El malestar de la democracia europea: Macedonia como síntoma
Jordi Vaquer i Fanés,
Director de CIDOB
25 de mayo de 2011 / Opinión CIDOB, n.º 116
El 9 de Mayo de 2011, la cadena independiente de televisión A1 reveló que el partido gobernante en Macedonia, VMRO – DPMNE, había estado presionando a servidores públicos para que realizasen listas de seguidores con nombres y datos de contacto, en el marco de los preparativos para las elecciones generales celebradas este 5 de Junio. Aparentemente, cada funcionario ha tenido que facilitar 15 nombres, y cada cargo intermedio, 30. El documental producido por la cadena A1 parece demostrar la existencia de estas listas e instrucciones del partido, revelando la existencia de amplias prácticas de discrecionalidad política dentro de la administración como pueden ser: garantizar el traslado de su puesto a un profesor; proporcionar acceso a un tratamiento de fertilidad o facilitar un puesto de trabajo; todo ello a cambio de lealtad al partido.
Este abuso de las estructuras de la administración y de sus recursos es un escándalo que el Gobierno de Skopie parece poder sortear. La salida a la luz pública del uso abusivo del poder del Estado por parte de un partido en el gobierno acarrearía su dimisión en la mayor parte de la Europa Occidental. Sin embargo, este tipo de prácticas son vistas como algo rutinario en muchos países, algunos de ellos en la propia Europa. De hecho, el abuso de la tecnología administrativa en procesos electorales es uno de los rasgos definitorios de la “democracia soberana” al estilo Putin, tipología que domina en Bielorusia, en Armenia o en Azerbaijan. En Rusia, por ejemplo, no es excepcional que los trabajadores de una institución pública (un hospital, digamos) sean convocados de manera extraordinaria a su puesto de trabajo un domingo de elecciones, donde ven garantizado su derecho a voto por la diligente provisión de una urna móvil, bajo la mirada controladora del supervisor de turno.
No es ésta la primera vez que han aparecido en Macedonia alegaciones sobre el abuso de la administración pública en procesos electorales, pero recientes revelaciones proporcionan más pruebas de cómo esta frágil democracia balcánica se desliza por la resbaladiza pendiente del autoritarismo. Pero difícilmente será Macedonia el único país de la región que experimente el deterioro de su joven democracia. El menoscabo de la legitimidad de las elecciones en Albania, el vacilante Estado en Kosovo y en Bosnia-Herzegovina, o la amenaza radical en Serbia -una característica de casi todos los sistemas políticos en los Balcanes occidentales-, muestran señales inquietantes de perdurar y, lo que es causa de alarma, incluso de empeorar.
Si existe una parte de Europa donde la Unión Europea está bien posicionada para marcar la diferencia en la consolidación de la democracia, ésta es precisamente los Balcanes. Ya se ha hecho mucho, y la Comisión Europea está realizando un esfuerzo sostenido para reconducir las transiciones allí donde existe el riesgo de un descarrilamiento. No puede decirse lo mismo de algunos Estados miembros. Muchos de ellos son culpables, como mínimo, de negligencia, o incluso de minar activamente la credibilidad de la UE. Algunas veces lo hacen para obtener pequeños favores políticos, pero en la mayoría de los casos se trata de cortejar el favor de los gobiernos balcánicos por intereses puramente mercantiles. Esta condescendencia con derivas autoritarias por parte de numerosos estados miembros de la UE puede ser interpretada como un reflejo del debilitamiento del compromiso con algunos principios fundamentales en sus propios países.
La UE, a pesar de su batería de instrumentos de ampliación y vecindad, cada vez está peor posicionada para continuar siendo el ancla de la democratización que había sido hasta hace sólo unos pocos años. Parte del problema deriva de que muchos de los abusos que pueden observarse en países de ampliación y vecindad no son ajenos a los propios estados miembros de la EU. Indudablemente, sería frívolo comparar los movimientos nacionalistas populistas que emergen en Escandinavia con los radicales serbios, o el coqueteo con leyes de prensa restrictivas de algunos países centroeuropeos como Hungría o Eslovaquia con el estado de la libertad de expresión en países como Rusia o Bielorusia. También resulta excesivo equiparar las expresiones de insatisfacción con el sistema político en Grecia o en España con las revoluciones de color (o con los levantamientos árabes, para el caso). Pero tendencias anti-democráticas tales como el populismo xenófobo, la corrupción o la erosión de las instituciones de control democrático están pasando factura a la salud de la democracia en la mayoría de los estados miembros de la UE, debilitando el prestigio que ha estado en la base del poder blando, pero de alta eficacia transformadora, de la UE. Y esto resulta ser cierto tanto para un miembro fundador como Italia, como para los últimos socios llegados al club, como Rumania y Bulgaria.
Un gélido viento autoritario y populista se cuela entre las grietas de la UE. Primero Rusia, luego Ucrania y otros países de la Asociación Oriental, y ahora incluso países candidatos a la ampliación, como Turquía, están experimentando un estancamiento, sino un declive constante, en su transición a la democracia. Los signos preocupantes de que se produzca un proceso comparable dentro de la UE se han acelerado a raíz de la crisis económica. En los países miembros, una epidemia de discurso nacionalista y populista está alcanzando la política oficial. La desastrosa situación económica en algunos países europeos profundiza el hueco que se abre entre los ciudadanos y los gobernantes, creando un vacío que los movimientos extremistas y populistas se apresuran a llenar, aún cuando otras fuerzas trabajen para reducirlo a través de la acción política directa.
Una regresión democrática ha comenzado en Europa. Algunos ciudadanos la han identificado y se han movilizado, desde Islandia hasta las plazas de las ciudades españolas. Algunos pueden tener la tentación de pensar que, aislando a su propio país y separándose del resto del mundo, conseguirán preservar su prosperidad y su cultura política democrática. Mientras siguen en sus pantallas la dramática lucha por la democracia en los países árabes, muchos podrían olvidar que la democracia en Europa nunca puede darse por supuesta. Lo que ocurre en la minúscula Macedonia no es una oscura preocupación para especialistas en los Balcanes, sino parte de una misma gran historia. Una historia de dolorosa construcción de democracia que necesita de mejoras constantes y, en ocasiones, de una defensa vigorosa.
Jordi Vaquer i Fanés,
Director de CIDOB