Anuario Internacional CIDOB 2022. Introducción

Anuario Internacional CIDOB 2022
Data de publicació: 09/2022
Autor:
Francesc Fàbregues y Oriol Farrés, coordinadores del Anuario Internacional CIDOB
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«El mundo en que vivimos es un mundo crítico, en crisis permanente», así lo afirma el filósofo Daniel Innerarity en su aportación a la presente edición del Anuario Internacional CIDOB, la número 32, que sale a la luz en un momento de creciente preocupación por una crisis económica en ciernes a consecuencia del impacto doble de la COVID-19 y la invasión rusa de Ucrania. 

En esta edición del Anuario, hemos elegido centrarnos en tres grandes temas del panorama internacional: el primero es la emergencia de lo que hemos denominado las «nuevas geopolíticas»; en segundo lugar, nos interrogamos acerca del posible final de la globalización, tal y como la hemos conocido desde comienzos de la década de 1990; y, en tercer lugar, abordamos las repercusiones de la pandemia de la COVID-19, con un enfoque centrado en las brechas de distinta naturaleza -de renta, educativas, tecnológicas, sanitarias, o en la solidaridad– que se han agravado por efecto de la crisis pandémica. Nuestro propósito ha sido construir un relato plural de los grandes tendencias y retos que afectan la agenda internacional, para lo que hemos contado con la participación de expertos y expertas internacionales, de los analistas de CIDOB y también, y por tercera vez en la trayectoria del Anuario, contamos con la participación de nuevas voces de jóvenes investigadores y menores de treinta años, a partir de una convocatoria internacional que cada año cuenta con una participación más nutrida.

El Anuario también se ha diversificado en cuanto a los formatos, incorporando a los textos y las infografías las videoentrevistas en profundidad (accesibles en el canal de Youtube de CIDOB).  En este apartado, incluimos un diálogo entre el director de CIDOB, Pol Morillas y Jeremy Shapiro, director de investigación del ECFR, dedicado a la proyección geopolítica de la Unión Europea. La segunda entrevista discurre entre Carme Colomina, investigadora de CIDOB y Alicia García-Herrero, economista e investigadora sénior de Bruegel, centrada en la evolución de la globalización y de la economía china y, finalmente, la tercera charla se da entre Blanca Garcés, investigadora de CIDOB y el filósofo Daniel Innerarity, y está centrada en el futuro de la democracia y la gobernanza en tiempos de crisis permanente. Cada una de las conversaciones se corresponde con los tres grandes temas elegidos, que expondremos brevemente a continuación.

Las nuevas geopolíticas

Las tres décadas de globalización y la euforia del momento unipolar estadounidense –encarnada por el «fin de la historia» propugnado por Fukuyama–, y la gran esperanza depositada en la incorporación de China al orden comercial internacional, relegaron la geopolítica a un espacio modesto de la política internacional. No obstante, el cambio experimentado con respecto a las mutuas expectativas entre Washington y Beijing, y la confluencia de nuevas y viejas potencias, todas ellas frágiles, está promoviendo un resurgir del pensamiento geopolítico. La disputada relación trilateral entre EEUU, China y la UE es el tema de la pieza firmada por Ramón Pacheco Pardo y Cristina de Esperanza Picardo, una dinámica que miden en términos de cooperación, competencia o rivalidad. Ambos autores abordan cuestiones clave, como la relación sino-rusa en el contexto de la guerra de Ucrania, el viraje conceptual de EEUU y sus aliados hacia el Indopacífico o la deriva del conflicto de Taiwán, que posiblemente, es hoy el de mayor potencial de desestabilización en el mundo y que, por diversos motivos, está entrando en una fase peligrosa. Ante la evidencia de la formación de bloques contrapuestos, el artículo aboga por el establecimiento de un marco normativo común para resolver las diferencias, que, no obstante, los autores ven aún lejano. Inés Arco, investigadora de CIDOB, profundiza en la naturaleza líquida de las relaciones sino-rusas, compatibles en algunos ámbitos pero divergentes en otros muchos, como, por ejemplo, en cuanto a la globalización; China se ha beneficiado en gran medida de ella y de ella depende para seguir creciendo, mientras que para Moscú, es más una amenaza para la supervivencia del régimen de Putin. Según Arco, la guerra de Ucrania abre nuevas oportunidades para China –que puede beneficiarse del aislamiento de Rusia–, pero también la sitúa en una posición incómoda por su relación especial con Moscú. La naturaleza de la relación entre ambos es desigual; Rusia necesita a China mucho más que a la inversa.

