El peor enemigo de Israel

Opinion CIDOB 76
Data de publicació: 06/2010
Autor:
Alvise Vianello
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Alvise Vianello,
Investigador CIDOB

11 de junio de 2010 / Opinión CIDOB, n.º 76

El abordaje cruento y chapucero de la marina israelí en la madrugada del 31 de Mayo es un acto de arrogancia internacional que no tiene sentido. Israel cayó en una trampa tan evidente como previsible pero su respuesta fue un acto violento e ilegal que rompe un difícil equilibrio estratégico en el Mediterráneo oriental en el cual Turquía representaba un elemento de estabilidad. El ataque a la flotilla humanitaria cataliza, además, la hostilidad de una gran mayoría de la opinión pública mundial, ya puesta a prueba por los hechos de la operación plomo fundido.

La mayoría de los israelíes se informan únicamente a través de sus medios de comunicación, bombardeados por imágenes seleccionadas ad hoc por el ejército, que les ayudan a superar la vergüenza por lo sucedido con un débil se lo merecían, eran amigos de los terroristas. La manifestación anti-gubernamental del sábado 6 de junio organizada por la organización pacifista “Paz ahora” resultó un fracaso: sólo 6000 personas acudieron a la cita. Quedan lejos aquellos tiempos en que 100.000 personas saludaban a Menachem Begin reclamando la necesidad de que llegara a un acuerdo con los egipcios en Camp David. O cuando 400.000 israelíes pedían y obtenían una comisión de investigación sobre los hechos de Sabra y Chatila. Hoy las cosas han cambiado. No son los tiempos de Camp David, ni tampoco los de Oslo: cuando la noche del 5 de noviembre de 1995, decenas de miles de personas se reunían en la plaza central de Tel Aviv para dar apoyo a su primer ministro, Yitzhak Rabin, asesinado esa misma noche por la derecha radical israelí.

Hoy no hay oportunidades de paz. No se mueve nada. Sólo se suman victorias militares ficticias que, en realidad, no son más que derrotas morales para un pueblo entero, para sus intereses y su reputación. Hoy el país está en estado de shock, y un mal llevado sentido de culpa se evidencia en los editoriales de sus líderes de opinión. Pero también este sentido de culpa será devorado por la propaganda. El escritor David Grossman en un artículo publicado por varios periódicos internacionales profetiza que “no hay duda que en pocos días comenzará el trabajo de los [medios] que transforman el sentido de culpa (natural y justificado) en agresivas acusaciones contra el mundo entero”. Yariv Oppenheimer, líder israelí del movimiento “Paz ahora” afirma sarcástico: “No tengan miedo, la propaganda doméstica israelí acaba de ponerse en marcha, y nos contará como los helicópteros de Hamas asaltaron un barco judío…”

La opinión pública israelí vive engañada por una clase política que no tiene un enfoque estratégico sobre la cuestión de Gaza, que vive de la improvisación. Una clase política cuyo único proyecto parece ser su permanencia en posiciones de poder. Es el caso del ambicioso líder laborista Ehud Barak, que pasó de ser el delfín de Yitzhak Rabin y su directo sucesor como gestor del proyecto de paz, a ministro aliado de Ehud Olmert durante la operación plomo fundido y de Benjamín Netaniahu ahora. No existe una oposición cultural ni política en un país de gobiernos de unidad nacional que unen radicales de derechas con laboristas, ahogando a la sociedad civil en el chantaje de “o con nosotros o en contra nuestra”, “o con nosotros o eres un antisemita”.

Estas simplificaciones culturales transforman las mentiras en propaganda, como la convicción de que los actos en contra de la población civil palestina pueden garantizar la seguridad israelí. Se trata de mensajes que narcotizan a la opinión pública, que es la verdadera víctima de este círculo vicioso. Faltan las oportunidades, faltan las estructuras de movilización, faltan los procesos culturales indispensables para que se desarrollen movimientos sociales y agentes de cambios. Ya son otros tiempos.

Pero aún hay voces valientes: las de los 6000 manifestantes del sábado 7 de junio destinatarios de injurias y gases lacrimógenos. Las de los ex soldados de la organización “Rompamos el silencio” que luchan para que la población conozca los actos de los militares en Cisjordania y en Gaza. Las de las madres judías de “Mahsom watch” que pasan sus horas libres en los checkpoints, observando a los militares, como si de sus hijos se tratara, para promover un trato más humanitario hacia los palestinos. Hay muchas organizaciones mixtas que promueven proyectos de convivencia y de paz. Hay intelectuales, escritores, profesores universitarios, periodistas, directores y artistas que luchan por mantener viva la débil llama del pacifismo israelí. Un pacifismo en crisis, muy frágil, atacado tanto desde el interior como del exterior. Es el caso del boicot por parte de varios grupos y movimientos europeos contra Israel y su producción intelectual y académica: una punición colectiva inútil que aísla las voces pacifistas en el país y aleja aun más a Israel de la comunidad internacional, fomentando las posiciones más radicales y aislacionistas. Voces y movimientos pacifistas aun existen, pero hoy son resistencia. Algo ha cambiado.

El mundo ha cambiado. Hubo un tiempo en que la protección de Estados Unidos era suficiente para la relación de Israel con la comunidad internacional. La Rusia soviética contaba poco en Oriente Medio, y China casi no estaba en el mapa. Brasil era un país exótico y no un actor fundamental en las negociaciones sobre el poder nuclear iraní. Hoy el mundo económico israelí se ha adaptado a los cambios con rapidez y flexibilidad, pero su mundo político y cultural parece haberse quedado anclado en el tiempo, cristalizado en un concepto de Sionismo neo-diasporico, sostenido por lobbies que defienden los intereses de su “homeland” con creciente incomodidad por parte de los gobiernos de sus países.

Asaltar una flotilla pacifista en aguas internacionales argumentando que se trata del enemigo no tiene sentido. Tal vez éste sea el problema de Israel: que no reconocen a los verdaderos enemigos. Ya no distinguen los peligros de las oportunidades, con el riesgo que eso conlleva que el peor enemigo acabe siendo uno mismo.

Alvise Vianello,
Investigador CIDOB