100 días de cambio en Argentina

Opinion CIDOB 397
Data de publicació: 03/2016
Autor:
Santiago Villar, investigador, CIDOB
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El 10 de diciembre de 2015, Mauricio Macri asumía el cargo como Presidente de la Nación. Aquel día marcó un gran cambio en la política argentina: El kirchnerismo cedió el poder tras 12 años a cargo del poder ejecutivo. Sin embargo, ya desde el inicio se evidenció que la transición no sería fácil. La ceremonia del traspaso generó una triste sucesión de desacuerdos hasta tal punto que no fue Cristina Kirchner la encargada de entregar los atributos de mando al nuevo presidente, sino el presidente del Senado.

No obstante, en el breve periodo de Cambiemos en el poder, se puede observar claramente el rumbo que la nueva administración intenta marcar. Bastaron dos días para que Macri, en su constante intento de diferenciarse de la administración anterior, se reuniese con los líderes de la oposición y con todos los gobernadores provinciales, abriendo una senda de diálogo que se había perdido en los últimos años. Sin embargo, días más tarde el decreto de necesidad y urgencia por el que nombraba a dos miembros de la Corte Suprema de Justicia generaba múltiples rechazos, incluso dentro de su propio espacio político.

La semana siguiente Macri materializaría una de sus principales promesas electorales: la eliminación de los impuestos a la exportación en trigo, maíz, leche y carnes, y una reducción progresiva en el caso de la soja. A ello se sumó la supresión de las retenciones a las exportaciones industriales, medida que fue anunciada en la Conferencia anual de la Unión Industrial Argentina y por supuesto muy bien recibida por el sector. A los pocos días, el flamante ministro de Energía, Juan José Aranguren, declaraba la emergencia energética y anunciaba el fin de los subsidios al servicio eléctrico y de gas en determinadas zonas de Buenos Aires cuyas reacciones no tardaron en llegar. Sumado a ello, el ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat-Gay, determinaba el levantamiento de las medidas restrictivas a la compra de divisa extranjera, vigentes desde noviembre de 2011 y que había derivado en la existencia de un mercado paralelo de compra y venta de moneda, con precios que superaban en más del 40% el valor oficial.

La imperiosa necesidad de disminuir el déficit fiscal, que desde 2009 ha ido en aumento, impuso al gobierno una agenda de reducción del gasto público y de aumento del ingreso. Los cerca de 20.000 despidos realizados en la administración pública en estos últimos tres meses y los aumentos tarifarios evidencian una estrategia clara, pero que por supuesto tuvo una contundente respuesta a través de los sindicatos afectados en forma de movilizaciones y huelgas. Además, con las reducciones de impuestos a la agricultura y a sectores de la industria, la recaudación impositiva se verá sensiblemente afectada. Es por ello que la necesidad de financiación e inversión extranjera es imperiosa.

En este punto, Argentina corre con la desventaja de encontrarse aún en una situación de “cesación de pagos”, ya que pese a la reestructuración del 93% de la deuda que entró en default en 2001 llevada a cabo durante la etapa kirchnerista, el 7% restante continúa frenando muchas vías de financiación exterior. A modo de ejemplo, dada la mala calificación crediticia de Argentina, los últimas colocaciones de deuda pública se realizaron a un interés promedio del 9%, mientras que países vecinos como Uruguay lo hacen a un 3%.

Al respecto, el nuevo gobierno ha negociado con los denominados “fondos buitre”, poseedores de parte de ese 7%, con el fin de saldar la deuda y poder acceder nuevamente al mercado internacional de crédito. La decisión de aceptar esta negociación se encuentra ahora en manos del Congreso, donde la Cámara de Diputados ya aprobó el acuerdo. Será muy interesante ver si finalmente el Senado (donde el kirchnerismo es aún mayoría) aprueba el pago, y si en tal caso el gobierno emite nueva deuda, a qué interés, qué cantidad y para qué fines concretos. Argentina ha tenido episodios de endeudamiento muy importantes en su historia reciente y en ningún caso con resultados positivos.

Otro giro importante de la nueva administración se ha producido a nivel de relaciones exteriores. A los pocos días de entrar en funciones, Mauricio Macri acudió a la Cumbre del Mercosur realizada en Asunción, donde además de bregar por una mayor unidad y una más amplia apertura del bloque hacia el exterior, solicitó a Venezuela la liberación de presos políticos. Esta posición generó un cruce de declaraciones entre ambos gobiernos, evidenciando el inicio de una potencial tensión dentro del bloque, que podría perjudicar su evolución y progreso a futuro.

Por otro lado, durante estos poco más de 100 días han visitado el país líderes como François Hollande, Matteo Renzi y Federica Mogherini, y el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, que calificó Argentina de país estratégico en la región. Asimismo, coincidiendo con los 40 años del inicio del último golpe militar en Argentina, Obama ordenó la desclasificación de los archivos de inteligencia de organismos estadounidenses sobre el régimen de facto que gobernaría entre 1976 y 1983. Estas visitas dan una señal clara de apoyo por parte de países occidentales, que ven en el nuevo presidente a un interesante aliado en Sudamérica, y se retoma una relación que había mermado considerablemente en los años del kirchnerismo. A ello se suma la presencia de Mauricio Macri en el Foro Económico Mundial de Davos, en el cual Argentina no participaba desde 2003. Además, en la comitiva que acompañaba al presidente se encontraba el diputado opositor -y ex-candidato a presidente- Sergio Massa, en un intento de demostrar apertura al diálogo con la oposición.

Estos meses han servido al equipo de gobierno para dar claras señales acerca del perfil que intentarán darle a Argentina durante los próximos cuatro años. Una serie de cambios de rumbo y giros radicales se han iniciado en áreas clave, que no han pasado desapercibidos tanto dentro como fuera del país, ya sea por la adhesión o el rechazo que han generado. Sería muy prematuro realizar una evaluación de la actual gestión, pero más allá de aciertos y errores, la realidad es que la Argentina de Macri será diametralmente opuesta a la de los Kirchner. El cambio empezó hace 100 días y millones de argentinos que han depositado su confianza en el nuevo gobierno esperan que la hoja de ruta trazada y las promesas esgrimidas durante la campaña se hagan realidad.

 

D.L.: B-8439-2012