Siguiendo con el conflicto en Ucrania, no cabe duda que este ha sido uno de los sucesos más importantes del año. En su texto sobre el tema, Marie Mendras, Investigadora en el CNRS de París, llama nuestra atención sobre la política militarista del Kremlin y sus acólitos, embebidos por una visión nostálgica y agresiva del pasado glorioso de la «Gran Rusia». Mendras nos recuerda que bajo el discurso oficialista del Kremlin se ocultan intereses mucho más mundanos, ligados a la corrupción y al temor a perder el poder frente a la sociedad civil rusa que, a pesar de la dura represión interna, ha manifestado puntualmente su repulsa contra la invasión.

Otra de las cuestiones llamativas de la crisis ucraniana es la distinta reacción de los estados miembros de la UE ante la llegada de más de 6 millones de refugiados ucranianos. Su actitud ha despertado elogios, pero también críticas por el doble rasero que la UE ha demostrado en esta ocasión, en comparación con crisis de refugiados precedentes, como la de Siria en 2015. Blanca Garcés, investigadora sénior de CIDOB, reflexiona sobre la «instrumentalización de las migraciones» que algunos han apuntado como un factor también detrás de la ofensiva rusa en Ucrania, con vistas a reavivar el discurso del miedo y la turbulencia política que han generado las diversas «olas» migratorias en Europa. Sus reflexiones coinciden con las de Gonzalo Fanjul, director de investigación de la Fundación por Causa, quien afirma que «las migraciones se han convertido hoy en una de las armas más poderosas de la franquicia nacional-populista global, que intenta establecer un nuevo orden iliberal».

Las últimas fronteras de la geopolítica: el Ártico, los océanos, el mundo digital y el espacio exterior

Cuando decidimos tratar el tema de las «nuevas geopolíticas» en el Anuario, teníamos en mente aquellas que se originan en espacios que, bien porque eran considerados marginales –como el Ártico–, inalcanzables –el espacio exterior–, inabarcables –los océanos– o bien porque no existían –como el mundo digital–, quedaron al margen de los procesos de colonización y, por ello, relativamente al margen de la rivalidad entre potencias. Sin  embargo, las actuales revoluciones  en curso, principalmente la tecnológica –que permite acceder a recursos que ahora están más hondo, más lejos o sin un propietario concreto–, y también la revolución del cambio climático, que va a transformar radicalmente la geografía de la vida y de los recursos en la Tierra, reformulan los términos en los que las potencias internacionales se relacionan con estos nuevos espacios físicos o virtuales, que se ven crecientemente expuestos a una nueva carrera colonizadora.

