Bosnia ha votado ¿Y ahora qué?
Montserrat Radigales,
periodista
18 de septiembre de 2010 / Opinión CIDOB, n.º 87
Como podía esperarse, tras las elecciones presidenciales, legislativas y cantonales del pasado 3 de octubre en Bosnia y Herzegovina, los dirigentes de Estados Unidos y la Unión Europea se han apresurado a entonar una cantinela que no por repetida hasta la saciedad deja de resultar tan sensata a simple vista como engañosa: los nuevos mandatarios electos deben impulsar las reformas necesarias para que esta república ex-yugoslava pueda avanzar por la senda de una futura integración en la Unión Europea y la OTAN. Lo dijo días después de las elecciones en Sarajevo la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, lo repitió también poco después en la capital bosnia el comisario de la Ampliación de la UE, Stefan Füle, y lo reiteró en Bruselas la responsable de la Política Exterior de la UE, Catherine Ashton.
La cuestión, sin embargo, resulta mucho más compleja. Más allá de las dificultades con las que topará la formación del nuevo Gobierno del Estado, que puede tardar incluso meses en constituirse, de lo ocurrido en las urnas cabe extraer algunas lecciones porque su resultado ha vuelto a poner al descubierto la naturaleza del problema de fondo. El problema no es quién gana o pierde; el problema es que la estructura constitucional e institucional diseñada en el Acuerdo de Dayton (1995) con el que concluyó la guerra iniciada en 1992 -en realidad, lo que puso fin a la contienda fue la tardía intervención militar de la OTAN- es inadecuada e insostenible. El Acuerdo de Dayton ha creado un Estado disfuncional, perpetúa la división étnica y multiplica los órganos de poder hasta límites que superan lo razonable (un país que no llega a los cuatro millones de habitantes dispone de 14 Gobiernos con sus respectivas asambleas parlamentarias). Un década y media después de acabada la guerra, Bosnia sigue bajo la tutela internacional y sin perspectivas de que pueda ponerse fin al protectorado, pese a que EEUU y la UE lo intentan desde hace algunos años.
Nada de eso se entiende sin ponerlo en contexto. Cuando a principios de los 90 se produjo la desintegración de Yugoslavia, Bosnia y Herzegovina, la más multiétnica de las repúblicas que la constituían, cayó víctima de los nacionalismos serbio y croata y pagó el precio más alto. En vez de apostar decididamente por el modelo de convivencia multiétnica que la había caracterizado y que era bien visible en Sarajevo y otras ciudades del país, Europa y EEUU se resignaron y acabaron aceptando los hechos consumados. Así, aunque preservó formalmente la integridad del país, Dayton dividió a Bosnia en dos entidades: la Republika Srpska (serbia) y la Federación de Bosnia y Herzegovina (croata-musulmana). Al hacerlo, legitimó en buena medida el producto político de la “limpieza étnica”. Pese a que desde entonces se han introducido algunas reformas positivas, el Estado sigue siendo débil y las entidades acaparan la mayor parte de los poderes. De hecho, la Republika Srpska ha actuado siempre como un estado dentro del Estado y los dirigentes serbios han bloqueado a menudo el normal funcionamiento de los órganos centrales. Lo peor es que, una vez institucionalizada y por tanto consolidada esa realidad, resulta muy difícil cambiarla, como, muy a su pesar, los representantes internacionales han constatado reiteradamente. Porque si al principio cualquier crítica al Acuerdo de Dayton era casi tabú, EEUU y la UE han impulsado en los últimos años varios intentos de reformar la Constitución (que es la parte esencial del acuerdo), conscientes de que la actual situación no lleva a ninguna parte.
Christian Schwarz-Schilling, un austríaco que ejerció el cargo de Alto Representante Internacional (el jefe del protectorado) en Bosnia, dio en el clavo cuando, al día siguiente de las elecciones, afirmó que era injusto culpar a los bosnios por la parálisis política en el país. “Tendremos un desastre en el futuro si Europa y EEUU no conectan en lo que se refiere a Bosnia”, señaló. “Lo que tenemos ahí es un armisticio, no una paz”, añadió. No resulta habitual que alguien que ejerció responsabilidades internacionales hable con tanta franqueza. Pero a quien conozca bien la realidad de Bosnia le resulta muy difícil no concluir que, desde el mismo día en que las armas callaron, los antiguos contendientes siguieron persiguiendo por medios políticos los mismos objetivos que perseguían durante la guerra.
