000 personas estén afiliadas a más de un partido, ni que Paraguay sea uno de los países permanentemente a la cola del índice de percepción de la corrupción de Transparencia Internacional.
Cabe interpretar las elecciones del 21 de abril como una vuelta a la casilla de salida tras la abrupta interrupción del mandato de Fernando Lugo. El ex obispo rompió el monopolio colorado de la presidencia en 2008 con un discurso de justicia social ecuménico. Sin embargo, careció del respaldo de un partido propio y hubo de contar con el del Partido Liberal y una izquierda desarticulada. Las demandas de paternidad y su incapacidad para entenderse con los liberales deterioraron rápidamente su imagen y debilitaron su posición.
La ‘matanza de Curuguaty’ de junio de 2012, en la que once campesinos sin tierra y seis policías murieron en un enfrentamiento armado, fue la excusa que permitió a los liberales, sus socios de gobierno, desembarazarse de Lugo a menos de un año del fin de su mandato. El 21 de junio de 2012 la Cámara de Diputados aprobó la celebración de un juicio político por mal desempeño de sus funciones y en apenas 24 horas el Senado votó a favor de la destitución por una abrumadora mayoría (39 votos a favor, 4 en contra, 2 ausentes). El vicepresidente Federico Franco, del Partido Liberal, que lo sustituyó, será quien ceda el poder el 15 de agosto de este año a Horacio Cartes.
Cartes recibe un país con un 20% de pobreza extrema y en su segundo año consecutivo de déficit fiscal, pero también con un crecimiento de un 4,5% en los últimos siete años y moderados progresos en políticas asistenciales, calidad de la enseñanza primaria y atención médica gratuita, que hay que poner en el haber del gobierno luguista. Al nuevo presidente le cabrá la inminente satisfacción del retorno a Mercosur, del que fue excluido el país tras la fulminante destitución de Lugo. Cartes recuerda al ex obispo por el incierto apoyo de su partido. Durante la campaña prometió acabar con la práctica de convertir el Estado en la agencia de empleo de los partidos, lo que puede enfrentarlo al aparato colorado, que ya le ha hecho gestos inequívocos de insumisión. Su suerte como presidente dependerá en gran medida de su capacidad de controlarlo o de su disposición a someterse a sus exigencias.
Xabier Meilán
Profesor asociado, Facultad de Derecho, Universidad de Girona