Como hemos adelantado, el Ártico se está convirtiendo en una región cada vez más central de las relaciones internacionales. Hasta no hace mucho, había permanecido como una excepción en los cánones de gobernanza internacional. Sin embargo, las revoluciones a las que hacemos referencia están transformando radicalmente la fisonomía del Ártico. Los avances tecnológicos –que permiten explorar y perforar a mayor profundidad–y, muy especialmente, el deshielo causado por el cambio climático, están transformando el statu quo de esta porción del océano, descrito en alguna ocasión como un «Mediterráneo helado». La posibilidad de que se abran nuevas rutas de transporte por mar (como la Ruta Norte), que acortarían sensiblemente el coste de transporte de Asia y Europa, podrían alterar radicalmente el actual mapa del comercio marítimo y el peso y distribución de sus nodos estratégicos. Pavel Devyatkin, investigador asociado del Arctic Institute-Center for Circumpolar Security Studies de Washington, dedica una especial atención al modelo de gobernanza del Ártico, que a diferencia de la Antártida no se rige por un único tratado formal, sino por una superposición de instituciones, organizaciones y acuerdos. Su conclusión es que la región padece ya los efectos del cambio climático y, además, los del bloqueo institucional derivado de la guerra de Ucrania –debido al boicot a la presidencia rotatoria de Rusia en el Consejo Ártico–, y los de la creciente influencia de China que, a pesar de no ser un Estado costero, se ha definido como un país «cuasi-Ártico» en su estrategia para la región. También Ana Leonor Ruiz Castillo, una de las seleccionadas en la convocatoria de jóvenes investigadores de la presente edición del Anuario, dedica su análisis a las tensiones emergentes en el Ártico y, tras relatar las principales claves de interpretación, reclama que la UE ponga una mayor atención a este territorio.

Desde una perspectiva más amplia geográficamente, R. Andreas Kraemer, director emérito del Ecologic Institute, aborda el reto de gobernar los océanos y, al hablar del Ártico, lo sitúa como uno de los mejores ejemplos de gobernanza multilateral, que podría exportarse a otros muchos contextos y que está en peligro de extinción debido a las dinámicas actuales. Kraemer remarca que sería un error trasladar al mar el enfoque que se aplica en tierra firme –la noción de compartimentación y apropiación–, y que existe un único océano, que no entiende de fronteras ni de muros. Su conclusión es que la vigente Ley del Mar (UNCLOS) resulta insuficiente para gobernar los océanos, algo en lo que coinciden diversos autores, y desde diferentes perspectivas. Uno de ellos es Keyuan Zou, profesor distinguido de Derecho en la Universidad Marítima de Dalián, en China, quien nos permite conocer mejor la visión de Beijing en relación al conflicto del mar del Sur de China, en el que su país reclama la soberanía sobre una amplia extensión (la denominada línea de 9 puntos), que se solapa con las reclamaciones de otros países vecinos, como Vietnam o Filipinas. Es a este respecto que Zou destaca las carencias de la legislación actual para regular aspectos de soberanía o de seguridad lo que, de facto, la convierte en irrelevante para gestionar los actuales conflictos en el mar.

Finalmente, el capítulo se cierra con las reflexiones de Nick Couldry, profesor de Medios de Comunicación y Teoría Social en la LSE, acerca de la colonización de los datos y la creación de un nuevo entorno digital que captura en sus redes una porción cada vez mayor de las relaciones humanas y de los recursos económicos a través de las industrias emergentes de la apropiación y análisis de datos. Couldry aporta una perspectiva histórica, que sitúa el discurso del Big Data como una más de las narrativas que históricamente han justificado la apropiación de recursos ajenos y que, por ahora, no está encontrando grandes resistencias. Otro punto de vista lo aporta Andrea Renda, investigador sénior del CEPS, quien aborda las oportunidades perdidas por Europa en el marco de la revolución digital, y denuncia que el 90% de los datos generados en el continente están gestionados por compañías estadounidenses. Renda propugna un modelo de gestión europeo del mundo digital, a medio camino entre el «capitalismo de vigilancia» que rige en EEUU y la «supervisión estatal» omnipresente que impera en China.