Pero veamos qué ocurrió en las elecciones. Destacan tres hechos: 1) la inesperada derrota del hasta entonces miembro bosníaco (musulmán) de la presidencia del Estado (también tricéfala), Haris Silajdzic, frente a Bakir Izetbegovic, hijo del emblemático y ya fallecido presidente de Bosnia durante la guerra, Alija Izetbegovic. 2) la victoria del Partido Socialdemócrata (SDP) en las legislativas estatales en cuanto a los escaños elegidos dentro de Federación musulmano-croata (no en los elegidos en la Republika Srpska), y 3) el triunfo aplastante del ‘hombre fuerte’ de la Republika Srpska, Milorad Dodik, antes primer ministro de la entidad y ahora elegido presidente de la misma. Los tres hechos merecen algún comentario.
1) Los representantes internacionales acogieron con esperanza, diríase que casi con júbilo, la derrota de Silajdzic frente a Izetbegovic. Pero este hecho en sí resulta ilustrativo de hasta qué punto las cosas han llegado a pervertirse. Porque resulta que Izetbegovic, que ahora pasa por moderado, era el candidato del hasta hace cuatro días denostado (por nacionalista musulmán) Partido de Acción Democrática (SDA), la formación musulmana dominante durante y después de la guerra. Y el radical Silajdzic pasa por tal porque su lengua afilada y su animosidad personal y política con Dodik le convirtieron en un personaje incómodo. Pero Silajdzic no es un nacionalista musulmán; en todo caso es un nacionalista bosnio y, por cierto, un europeísta convencido que vivió íntimamente como una traición el abandono de Bosnia por parte de Europa durante el genocidio. Primer ministro en la época, Silajdzic fue uno de los negociadores y firmantes de Dayton -“a punta de pistola”, me dijo en una ocasión, si se me permite el apunte personal, aunque también dejó claro que no se arrepentía de haberlo firmado porque ya no quedaba ninguna alternativa-. En el fondo, Silajdzic, que ve a la Republika Srpska como el botín del genocidio, nunca aceptó la división étnica del país y se ha pronunciado públicamente a favor de la abolición de las entidades. En el 2006, bloqueó un intento de reforma constitucional impulsado por EEUU y la UE por considerarlo insuficiente y porque preservaba el “voto étnico”. Apartado del poder, los mandatarios internacionales creen que un nuevo intento de reforma quizá dará frutos.
2) La consecución por parte del multiétnico y no nacionalista SDP del mayor número de los escaños en el Parlamento estatal elegidos en la Federación tiene precedentes y cuando esto ocurrió tampoco cambiaron mucho las cosas. El líder de esta formación, Zlatko Lagumdzija, ya gobernó -por cierto, en coalición con el partido de Silajdzic- entre el 2000 y el 2002. Naturalmente, esto por sí solo no modifica un ápice las cuestiones de fondo expuestas anteriormente porque el problema es siempre el mismo. Los partidos multiétnicos pueden tener cierto predicamento en la Federación, pero en la Republika Srpska se convierten en algo marginal e irrisorio. De hecho, tanto Lagumdzija como Dodik ya descartaron antes de los comicios cualquier Gobierno de coalición entre sus respectivas formaciones.
3) El liderazgo incuestionable de Dodik en la Republika Srpska deja pocas dudas respecto a la realidad política de dicha entidad. Considerado en otros tiempos como moderado simplemente porque ejercía de oposición al Partido Democrático Serbio (SDS) creado por Radovan Karadzic, Dodik ha desafiado después reiteradamente a los representantes internacionales y se resiste a cualquier reforma que pretenda convertir al Estado en algo digno de tal nombre. Envalentonado por el dictamen del Tribunal Internacional de Justicia sobre la legalidad de la independencia de Kosovo, Dodik ha amenazado con un referéndum de secesión de la Republika Srpska -algo por fortuna impensable mientras en Belgrado esté instalado un Gobierno reformista y proeuropeo como el actual- si se modifica una sola coma de las prerrogativas de que goza la entidad serbia. El mandatario serbobosnio ni siquiera se molesta ya en disimular: “Bosnia es imposible como Estado. No lo ha sido ni lo será jamás”, afirmó dos días después de las elecciones. Lo dicho: el mismo objetivo de la guerra, pero por medios políticos.
El actual jefe del protectorado internacional, Valentin Inzko, describió con crudeza lo que una tal secesión supondría: “Sería el triunfo póstumo de Slobodan Milosevic”, afirmó.