Las monedas digitales internacionales representan también un espacio en construcción derivado del mundo digital que además, es objeto de rivalidad entre Washington y Beijing. En este punto, Josh Lipski, director del GeoEconomics Center del Atlantic Council, elabora un detenido análisis de las oportunidades y los retos en los diversos proyectos en marcha sobre la versión digital de las monedas nacionales, un sistema que podría revolucionar el sistema de pagos a nivel global. Lipksi subraya que es necesario que los estados dejen de centrarse en el plano doméstico y alcancen un entendimiento sobre los estándares comunes de interoperabilidad internacional; en caso contrario, veremos surgir muy posiblemente un escenario fragmentado, en el que –advierte Lipski– si EEUU y la UE no lideran coordinadamente el proceso, podría fácilmente imponerse una alternativa promovida por China o quizá por una gran plataforma tecnológica privada. Tim O’Reilly, fundador y presidente de O’Reilly Media, desgrana en su texto algunas de las paradojas que encuentra el legislador a la hora de regular, precisamente, la propiedad de los datos y la privacidad; también, como las principales corporaciones del sector (como Google o Amazon) sacan provecho de su posición dominante del mercado a través de malas prácticas, que penalizan a la competencia y que van en contra de sus propios manifiestos fundacionales. El apartado se completa con diversas infografías, entre las que destaca la que dedicamos al espacio exterior como otro escenario de creciente disputa geopolítica entre potencias, y subrayamos la reconsideración unilateral del estatus del espacio por parte de EEUU, que han aprobado la apropiación y explotación de los recursos espaciales. Esto debería llamar nuestra atención sobre el potencial de la aún incipiente «economía espacial» o del problema mayúsculo de los residuos orbitales.

Muchos de los retos arriba planteados generan tendencias de fragmentación, de creación de bloques opuestos. El antídoto a todo ello es la apuesta por un nuevo multilateralismo, que se asiente en la «globalización responsable e inclusiva», de la que hablan en su texto Homi Kharas, investigador sénior de Brookings, Denis J. Snower, presidente de Global Solutions Initiative y Sebastian Strauss, analista sénior del Eurasia Group. Desde su perspectiva, el multilateralismo puede recuperar el vigor perdido si prioriza la lucha contra la desigualdad, aporta resiliencia al sistema financiero global y acomoda las diversas demandas de autonomía política de los diversos modelos de gobierno.

¿Estamos ante el final de la globalización?

El segundo apartado del Anuario se abre con una aproximación crítica a la globalización, a cargo de Sinan Ulgen, investigador visitante en Carnegie Europe, quien expone algunos de los principales reproches a esta dinámica, entre los que destaca el incremento notable de la desigualdad y la lógica de ganadores y perdedores, que aumenta la pobreza de los más pobres y la riqueza de los que más tienen. Este déficit del sistema es, para Ulgen, uno de los principales impulsores de los movimientos políticos populistas y de la concentración de poder económico en manos de las grandes plataformas digitales. Esto, sumado a la pandemia de la COVID-19 y, más recientemente, a la guerra de Ucrania, ha revelado la vulnerabilidad de las economías y ha acelerado la desglobalización. El texto concluye con una serie de propuestas para reformar la globalización en materias como la fiscalidad o los regímenes de datos.

Al hilo de las reformas de la globalización, la mayoría de los autores del apartado opinan que la globalización proseguirá, aunque transformada. Haihong Gao, economista de la Academia China de Ciencias Sociales, nos ayuda a imaginar cómo podría ser una globalización «con características chinas», y afirma que dado que China se ha transformado por efecto de la globalización, es el momento de que este país tenga más influencia en su futuro desarrollo. Su tesis es que China no se volverá más autárquica en el futuro, debido a su enorme dependencia del exterior para seguir creciendo. Margaret Myers, directora del programa sobre Asia y América Latina del Dialogo Interamericano, nos ofrece una visión complementaria, centrada en el posible desacoplamiento de China –de quien muchos países se sintieron dependientes durante la pandemia– y como este podría abrir oportunidades para América Latina dada su proximidad con la economía estadounidense, aunque en un entorno de competencia feroz por las inversiones. Para Agustí Fernández de Losada y Ricardo Martínez, investigadores de CIDOB, en esta nueva etapa de la globalización las ciudades globales deberán jugar un papel clave, en tanto que nodos centrales de la economía global y baluartes de la resistencia urbana frente a la polarización y la confrontación.

Estamos pues ante un escenario que Martí Serra, otro de los jóvenes autores seleccionados este año, define acertadamente como de «desglobalización estratégica», a merced de un cálculo de intereses y capacidades. Eric van den Abeele, profesor de la Universidad Mons-Hainaut, sugiere que estos cálculos pivoten sobre la transición ecológica como piedra angular del nuevo modelo económico, que define como «geobalización». La selección de artículos del apartado cuenta también con la contribución de Michael Pettis, profesor de Finanzas de la Peking University, que aborda el caso peculiar de Estados Unidos, cuya economía presenta una anomalía –el déficit comercial– que se ha mantenido por tanto tiempo que ha acabado normalizando lo que en realidad contradice la lógica económica y que Pettis disecciona en términos de desigualdad, apertura económica y capacidad de ahorro.

Desde una perspectiva más histórica, el investigador sénior de Bruegel, André Sapir, nos da las claves de «cómo hemos llegado donde estamos», haciendo hincapié en las dos olas precedentes de globalización y del desengaño tras las enormes expectativas generadas por la entrada de China en la OMC en 2001, que está detrás de las actuales disputas comerciales y, de la tendencia a la relocalización hacia países afines para minimizar la dependencia de las cadenas de suministros globales, y en favor de una mayor resiliencia. A este respecto, Jordi Torrent, responsable de estrategia del Puerto de Barcelona, nos ofrece un amplio panorama de las derivaciones futuras de las disrupciones del suministro, que son una de las causas principales del repunte de la inflación que nos está situando al borde de una nueva crisis económica de largo recorrido. Torrent se suma a la lista de autores que no creen que estemos ante el final de la globalización, a pesar de las múltiples presiones que afectan el sector de la logística. Las disrupciones del suministro, sumadas a factores más coyunturales, como la guerra de Ucrania y las sanciones a Rusia, no solo redundan en precios más altos, como hemos visto con la actual crisis alimentaria, sino que se cobran vidas humanas. Tres de los Apuntes de este año se dedican a la crisis alimentaria, desde la perspectiva de la «geopolítica de los alimentos» –Eckart Woertz, investigador asociado de CIDOB–, desde el propio sistema del comercio global de los alimentos –Johana Mendelson Forman, catedrática de la American University’s School of International Service– o desde la perspectiva de la brecha que la pandemia ha abierto entre los que tienen y no tienen acceso a los alimentos –Máximo Torero, economista jefe de la FAO–. La conclusión es que avanzamos hacia un mundo más fragmentado, en el que crecen las brechas que separan a las sociedades, entre ellas e internamente. A estas fisuras, dedicamos precisamente el tercer apartado.

El impacto de la COVID-19 sobre las brechas sociales

Si algo ha evidenciado de manera demoledora la pandemia COVID-19, ha sido la desigualdad que existe entre y dentro de las sociedades, y que ha tenido un coste directo en vidas humanas. Este es el punto central de la pieza de Jayati Ghosh, catedrática de economía de la Jawaharlal Nehru University, quien afirma de manera rotunda que la desigualdad es el principal asesino en el mundo actual y que se ceba, como siempre, con los más pobres y vulnerables. En esto coincide con Carolina Sánchez-Páramo, directora global de la «Poverty and Equity Global Practice» del Banco Mundial, que dedica su Apunte a denunciar como la pandemia de la COVID-19 ha provocado que la pobreza se vuelva más crónica y más profunda. Vinculado a este contexto económico, José Antonio Ocampo y Tomasso Faccio, ambos profesores del ICRICT, analizan minuciosamente los esfuerzos frustrados en imponer una tributación internacional más justa y favorable a los países en desarrollo, y que grave más a los más ricos. Por otro lado, en referencia a la Agenda 2030, Anna Ayuso, investigadora sénior de CIDOB, apunta a retrocesos notables en el logro de los 17 ODS por culpa de la pandemia, en un efecto dominó que hace que los objetivos de desarrollo, conectados entre todos ellos, estén ahora más lejos que antes de la pandemia.

Los autores advierten desigualdad en cuanto a la distribución de la renta o, por ejemplo, respecto al acceso a las vacunas, pero también frente a los impactos del cambio climático, la destrucción del medio de vida o la subida de precios de los alimentos. ¿Qué factores pueden jugar un papel mitigador en esta desigualdad? El sociólogo Danilo Martucceli incide en el papel crucial del Estado «benefactor» como actor diferencial frente a la desigualdad generada por la pandemia, en una reflexión que sitúa la solidaridad al frente de los debates más urgentes. Una solidaridad que está amenazada por el pensamiento neoliberal y por la «cultura del miedo», pero que por lo menos, sigue contando a día de hoy con el apoyo masivo de los electores en aquellos países que disfrutan de esta y otras libertades. Solidaridad entre individuos cercanos, pero también entre generaciones e identidades que, se quiera así o no, son y seguirán siendo interdependientes. Una solidaridad que no solo tiene valor en el plano ético o moral, sino que como principio de actuación política, se ha demostrado clave en la respuesta ágil y eficiente de la Unión Europea ante la pandemia. Rebecca Christie, investigadora no residente de Bruegel, atribuye a la percepción de una «tragedia común» el valor de haber impulsado una respuesta coordinada, a la que se suman las lecciones aprendidas de las anteriores crisis, como la financiera de 2007-2008, en la que la res-puesta fue mucho más impositiva y guiada por la austeridad. La solidaridad la hemos visto emerger también dentro de las mismas sociedades con respecto a los colectivos más dañados por la pandemia, a quienes se dedican fondos europeos de recuperación a costa de un endeudamiento colectivo sin precedentes en la historia del proyecto europeo. La UE ha tomado nota de que la cohesión social no es solo positiva para mantener la estabilidad dentro de cada uno de los estados miembros, sino también para la subsistencia del proyecto común europeo en su conjunto. Las ciudades globales juegan también un papel central en ello, ya que pueden convertirse en puntales de resiliencia frente a las crisis –como afirma Trung Dung Nguyen, uno de los tres jóvenes autores seleccionado este año– o de manera funcional, mitigarlas de manera efectiva gracias a una planificación urbana mejorada –lo que Ramon Gras, investigador de la Universidad de Harvard denomina las «metrópolis fractales»–.

Otras brechas que han aumentado a raíz de la pandemia son la digital, a la que Gemma Burgess, directora del Centre for Housing and Planning Research de Cambridge dedica su artículo, y la educativa, muy relacionada con la anterior y sobre la que Rebecca Winthrop, investigadora de Brookings, destaca un aspecto positivo debido a la pandemia: el surgimiento de un vínculo mucho más fuerte entre familias y centros escolares, que debería prolongarse hacia el futuro. Sabemos por experiencia que el progreso de la humanidad sufre periódicamente retrocesos en cuanto a la ética o la moral, incluso ideológicamente. Sin embargo, pocas veces reculan también los avances técnicos que acompañan el progreso de la civilización. Podemos desaprender la paz, la solidaridad o la tolerancia, pero no podemos desinventar la rueda o las armas nucleares. Es por ello que quizá veremos cómo se transforma Internet, pero no desaparecerá. Veremos reajustarse las cadenas de suministros globales, pero no desaparecerán. Veremos también como muta el mayor proceso económico, tecnológico, político, social y cultural de nuestro tiempo, la globalización, pero tampoco desaparecerá. Y no desaparecerá la interdependencia entre estados, aunque quizá ésta acabe convertida en un arma arrojadiza.